EL PAíS › POLEMICA: EL PRESIDENTE Y LA SENADORA KIRCHNER FIGURAN COMO PERSONAJES DEL AÑO DE LA REVISTA “GENTE”

“Gente” es el medio y el mensaje

Como todos los presidentes anteriores y muchos funcionarios, Néstor Kirchner aceptó ser nombrado “personaje del año” por el semanario “Gente” y fue fotografiado para aparecer en la tapa del número especial, que aquí se reproduce desplegada. También lo hizo su esposa, Cristina Kirchner. Feinmann opina que los Kirchner no debieron hacerlo. Sus razones para un debate.

 Por José Pablo Feinmann

La importancia política y cultural de la revista Gente es inmensurable. Acaso hoy atreviese una etapa de oscurecimiento, de inevitable decadencia, pero nada asegura que no retorne a sus mejores momentos, sobre todo cuando la sociedad y su dirigencia la requieren y la aceptan como una suerte de esencia de la patria, de vidriera nacional, de espacio insoslayable, de lugar en el que si se está uno es, ya que ahí –en medio de la exhibición y la bobería– reposan el ser y el sentido. No haremos aquí su historia porque ya está hecha en incontables (y, en general, excelentes) monografías de estudiantes de periodismo. Pero vamos a señalar sus momentos estelares.
Antes de 1973 cunden en ella la frivolidad y una estética del “verano” como estación del goce que le permite exhibir su mercancía más recurrente: el cuerpo femenino, ya el de las “modelos”, o el de las actrices. Más, desde luego, el de las “modelos”, hecho que permite entregar al lector cuerpos dorados, perfectos, húmedos por el agua del mar o por esa transpiración caliente (lograda por el aerosol de los fotógrafos) que metaforiza la fiebre del verano, su sexualidad. A partir de 1973, Gente no deja de participar de la alegría “joven” de la primavera camporista. Luego apoya a Perón. Luego a Isabel y a López Rega. Luego (previo arrepentimiento: ahí está el célebre editorial “Gente se equivocó”) a la dictadura del general Videla. Aquí, bajo la batuta certera del periodista Samuel Gelblung, Gente se vuelve “militante”. Su tono es grave, transita la indignación moral y el reclamo del castigo. Con Videla utiliza uno de sus recursos más genuinos y fundacionales. Gente, desde su origen, nos ha mostrado el “lado humano” del poder. Los poderosos (presidentes, ministros, empresarios, banqueros, militares) tienen esposas, hijos e hijas, perros, gatos y casas cálidas, escenarios todos de una vida familiar (y casi siempre “católica”) intachable.
Con Videla (y con los otros miembros de la Junta Militar) el estilo de buscar el “rostro humano” del gran personaje se torna más ideológico y militante que nunca. En Gente, Videla se afloja. Su cara pierde esa rigidez esquelética, huesuda y hasta espectral. Sonríe. Come y hace deportes. Charla livianamente. Festeja la Navidad. También Agosti. También Massera. Mírenlos: son seres humanos, tiernos en la intimidad, duros en la militancia contrainsurgente. Pero la ardua, áspera tarea (sucia) en que están empeñados no les ha quitado el “rostro humano”, el “corazón”. Siguen siendo esposos, padres, deportistas, amantes de los simpáticos animalitos domésticos. Algunas consignas que Massera pinta hacia 1977 tienen el “espíritu” de Gente. Por ejemplo: “El amor vence”. O “ganar la paz”.
La obra maestra de la relación entre periodismo y terror la entrega “nuestro” semanario en su tapa del 9 de diciembre de 1976. Como material de estudio es inagotable. En la tapa está la imagen (una foto del estilo “documento de identidad”) de la militante de la organización Montoneros, Norma Arrostito, que había participado del secuestro y asesinato del ex presidente Aramburu en 1970. Una “presa” codiciada por la dictadura. Un “símbolo”. Sobre la foto, duro, burocrático, con la sequedad brutal de los expedientes de la contrainsurgencia, hay un sello. Esos “sellos” que se mojan en la almohadilla y luego, con energía, se estampan sobre el “folio”. El sello dice: “Muerta”. No puedo extenderme en esto. Supongo que lo haré en otro texto y –en alguna medida– lo hice en cursos, en clases teóricas. Sobre todo en un seminario titulado “Filosofía y Terror: Pensar después de la masacre”. Ese “sello burocrático” que Gente incrusta sobre la figura de Arrostito hubiera estremecido a Hannah Arendt. Es la burocratización, la banalidad del Mal. Habría estremecido a Kafka, quien, en En la colonia penitenciaria y El Proceso, se anticipó a la relación entre burocracia y terror. Habría estremecido a Theodor Adorno, que vio en la Razón y su expresión instrumental la condición de posibilidad de Auschwitz. A Primo Levi. A Paul Celan. A Jean Améry. A nosotros, los argentinos que estudiamos la relación entre Estado, burocracia y masacre.Y estremece a todos los que en el mundo estudian el genocidio argentino, uno de los más relevantes del siglo XX, precisamente por su rigor, su instrumentalidad, su “racionalidad”.
Luego –superada la etapa “dura” del castigo procesista– Gente vuelve a su terreno más transitado y, sin duda, rentable: la frivolidad, el culto del verano, de los cuerpos, de la idiotez. Los lugares vacíos que han dejado los cuerpos que “desaparecieron” en el fragor de la contrainsurgencia son ocupados “por aquellos otros cuerpos hechos por la Madre Naturaleza sólo para estar en Gente: modelos, actrices y triunfadores” (Eduardo Blaustein, Decíamos ayer: La prensa argentina bajo el Proceso, Colihue, p. 134). Este esquema (una sobredimensionada “farandulización de la existencia”, una identificación entre sociedad y “sociedad del espectáculo”) la lleva casi naturalmente a “expresar” la estética y la ética del menemismo. Durante esa larga, devastadora década del 90, Gente se convierte (junto con Caras) en la revista del proceso neoliberal–populista que impulsa el colorido, farandulesco, impecable “chico de tapa” Carlos Menem. La primera contratapa que escribí (hace ya trece o catorce años) para Página/12, un sábado, alternándome siempre con Osvaldo Bayer, se llamó: “Ignotos y famosos”. Con ese título publiqué un libro en 1994, que Eudeba reeditará en el año que empieza. ¿Por qué esta reedición? Leandro de Sagastizábal –director editorial de Eudeba– dice que la antinomia “ignotos y famosos” fue la que definió al menemismo. También, desde luego, “pizza con champán”, que expresa –con enorme eficacia– la “unidad” que hizo posible el “asalto” del liberal–populismo al país. La “pizza” de los peronistas y el “champán” de los Alsogaray habrían marcado a fuego (en un plano simbólico–gastronómico) el pacto político que constituyó un poder tan total. Pero si “pizza con champán” denunciaba un pacto, “ignotos y famosos” un antagonismo. Los “exitosos” de la pizza y el champán (es decir, el peronismo y, como entusiasta comparsa, ese radicalismo que llega a la cumbre de la infamia en el “Pacto de Olivos”, unidos a lo que tempranamente Walsh llama “nueva oligarquía financiera”) expulsan del mundo de la producción y el trabajo (al que destruyen) a millones de personas que pasan a ser los “fracasados”, o los “perdedores”. De esta forma, la sociedad se divide en “ignotos y famosos”. Los “famosos” son los “incluidos”, los “exitosos”, los personajes de la “sociedad del espectáculo”. Los “ignotos” serán los “excluidos”, los “marginados” y (poco después) los “delincuentes” y (hoy) los “piqueteros”. El eterno Otro de la Argentina, el Otro maldito, demonizado.
Gente es más hábil que Caras para apresar “este” costado de la tragedia. (No olvidemos que hablamos del hambre y que el hambre “mata”. En suma, hablamos de la muerte.) Caras exhibe el Poder, lo muestra impúdicamente. Lo muestra en su aspecto cósico, ya que el poder mafioso (la corrupción, la impunidad, el saqueo) es un poder que se “cosifica”: casas, autos, yates, aviones, corbatas (Gente, que liquidó al gobierno de Isabel Perón exhibiendo las corbatas de Lastiri, se consagra, en los noventa, a elogiar cortesanamente las de Menem y los suyos, que hicieron de las corbatas y los pañuelos “al tono” una modalidad de época). Gente (más que “Caras”) exhibe el éxito y –como siempre– el “lado humano” de los famosos. Ahí está el “estilo ‘Gente’”. Hay una sumatoria de elementos que lo definen: el éxito, el dinero, las “modelos”(sobre todo, sensible a la era de la paidofilia: las “lolitas”), los “actores” (los de la televisión casi siempre), la fama, el triunfo, las fiestas ostentosas y (muy especialmente) eso que la revista consagra al fin de cada año con una tapa desplegable, espectacular, ya que se trata del espectáculo de los espectáculos: “los personajes del año”. Todos los años (cercana a la “alegría” de las Fiestas) aparece esa “producción” que “produce” exitosos. No es la “biblia y el calefón”. Que, por ejemplo, en una misma tapa aparezcan Bioy Casares, Moria Casán o la viuda desconsolada de alguna víctima reciente del gatillo fácil o la venganza mafiosa, no es “un batifondo”. A todos los une la “fama”. La “fama” es el éxito. Y lo esaunque provenga de la tragedia: ¡el año del atentado a la AMIA el señor Beraja apareció como “personaje del año”, aplaudiendo, junto a la “Pampita” de turno! Todos se han “destacado”. Todos se ganaron la “vidriera”. La codiciada tapa de Gente. Se los ve aplaudiendo, como si agradecieran. Es un gesto demagógico. No están ahí para aplaudir, sino para ser aplaudidos. Para ostentar su triunfo sobre el anonimato. Su pertenencia al mundo brillante de los “famosos”, y no al oscuro de los “ignotos”. En suma, ser “personaje del año” es ser la esencia de la estética y la ética del menemismo: el éxito. Lo que brilla. El poder, el dinero, la obscena exhibición del “triunfo”. En 1976, Gente ya había consagrado a su personaje del año: Martínez de Hoz.
Pero hay (durante la década del noventa) un personaje más personaje que todos los personajes. Es el que –políticamente– posibilita la “sociedad del espectáculo”, ¿cómo no habría de ser el personaje de los personajes? Se trata, desde luego, de Carlos Menem. SIEMPRE es personaje del año. Siempre ocupa la primera fila. Siempre está rodeado de un “elenco estable” que es el que Gente le propone y Menem acepta porque Gente no se equivoca. Sabe muy bien cómo “interpretar” el menemismo. (La “otra” figura omnipresente durante la década es Susana Giménez. Y, en un grado levemente menor, Mirtha Legrand. Pero esto, aquí, alcanzará con señalarlo.) Menem logra instalarse en el inconsciente nacional (la subjetividad, en las sociedades mediatizadas, se somete, se coloniza “desde” la imagen) como el irrefutable personaje de todos los años. Nunca falta. Siempre está. Ahí, en la centralidad de la foto, sonriendo, exhibiendo sus trajes brillosos y sus corbatas. Luego, con natural continuidad, De la Rúa ocupó ese lugar durante su breve, desangelado gobierno.
No habría por qué ocuparse de este tema. Durante los últimos dos años casi ni miro esa revista. Sólo me irritan esas fotos de adolescentes en tetas y culos, las “lolitas”, me repugna su mercantilización bastarda. Pero el “target” de Gente busca “lo joven”. Para Ti, por ejemplo (que, durante la dictadura, era la versión boba de la bobería de Gente en tanto Somos era su versión abiertamente fascista y militar), hoy lanza un engendrito que se llama Para Teens, algo “para adolescentes” que justificará la exhibición de la carnalidad de las “lolitas”, esos culos y esas tetas ya (tan tempranamente) invadidos por los implantes y las siliconas. Insisto: no habría por qué ocuparse de este tema. Pero Néstor Kirchner (un valioso político que alcanzó un formidable respaldo en la opinión pública por haberse consagrado a “desmenemizar” el país) acaba de aparecer en un lugar en el que muchos descontábamos no verlo: ahí, en la centralidad de la foto de los “personajes del año”, en medio de los conocidos de siempre, rodeado por lo esencial del “elenco estable”. Una pena. Una concesión. En todo caso: un gran error. Gente no suma, resta. Se equivocan quienes creen que la cuestión es una “pavada”. (Nadie dice una pavada, todos dicen “una boludez”.) La cuestión es grave. Un gobierno debe comunicar. Y “comunicar” es decirle a la sociedad el “mensaje” que ese gobierno quiere transmitir. Gente no es ese medio. No lo es, al menos, para un gobierno que ha venido a “desmenemizar”. El único “mensaje” que transmite Gente es el suyo. Es su “medio” y su “mensaje”. Y ese “mensaje” está cristalizado por los poderes a los que ese “medio” expresó genuinamente: la dictadura militar genocida y el menemismo del hambre.
Kirchner –como “personaje del año”– se ve en el número 2004. Sólo una semana después, en el número 2005, Cristina Kirchner –en lo que la revista califica “la primera entrevista desde que su marido asumió la presidencia”– le concede una larga entrevista. Y ocurre algo notable. (Ya había ocurrido antes con otros personajes valiosos, sobre todo, de la literatura.) todo lo que dice Cristina K. es impecable. Pero cuando uno habla en Gente es Gente la que habla. Diga uno lo que diga. De hecho, la revista transforma (a quien, con justicia, se define en el reportaje como “un cuadro político digno”) en una “chica de tapa”, en una chica Gente, le aplica la estética que suele consagrar a Nicole Neumann. Es algo que sabe hacer con enorme maestría. Hace años, Andrés Rivera (un gran escritor argentino que convoca la amistad y la admiración de otros formidables escritores: Eduardo Belgrano Rawson, Guillermo Saccomanno, Ricardo Piglia) “salió” en Gente porque deseaba impulsar una muy valiosa tarea comunitaria que realiza en Córdoba. Gente tituló la nota: “Un escritor que hace buena letra”. ¡Andrés Rivera –un impecable, dignísimo intelectual y escritor crítico de este país– definido como un tipo que “hace buena letra”! ¿Quiere Kirchner “hacer buena letra”? Cristina Fernández, en su reportaje, dice: “(Kirchner) sabe dirigir equipos, no es mezquino, de esos que cuando ven a alguien lo aplastan. A Kirchner lo seduce mucho la inteligencia”. Bien, en Gente no la va a encontrar. Desde Gente no la va a transmitir. Lo nuevo (si quiere ser nuevo) tiene que inventarlo. Pretender “copar” lo establecido, “ganar espacios” que son y serán de otros, del enemigo, o, si se prefiere, de aquello que uno, absolutamente, quiere no ser, es extraviarse, perder identidad y no construirla.

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