EL PAíS › OPINION

Explicando el peronismo

por Jorge Coscia

La dificultad de explicar el peronismo a pensadores y políticos extranjeros ha vuelto a ser tema de reflexión en recientes notas periodísticas.
Es indudable que no es tarea sencilla explicar el peronismo a propios, menos aún a extraños. No es responsabilidad del peronismo ni de los peronistas la dificultad que el pensamiento intelectual europeo ha tenido en general para comprender la realidad de los países que ellos llaman en vías de desarrollo. Esa incomprensión es, aun en los bienintencionados, una limitación recurrente de los intelectuales de los países centrales, siempre propensos a construir el análisis con las coordenadas de su propia circunstancia y tiempo histórico. Muchos de ellos, antiglobalizadores de buena fe, globalizan su visión, trayendo al sur una suerte de historicidad a destiempo, árbol metodológico que impide ver el bosque de la diversidad política, propia de cualquier proceso y sus especificidades.
La sociología tiene como la biología reglas universales, pero muchos sociólogos niegan o confunden las “especies” de nuestra política, por el solo hecho de que no existen en su medio. Todo ser vivo responde a un plan genético, pero los genes se han organizado en especies que son estrategias de vida adaptadas a particularidades diferentes. En biología, un ñandú es un ñandú, aunque muchos biólogos extranjeros lo definan como un avestruz más pequeño. Es imposible definir en tan pocas líneas qué es el peronismo. En este caso es mi humilde intención aportar algunas reflexiones que ayuden a los pensadores extranjeros y sus “traductores” de aquí a separar la paja del trigo en el análisis.
Supongamos que un francés deba explicarnos la Revolución Francesa, suerte de nave madre de los partidos que conformaron y aún conducen los destinos de la nación francesa. ¿Cómo justificar que en ese proceso de derrocar a un monarca y construir una nación moderna, convivieran Robespierre, Saint Just, Dantón, Napoleón I y Napoleón III? ¿Qué revolución derroca a un rey y termina con dos emperadores? Podríamos ironizar sobre ello, como algunos lo hacen con lo que consideran perversiones exclusivas de nuestra política. Sin embargo, cualquier historiador serio sabe la elemental respuesta de que ese movimiento de proyecciones globales fue tan contradictorio como coherente en su resultado histórico: la construcción de Francia como nación moderna y burguesa. Jacobinos y partidarios del imperio eran, en definitiva, distintos rostros del cambiante partido de la Revolución, con un mismo objetivo, el proyecto nacional francés, débil en el deseo y las acciones del decapitado Luis XVI y la decadente dinastía borbónica.
Nuestras revoluciones, sin ser tan sangrientas ni globales y menos aún con sueños hegemónicos, no deben por ello ser menoscabadas. El peronismo es un fenómeno histórico tan complejo como el ejemplo mencionando. No es de chauvinista afirmar que un ñandú es biológicamente tan sofisticado como un avestruz, compartiendo además como todas las especies muchos de sus genes sin por ello ser lo mismo.
Desde tiempo inmemorial han desembarcado en nuestras playas, novedades supuestamente infalibles de la vanguardia en el pensamiento histórico y sociológico del llamado primer mundo y es buena su incorporación a nuestra biblioteca, siempre y cuando seamos capaces de conformar un pensamiento tan propio y original como lo es nuestra realidad. Así como nos hablaron por derecha del fin de la historia, también escuchamos por izquierda sobre el fin del Estado moderno y del industrialismo, en el preciso momento en que es imprescindible la recuperación de un Estado eficiente y la reconstrucción del aparato productivo.
¿Qué es entonces el peronismo? Así como es más sencillo en biología explicar que un ñandú no es un avestruz, brindamos como aporte nuestra opinión acerca de lo que el peronismo no es.
El peronismo no es fascismo. No es lo mismo el nacionalismo de un país oprimido que el de un país opresor. Bien supieron entonces de la diferencia los albaneses y los etíopes que eran nacionalistas como Mussolini, pero sin por ello pretender invadir a Italia. Además, el peronismo accedió al gobierno siempre con el voto democrático y fue derrocado por golpes militares de inequívocos rasgos autoritarios.
No lo es tampoco en su conformación social, ya que el peronismo nace y se construye sobre la aparición de una clase trabajadora propia y promoviendo sus derechos, de un modo bien diferenciado de la base social mayoritariamente burguesa y de sectores medios y campesinos del fascismo italiano. En este caso la confusión del ñandú es con un dinosaurio. Esta confusión es frecuente en el pensamiento intelectual internacional. Muchos compatriotas la comparten, incluyendo algunos peronistas.
El peronismo no es barbarie, sino uno de los movimientos más modernos perdurables y exitosos de las numerosas construcciones políticas que vieran la luz en el agitado siglo XX. Lo es por su contundente síntesis programática que integra el proyecto de construir un país libre (independencia económica, soberanía política) con justicia (social). Tal vez por ello ha sido la víctima principal de las expresiones más brutales y autoritarias de nuestra historia reciente. Desde el salvaje bombardeo a la Plaza de Mayo (16/6/55), pasando por la subsiguiente represión sangrienta que restituyó la pena de muerte por razones políticas hasta el reciente genocidio y desaparición masiva de argentinos entre los cuales se cuentan miles de militantes peronistas.
El peronismo no es socialdemócrata, aunque su rol sea en lo social equivalente. Muchos socialistas tradicionales no le reconocen en general ese papel histórico porque su modelo es el europeo, donde la “cuestión” se planteaba como social y distributiva, mientras que Perón y su movimiento han llevado sobre sus espaldas la doble tarea del proyecto nacional irrealizado más el social insatisfecho. El peronismo no debería ser juzgado por no ser lo que nunca se propuso ser.
El peronismo no es un partido en el sentido tradicional del término, por ello no es fácil su división o fragmentación en múltiples partidos, sobre la base de diferencias meramente programáticas. Toda división o intento de fractura ha perdido fuerza porque ha expresado sólo una parte del complejo encuentro de intereses nacionales que permiten definirlo, como gustaba hacerlo el mismo Perón, como movimiento, palabra que se ajusta más en su dinámica a una construcción política cambiante y elástica que no puede por mucho tiempo renunciar a sus raíces revolucionarias. El Partido Justicialista en cambio es sólo una parte o herramienta, a veces desviada o inútil del proyecto nacional que expresa históricamente el peronismo.
El peronismo no es un “rabanito”, aunque algunos políticos italianos definen a sus propios democristianos como “margaritas”. Resulta más fácil imaginarlo como un roble maduro, ramificado y frondoso, capaz de haber sobrellevado en sus casi sesenta años de vida las tormentas más fuertes y los maltratos peor intencionados. Con estas y otras negaciones, tal vez podamos empezar a armar el puzzle que el peronismo es para las academias extranjeras y de ese modo desempañar nuestra propia visión, ya que, como es sabido, nada mejor para que nos vean bien que mirarnos nosotros mismos como somos. Y en tren de metaforizar, el peronismo es como el tango, nos guste o no, de todos los argentinos, aunque no demasiados por aquí sepan bailarlo.

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