EL PAíS

“Argentina debe importar la credibilidad perdida”

Si el país no cede su soberanía por unos años, habrá ruina y caos. Dornbusch y Caballero vuelven con su propuesta de una invasión tecnocrática.

 Por Julio Nudler

“Puede ser la única opción para Eduardo Duhalde si no quiere caer, y también la única oportunidad de una transición democrática y ordenada.” ¿Es una opinión o una amenaza? ¿Y cuál es esa alternativa? Entregarle por varios años a un equipo de tecnócratas del Primer Mundo el manejo del Banco Central, de Hacienda y de Ingresos Públicos, “y quizás hasta la libranza y el cobro de los cheques grandes”. Estos enviados traerían bajo el brazo un fuerte préstamo multilateral, porque la seriedad sin dólares no resulta tan seria. Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero, dos prominentes economistas del Massachussetts Institute of Technology (MIT), han vuelto a la carga con su propuesta de que la Argentina alquile afuera la credibilidad que no tienen sus dirigentes. Los envalentonaron algunos sondeos de opinión, que mostraron una aceptación sorprendentemente alta para una idea que mella la soberanía nacional. Cuando Página/12 reveló la proposición del dúo DyC, el 2 de marzo, ella parecía aún una boutade, una provocación, pero entretanto se multiplicaron planteos más o menos similares en círculos económicos, políticos y académicos anglosajones, y Anoop Singh, encargado de Asuntos Especiales del FMI, empezó a comportarse aquí como un poder paralelo o hasta sobrepuesto al constitucional.
Refiriéndose precisamente al Fondo, DyC dicen que está ante un gran dilema. No puede darse el lujo de ser intransigente hasta el extremo de tumbar a Duhalde, pero, después de tantos acuerdos fracasados, tampoco puede cerrar los ojos y poner el dinero sobre el tafilete. Para no exponerse a este peligro, el FMI termina exigiendo “un feroz recorte fiscal en medio de una depresión. Si esta estrategia se impone –advierten–, la economía capotará, volviéndose ingobernable.” Si en cambio gana la estrategia de mínima, nada habrá cambiado, perdiéndose otra esperanza.
DyC resaltan, como elemento crítico, que la plata del Fondo y las reformas necesarias para conseguirla no son un fin en sí mismas sino una palanca para lograr que vuelvan los capitales argentinos, y también extranjeros. La salvación está en el capital privado. Esta es una variante de la familiar teoría de la confianza. No se trata de acordar algunas metas presupuestarias de corto plazo y firmar compromisos que serán abandonados en medio de la lucha preelectoral de 2003. La fórmula es que la Argentina acepte e incluso pida el envío de un equipo estabilizador extranjero para ejercer la política monetaria, fiscal e impositiva. “No sustituirán a Duhalde ni a su sucesor”, tranquilizan, aunque es evidente que el morador de la Rosada ya no podrá sentirse el dueño de casa.
El estadounidense y el chileno afirman que la actual crisis argentina es la mayor que ninguna economía emergente haya sufrido en décadas, y que “están siendo destruidos los cimientos mismos de una sociedad moderna”. Dicen que quienes rechazan la renuncia a la soberanía financiera y económica de la Argentina por algunos años ven en esa propuesta un ataque contra el orgullo nacional. “Esta percepción es equivocada –replican DyC–, porque un país es mucho más que un conjunto de normas monetarias, financieras y fiscales. (Falta que digan que la patria es un sentimiento.) No se renuncia a la identidad y el orgullo nacional –prosiguen– al aceptar que unos extranjeros controlen la implementación de un conjunto de normas cuidadosamente diseñadas para no interferir con la soberanía política, y aprobadas por el Congreso argentino. Dejemos la retórica y el orgullo de lado –aconsejan–. La situación es demasiado grave.” Por las dudas, piden disculpas “a quienes hayamos ofendido”. Todavía queda gente educada.
Estos economistas ven que el problema argentino va mucho más allá de una común crisis de liquidez, y que por tanto la solución no puede consistir en una inyección temporaria de recursos: hay que tener una visión clara decómo arreglar lo que viene después, el mediano y largo plazo. La dupla ve que hay considerable acuerdo (en los círculos que ellos toman en cuenta, se entiende) respecto de algunos de los ingredientes clave de una reforma estructural, y gran parte de ellos pueden encararse sin demora: una campaña contra la corrupción, sin piedad para jueces, parlamentarios, funcionarios públicos y otros; una reforma impositiva y de la coparticipación, mucho más allá de la discusión pequeña de estos días; protección de los derechos de propiedad y estabilización definitiva de las reglas de juego; la remoción de las conocidas rigideces estructurales de la Argentina (entiéndase más flexibilización laboral). “Empiecen ya mismo –aconsejan–, y elijan en 2003 al candidato que haga de esta propuesta su bandera.” De esta forma, DyC ordenan a quién votar.
Resaltador en mano, sobresalen estos otros conceptos:
- No hay dinero del FMI que pueda compensar la fuga de capitales. Hace falta restablecer la confianza para que regresen.
- Para recuperarla no bastará con el mero anuncio de una sólida estrategia de largo plazo: ésta tiene que ser creíble. Lograrlo es difícil para cualquiera que tenga los clásicos antecedentes de cualquier argentino, y más aún para un gobierno de transición.
- La Argentina está ya demasiado enferma como para tomar la medicina de un ajuste brutal. Este provocaría una explosión social. Toda promesa de un torniquete presupuestario es sencillamente poco creíble. La transa propuesta suena así: cuanta más confianza, menos ajuste.

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Dornbusch, economista del MIT: “Los políticos que no acepten se merecerán que los escrachen”.
 
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