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Ni como D’Elía ni como Saúl

 Por Mario Wainfeld

Los gestos iniciáticos tienen su valor y razón de ser. Muchos gobiernos de antaño hubieran pagado bastante por tener una visita de la CGT tan amigable como la que recibió ayer Néstor Kirchner. Claro que eran otros tiempos y otras CGT, de mayor peso relativo en el reparto de poder.
La imagen que se quiso dejar fue de una CGT razonable, dialoguista, que comparte los objetivos del Gobierno y que no está para saltarle al cuello. En el corto plazo, claro, el único que cuenta en la Argentina.
Que Hugo Moyano transite ese carril es toda una decisión, un esfuerzo de producción para quien crece más cuanto más batallador se pone. “Moyano no será un aliado sencillo. Es más proclive a terminar siendo un nuevo Ubaldini que un nuevo D’Elía”, explica un integrante del Gobierno que conoce bien al más univiro de los triunviros. Ayer el camionero pareció haber optado por un tercer perfil, empezando por el (bajo) tono de voz. También fue llamativa la gestualidad de paridad que prodigó respecto de sus dos compañeros, José Luis Lingeri y Susana Rueda.
Ver por TV la conferencia de prensa ulterior al cónclave debió alegrar a los decisores del Gobierno. Los triunviros no dieron puntada sin nudo, respondiendo a preguntas explícitas o implícitas. A continuación, una breve traducción de lo que se dijo o sugirió.
“¿Quién manda entre ustedes?” (pregunta implícita). “Hasta nueva orden, Fuenteovejuna.” Los tres hablan de casi todo. Rueda se sienta en el medio. La cortesía con la dama tiene un valor agregado: sugerir con la foto que Moyano no ganó (aún) la interna.
“¿Qué se le reclama al Gobierno?” “Todo, salarios, jubilaciones, generación de empleo, asignaciones familiares.”
“¿En qué plazo esperan respuesta?” “No le fijamos plazos.” Y ya que estamos, no le ponemos incómodos valores numéricos a las reivindicaciones concretas.
No me atosiguéis, ese eterno reclamo oficial que Isabel Perón hizo verbo, pareció contemplado ayer por la cúpula cegetista. Pero no sólo se honró al oficialismo por omisión de presiones, también se lo hizo con palabras precisas. Rueda elogió la gestión del Gobierno, valiéndose de una capacidad oratoria que sorprendió a quienes no la conocían. Hasta le atribuyó a Kirchner la recuperación de los “sueños”, vocablo este de raigambre más setentista que vandorista.
Puesto a no ser menos, Moyano (que en la intimidad solía dudar de los blasones peronistas de Kirchner y sus allegados) narró que las únicas citas de Juan Perón que sonaron en el primer encuentro en la Rosada surgieron de labios de Kirchner. Un elogio pleno de intencionalidad, dado que la CGT unificada sigue siendo peronista, muy peronista. Puertas adentro de Azopardo, la transversalidad es cero o casi. El tiempo desnuda la debilidad operativa de los transversales y Kirchner, no tanto por su gusto como por imperio de las correlaciones de fuerzas, queda (en surtidos ámbitos) compelido a entenderse con los peronistas, pejotistas o no. En la CGT, son casi todos pejotistas.
Se reitera, son otros tiempos. La porción proletaria de la famosa torta que Perón quería partir por mitades es cada vez más pequeña. La fragmentación de los trabajadores es enorme, hay muchos que cobran salarios y no transgreden la línea de pobreza. El crecimiento se reparte de modo desigual. Hay regiones, economías regionales que han repuntado mucho más que los grandes centros urbanos. También ramas de la actividad que han prosperado en número de afiliados y en poder mucho más que la media. Es el caso de la propia Unión Obrera Metalúrgica, que ahora se anima a reclamar paritarias, algo que era un suicidio hace un par de años, dada la disparidad de fuerzas. Hacer política en ese marco de carencia y de asimetrías internas de la clase trabajadora (un escenario inédito en ambos aspectos por su crudeza) sería un desafío para grandes dirigentes. Los que hay no suelen serlo y el reto parece quedarles grande. El tiempo dirá si están a la altura. Ayer parecieron comprender que comienzan una etapa de más protagonismo. En el corto plazo, decidieron iniciarla sin remedar ni a D’Elía ni a Saúl.

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