EL PAíS › OPINIóN

De pueblos originarios y megaobras dudosas

 Por Mempo Giardinelli

Es curioso que la visita presidencial al Chaco, la semana que pasó, no haya sido aprovechada por los agitadores mediáticos para fogonear la muerte por desnutrición de dos niños aborígenes en los últimos meses. No es creíble que haya sido un gesto de súbita sensatez o decencia, que no tienen, pero no dejó de ser llamativo. O quizá sucedió que temieron enfrentarse a verdades que distan muchísimo de sus deseos apocalípticos.

Porque la mortalidad infantil hoy en el Chaco, en prácticamente todas las edades, muestra datos que prueban notables reducciones. En 2007 la tasa de mortalidad infantil chaqueña era de 20,9 niños que morían cada diez mil nacidos vivos, guarismo que se redujo en 2011 a 9,7. Y el Plan de Reducción de la Mortalidad Materno Infantil, de la Mujer y Adolescentes para el período 2012/2015 está cerca de alcanzar la meta de reducir aún más esa tasa para llevarla a 8,5 por cada mil nacidos vivos, con una mortalidad materna de sólo 2,5 por cada 10 mil mujeres.

Estos datos reflejan un notable comportamiento comparativo del Chaco respecto del resto del país, si se recuerda que el Calendario Nacional de Vacunación del Ministerio de Salud, que incluye 19 vacunas, ha bajado la tasa de mortalidad infantil nacional, que era de 16,5 por cada mil nacidos vivos en 2003, a 10,8 por mil en 2013. Mientras la tasa de mortalidad materna se redujo en el orden nacional de 4,3 a 3,3 en 2013.

Desde ya que es inmoral que un niño muera por desnutrición, sea de la etnia que sea y dondequiera que suceda. Pero es mucho más inmoral la actitud oportunista de los grandes medios porteños y sus tinterillos y locutores a sueldo que se llaman periodistas o comunicadores, que jamás han hecho nada en favor de estos hermanos argentinos, y ahora se exaltaron ante la muerte de un niño qom mientras ocultan que la ciudad de Buenos Aires tiene hoy el peor comportamiento comparativo de mortalidad infantil de toda la Argentina: subió de 8,3 a 8,9 niños muertos por cada mil nacidos vivos.

Por cierto, a estos macaneadores sería bueno enterarlos de que en un reciente estudio titulado Estado Mundial de las Madres 2015, realizado por la ONG Save the Children en 179 países, la Argentina ocupa el puesto 36, sólo tres por debajo de los Estados Unidos (puesto 33), mientras que Chile está en el 48, México en el 53, Uruguay en el 56, Brasil en el 77, Bolivia en el 88 y Paraguay en el 110.

Pero más allá de estadísticas, que siempre pueden ser cuestionadas con razones o sin ellas, me permito recordar que en 2007 y luego de un amargo, impactante viaje al Impenetrable, describí en este mismo diario una situación de abandono y hambre indignante, poco menos que espantosa. Y si bien no volví a ocuparme periodísticamente del asunto –aunque viajo al interior profundo de mi provincia varias veces al año porque la Fundación que presido sostiene desde 2001 un programa de asistencia a comedores infantiles–, puedo dar fe de todo lo que se ha mejorado, aunque dejando en claro, por supuesto, que nada es suficiente y que en materia alimentaria y de sanidad de los pueblos originarios la Argentina “civilizada” lleva un siglo de atraso, por lo menos.

Desde esas labores y constataciones que realizamos voluntaria y periódicamente en media docena de escuelitas de monte, sabemos lo doloroso que resulta que todavía en estos tiempos cada tanto muera un niño por inanición o por enfermedades curables. El paisaje humano que vemos, en tal sentido, dista mucho de ser agradable y optimista. Pero lo que nos resulta indignante, y verdaderamente sublevador, es que algunos medios porteños utilicen casos aislados con intenciones proselitistas, tapando, de paso, la creciente mediocridad de la salud y la educación en la capital de la república.

Esos medios y sus despreciables amanuenses protegen al actual gobierno capitalino en sus múltiples inconductas: silencian el escándalo del incendio intencional de los depósitos de Iron Mountain, donde murieron diez bomberos; desinforman los padecimientos de familias de trabajadores sobreexplotados clandestinamente, como ahora sucedió con la muerte de dos niños, y encima se benefician con el pago de fortunas en propaganda.

Y por si fuera poco ahora celebran el anuncio de una megaobra en la Avenida 9 de Julio que no es producto de estudios serios y consensuados; que aumentará por años el caos urbano que ya es Buenos Aires; que costará una fortuna seguramente a pagarse con endeudamiento externo, y que perfectamente puede ser sospechada de beneficiar a amigos del poder porteño. O al poder porteño mismo.

Silenciar todo esto y más, mientras explotan periodísticamente la desdichada muerte de un niño aborigen, es, por lo menos, miserable.

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