EL PAíS › EL ACTO DE LOS PIQUETEROS, LAS CONJETURAS EN EL GOBIERNO

Fin en paz de una semana compleja

 Por Mario Wainfeld

El acto acababa de terminar, la serena desconcentración se ponía en marcha. En el improvisado y abigarrado palco cuatro hombres jóvenes, con pecheras del comedor “Los Pibes” se entrelazaron con sus brazos por los hombros, formando un círculo. Y se pusieron a llorar. Lo mismo hacían, ellas también sin palabras ni aspaviento, tres mujeres jóvenes, de similar identificación. Luis D’Elía y Lito Borello (líder de la FTV de La Boca) se apartaron del micrófono, se miraron, se palmearon la cara y compartieron dos lagrimones. Hasta entonces, todos ellos se habían esmerado en las tareas que competen a los organizadores de tamaño acto: controlar el acceso mediante un personalizado “derecho de admisión”, mirar de reojo las variadas columnas y pispear que sus diferencias no se transformaran en conflicto, ocuparse del equipo de sonido, ponderar a ojímetro cuánta gente había. Pero, concluidas con éxito esas tareas, todos se reencontraron con el origen de la convocatoria: un compañero de militancia había sido asesinado. Una situación cruel que detona peculiares modos de dolor, de afirmación de pertenencia, de búsqueda de contención personal y política. Una situación macabra que fue cotidiana en la Argentina años ha y que resulta esencial evitar que vuelva a ser pan de cada día. El asesinato de un militante, de un reo de barrio dotado de pilas y de conciencia social, fue el dato central de lo ocurrido en la última semana aunque muchas de las cosas que se han dicho y escrito en estos días lo han omitido o ninguneado.
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Coincidencias:“¿Usted cree en las coincidencias?”. Es mediodía del viernes. La pregunta la formula un kirchnerista de primer nivel, aunque quizá no de la primera hora. Página/12 entiende adónde va el hombre pero hete aquí que cree posibles las coincidencias y lo confiesa. Pero el funcionario no ceja en su obsesión: “Un grupo de supuestos militantes de Quebracho quema una bandera en un ministerio ocultando todos sus rostros, contra lo que es su praxis habitual. Un piquetero es asesinado en el aniversario de la masacre de Avellaneda. Roger Noriega nos pega con un caño en un off the record, dos diarios lo hacen noticia de tapa. Todo eso acontece cuando Kirchner está en China. Siempre pasan cosas densas cuando el Presidente está afuera del país. ¿No le parecen demasiadas coincidencias?”
Página/12, fiel a las incumbencias del periodismo y a ciertas costumbres de familia, responde con una pregunta. Página/12 sabe que el Presidente le ha sacado lustre a su celular llamando desde las antípodas y que su interlocutor lo ha sido también de Kirchner:
–¿Qué opina el Presidente?
–El Presidente está convencido de que todo lo ocurrido tiene una lógica. Que el asesinato del Oso Cisneros tiene intencionalidad política. Puede que no venga del duhaldismo sino de mano de obra desocupada policial, pero la intencionalidad política existe. Kirchner cree que todas las movidas de esta semana responden a intereses que buscan debilitar al Gobierno. No bien llegue, lo va a decir. Fuera del país se mordió los labios para no hablar, pero cuando toque suelo argentino no se va a callar.
–¿Otra vez la teoría del complot? –provoca este diario.
–No. Otra vez algo que si no es un complot se le parece demasiado.
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Clase: En primera línea, abigarrados contra el palco, los vecinos y los militantes del comedor en el que militaba Cisneros. Luego las columnas de la FTV y la CTA. En ese conjunto coexistían los “nuevos pobres” (sectores de clase media desplazados hacia abajo por el desempleo o la magrura de los salarios) con pobres sin aditamentos. Andando las varias cuadras pobladas de manifestantes, esta coexistencia persistía pero la proporción de los caídos de la clase media mermaba. Más allá del pasado diferente, algo igualaba a la abrumadora mayoría de los asistentes al acto de ayer: su pertenencia a una clase social. La que es mayoría en la Argentina latinoamericana del siglo XXI.
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Discusión: Página/12 dialoga con otro funcionario en la mañana de ayer.
–¿Todo el Gobierno está de acuerdo con lo que viene diciendo D’Elía?
El funcionario, que atiende en Balcarce 50, espiga un poco y define jerarquías: “Más allá de algunos detalles, el Presidente está de acuerdo. Por eso D’Elía fue recibido tanto y tan bien en la Casa Rosada. No es que Kirchner haya hablado mucho con D’Elía (apenas una vez, el domingo), sino porque su propia interpretación coincide bastante con la del piquetero”.
Y luego acota: “Pero esa percepción no es unánime. Alberto Fernández cree que Luis exagera mucho, que no hay que apegarse a lo que está planteando, que está traccionando de más al Gobierno. Y se lo dijo al Presidente por teléfono, sugiriéndole que no se pegue mucho a Luis cuando llegue”.
–¿Qué respondió Kirchner?
–No me pida detalles. Pero, por lo que sé, discutieron.
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Pluralismo: “Kirchner y Blumberg, culpables del gatillo fácil y el hambre”, sentencia una pintada en rojo furioso asentada en la pared de una estación de servicio, por la avenida Almirante Brown, a cuatro cuadras del palco. A pocos metros del mismo palco una pancarta de otra agrupación emparentaba los rostros de Chávez, Fidel, Lula y Kirchner. Muchos discursos, muchas lecturas de la realidad bien contradictorios, coincidían ayer en cuestión de cuadras. Las fuerzas de izquierda tienen la pésima costumbre de distraerse de lo esencial, pero ayer no ocurrió así. Dejando de lado sus internas y sus variopintas visiones sobre la Argentina y el mundo, priorizaron su mensaje conjunto a un enemigo común. En su discurso D’Elía se esmeró en detallar las presencias de quienes, a diario y en circunstancias menos trágicas, son sus antagonistas. Y hasta dejó pasar sin comentario el coro de las huestes del PO que lo apestillaba “Salta, salta, salta/pequeña langosta/Kirchner y Duhalde/son la misma ...”.
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Miedos: En la esquina de Brown y Pérez Galdós, donde se asentó el palco hay una pizzería. Contra lo que suele ser costumbre extendida, no cerró sus puertas prevenida contra la movida de los piqueteros y la izquierda. Lo que le permitió estar de bote en bote toda la tarde. “No tuvieron miedo, no les pasó nada. Y se llenaron de plata”, chacoteaba, sin faltar a la verdad, un dirigente cercano a Luis D’Elía quien también se acodó a una mesa en pos de una gaseosa light.
El miedo mal enfilado, empero, es un riesgo que acecha a la sociedad. La formidable conducta ciudadana exhibida ayer por miles de argentinos sojuzgados, empobrecidos, agredidos por la economía y las policías ciudadanas, debería hacer pensar a sus compatriotas de clase media. Repensar sus miedos, sus fobias, sus racismos, demasiado presentes en esta semana dominada por un discurso de derecha que tuvo demasiados adherentes supuestamente de centro.

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