EL PAíS › EL GOBIERNO CREE HABER SUPERADO LAS
CRISIS DE LA SEMANA, NO RECOMPONEN CON DUHALDE

El infierno visto desde el paraíso

Analizando en el exterior los hechos producidos en la Argentina, en la delegación presidencial que hoy arribará desde China –con escalas intermedias– creció la certeza que desde Buenos Aires se hizo lo imposible para opacar el viaje. La pelea con Duhalde no tiene vuelta atrás.

 Por Martín Granovsky

Se trata de un contrasentido, pero así es la vida: al final de la gira, en el lugar más pacífico del mundo, queda la firme sensación de que la última semana selló el destino de la relación entre el presidente Néstor Kir-chner y su antecesor Eduardo Duhalde. Al menos hasta hoy, el Gobierno tiene la decisión tomada de no buscar ninguna vuelta atrás. En esa resolución pesa un balance: para el Presidente la gira terminó con más de lo esperado en términos de la relación con China, y también se sobrepuso a lo que el Gobierno define como escollos puestos desde Buenos Aires.
En la comitiva argentina no hay ningún indicio de que Kirchner pueda cambiar la decisión de seguir la pelea por la provincia con su técnica de patear hormigueros y aprovechar luego los resultados del desorden.
No será, ya, una pulseada abierta con Duhalde marcada por enfrentamientos y reconciliaciones. La estrategia reforzada es jugar a fondo y provocar un realineamiento en el Partido Justicialista.
Un indicio indirecto de la estrategia es la reacción de Felipe Solá, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Su lanzamiento de un llamado “felipismo” no suena a tercera posición entre Kirchner y los duhaldistas más intransigentes sino como un modo de posicionarse cuando la pelea se presenta cada vez más dura. Si esto es así, vale la percepción de Solá, gobernador del distrito clave para la estabilidad política argentina: si hace falta dar señales de posicionamiento, es porque la batalla será dura y amenaza devorarse a cualquiera que quede en el medio.
En el reportaje que concedió a este diario la semana pasada, un concepto de Solá fue mal reproducido por razones técnicas. El gobernador no dijo que el duhaldismo no tenía territorio. Diferenció entre los duhaldistas con territorio y trabajo político de los duhaldistas que llamó “talibanes” del duhaldismo, es decir, fundamentalistas. Valga la aclaración de la errata para subrayar, otra vez más, las complicaciones de la guerra en la provincia.
Los talibanes, entre ellos muchos diputados duhaldistas, tienen capacidad de operación política por sus contactos nacionales e internacionales.
Los duhaldistas con poder territorial son, en ese caso, señores de la guerra de los que Kirchner y Duhalde esperarán definiciones. De la lucha por la hegemonía se pasará a la guerra de posiciones, que ya empezó. No se trata de una guerra fría donde cada uno defiende el statu quo esperando la caída del otro. En todo caso habrá una apariencia de guerra fría y una realidad de guerra sorda, en el territorio y por abajo.
El Gobierno tiene una lectura a la postre positiva de la semana que pasó en Buenos Aires. La sensación de los allegados a Kirchner es que superaron varios desafíos graves:
- El asesinato de un dirigente social ligado al piquetero Luis D’Elía.
- La toma de una comisaría por el mismo sector, y su desalojo.
- El refuerzo de la apuesta, que consistió en reconvenciones privadas, pero en el mantenimiento de la línea de relaciones abiertas con D’Elía, recibido en la Casa de Gobierno.
- Lo anterior indica que el oficialismo ni siquiera está dispuesto a largar un aliado para entregar lastre. Otro indicio de que la guerra es abierta.
- El ministro de Seguridad de la provincia, León Carlos Arslanian, pasó con éxito la prueba de Isidro Casanova y superó cualquier crisis por su purga. Se trata, además, de una purga que tiene que ver con posiciones de poder concretas y articulaciones de negocios por parte de la policía con punteros territoriales y no simplemente de agentes de calle atareados en el reclamo de una grande de muzzarella. El gobierno de Kirchner, convencido de que el Gran Buenos Aires es la madre de todas las batallas, incluso ligó las declaraciones off the record, luego reveladas por la Argentina, del subsecretario norteamericano Roger Noriega, con la pelea entre Kirchner y Duhalde.
Este diario informó en exclusiva una pista de esa sospecha.
Por un lado, Noriega tiene relaciones con Francisco “Pancho” Aguirre, un lobbista antiguo de relaciones históricas con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.
Por otro, Aguirre es el operador preferido de tres dirigentes políticos argentinos. Uno, Enrique Nosiglia. Otro, José Luis Manzano. El tercero, Eduardo Duhalde.
Sería absurdo suponer que el Departamento de Estado no tiene otra política hacia la Argentina que seguir los dictados de Duhalde, Nosiglia y Manzano. Pero no es ridícula otra hipótesis: la existencia de diferencias en el gobierno norteamericano y la verificación, también, de énfasis distintos según el área de que se trate.
Página/12 informó, dándole la importancia que merecía, que después de las declaraciones de Noriega “chavizando” la imagen de Kirchner y sobredimensionando el supuesto peligro piquetero, el vocero del Departamento de Estado, que responde directamente a Colin Powell, subrayó las coincidencias con la Argentina en temas como el envío de tropas a Haití, la situación de crisis en Bolivia y la cooperación internacional en seguridad.
Los lectores advirtieron también aquí que el gobierno argentino no tiene evidencia alguna de que el embajador norteamericano Lino Gutiérrez esté preocupado por una ola anticapitalista que termine con los McDonald’s. Kirchner sólo come pollo a la plancha o pescado y Cristina Kirchner se cuida (en Guam no quiso comprar una bolsa de chocolates que había tentado a su marido), pero ambos carecen de un plan para expropiar hamburgueserías.
Una posibilidad es cierta: que haya líneas diferentes de enfoque en el gobierno norteamericano, y no sólo en el Departamento de Estado.
Y una cosa es segura: así como durante el primer año Kirchner centró su actividad en la búsqueda permanente de sustentabilidad política basado en los triunfos provinciales del peronismo y el control de los bloques de diputados y senadores, el segundo año estará marcado por la guerra por el control del peronismo. Una guerra que, según el Gobierno, debería al mismo tiempo galvanizar al peronismo alrededor de la figura de Kirchner y a la vez dejarle las manos libres para un tipo de política menos “peronista”. O, para decirlo mejor, menos duhaldista.
No parece que Kirchner vaya a dejar su estilo de romper en lugar de negociar, de jugar fuerte en lugar de acomodarse al poder omnímodo del Gran Buenos Aires.
Su apuesta será centralizar aún más la estrategia mientras llega a una negociación exitosa con los bonistas y va superando los desafíos de seguridad, un tema en el que la lentitud del equipo nacional específico, encabezado por José María Campagnoli y amparado por el ministro Gustavo Beliz, es el que ha producido los mayores daños al propio gobierno. El ejemplo son los dos casos del último mes, el asesinato a quemarropa de un joven en Palermo Viejo y las vueltas incomprensibles para solucionar la protección de un oficial de policía a un sujeto peligroso. Vueltas que terminaron en una muerte que a la distancia parece cada vez más evitable.
La comitiva presidencial da imagen de tranquilidad. El propio Presidente llama por teléfono a Alberto Fernández, su cable permanente con la Argentina, pero no luce desesperado ni mucho menos. Al mismo tiempo, no descuidó en estas horas su grado de concentración en la preservación de sus diferencias con Fernando de la Rúa y Carlos Menem. A la llegada, en Papeete, ya de noche, las bailarinas semidesnudas que homenajearon al Presidente no le sacaron ni la mínima sonrisa pública. Tampoco recibió Kirchner el collar de flores que es de práctica. Igual que había sucedido con la toga del doctorado honoris causa de la Universidad de Fudan, en Shangai, negociaciones diplomáticas discretas habían impedido la concesión de ambos signos sin que a la vez eso fuera tomado por los anfitriones como una descortesía.
La jugada de Kirchner es que se produzca una convergencia entre dos líneas.
Una línea fue la de dificultades permanentes de la última semana: el asesinato de La Boca, la discusión por el papel de D’Elía, la crisis policial en la provincia de Buenos Aires, las declaraciones de Roger Noriega, los últimos dichos atribuidos a Duhalde.
Otra línea fue la de los negocios con China y la conclusión de una gira con resultados exitosos siempre que se trabaje el largo plazo. En esta misma línea estaría, también, si es que la percepción oficial es correcta, un nivel de sintonía con el argentino medio que se mantenga haciendo un salto por las estructuras políticas, sobre todo el duhaldismo, y las expresiones más afines en la llegada a la opinión pública.
El último obstáculo era un viernes de choques en las calles de Buenos Aires.
Con este obstáculo superado, la confianza del Gobierno consistía en que las dos líneas fueran convergiendo y que en el último tramo la primera, la del conflicto y el desafío, quedara licuada para que la segunda llegara a Buenos Aires junto con la comitiva presidencial.
Faltan pocas horas para que ese test termine. Pero meses para medir qué sucede con el largo plazo. Si Kirchner puede seguir encaramado en el “que se vayan todos” escapando a ese “todos” o desafíos reales le quitan poder. Por ahora, en este último sentido, habría que mirar más a la situación económica internacional, por ejemplo a la brasileña, que a variables directamente políticas de la Argentina. Pero, como alguna vez Italia, la Argentina tiene algo más que la política. Hay un poder por debajo de la mesa que suele tejer, también, las 24 horas. No es cuestión de complot. Es cuestión de dedicación al trabajo para no perder el propio sustento.
Tahití es sólo una escala en el paraíso.

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Néstor Kirchner llegó ayer a Papeete, Tahití, haciendo escala desde su viaje desde Beijing.
 
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