EL PAíS › OPINION
EL ESCENARIO QUE ABRE EL CANJE DE LA DEUDA EXTERNA

Inexplicable como una música

El optimismo oficial sobre el canje y sus razones lógicas. Un apunte sobre las razones irracionales. Una mirada a vuelo de pájaro sobre el universo de los bonistas. Un gesto de los españoles, mala onda italiana y el rumbo oficial. La Corte dijo presente y movió el tablero. La legislación laboral bajo la lupa y la derecha imitando a El Gatopardo.

 Por Mario Wainfeld

“Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo, nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música.”
Jorge Luis Borges, El fin

@“Para que algo sea predecible debe haber antecedentes, una historia con que compararlo. Jamás hubo un canje de deuda como el argentino, por su magnitud, por la multitud y diversidad de acreedores diseminados por el mundo, por el contexto internacional.” Quien habla es un avezado negociador argentino que, suele ocurrir con los funcionarios, gusta de teorizar sobre su actividad.
Miles de bonistas variopintos están siendo interpelados para aceptar una quita fenomenal. No puede decirse de ellos que compraron unos títulos prometedores y ahora atesoran papeles sin valor. No es que el concepto sea incorrecto, lo falso es la idea (decimonónica o de los primeros tercios del siglo XX) de “los papeles sin valor”. Las acciones, las láminas imponentes impresas sobre papel moneda, no existen en tiempos globales, de comunicaciones instantáneas. Lo que el bonista tiene es un asiento contable, virtual, asentado básicamente en registros informáticos. El asiento en papel, testimonio de certeza, que ocupa un lugar en el espacio y tiene cierto peso, alude al pasado.
La celeridad, signo epocal, incide en un dato concreto: no se puede saber con plenitud, hoy y aquí, quiénes son los acreedores. La venta de títulos continúa todo el tiempo. El hastío, la especulación, la necesidad de aligerar portfolios, urgencias para la caja chica, lo que usted quiera, determinan que ese mercado se siga moviendo. En la aldea global, ya se sabe, todo fluye, todo el tiempo, a toda velocidad. El clip, al fin y al cabo, es un género costumbrista.
El gobierno argentino trata de determinar con la mayor precisión posible (relativa a fuer de mudable en cosa de horas) quiénes son los acreedores privados. Algún censo se hizo hace cosa de un año, imperfecto porque hubo inversores ocultos y algunos que se negaron a darse a conocer. De ese listado, infieren hoy los negociadores, hay algunos colectivos que han reducido su presencia: tal parece que hay menos nipones expuestos al riesgo argentino. Y algo más importante, las AFJP criollas podrían haberse desprendido del 10 por ciento de sus tenencias, mala noticia para el Gobierno, que cree que logrará que sean las primeras en aceptar la oferta. Los cientos de miles de bonistas repartidos por el mundo no son un todo homogéneo. Hay desprevenidos ahorristas individuales a los que el default argentino les arruinó la vida. Pero muchos son peces gordos, que jugaronfuerte y así perdieron. El negociador trae a cuento una anécdota: los bonos par (supuestamente los más seductores) están ofertados para inversores de hasta 50.000 dólares. Desde Alemania se pidió que ese piso se subiera a la bonita suma de un millón de dólares. Más allá de la expansión del estado de bienestar germano, no se trata de cifras accesibles para los viejitos jubilados de Alta Sajonia.
La aceptación de la oferta, proyectan en variados despachos, superará el 70 por ciento que hace un par de meses se mensuraba entre óptimo y utópico. Quizá llegue al 80 por ciento que hace un par de meses se ponderaba como una desmesura reclamada por el FMI. En la Rosada, en Economía, circulan varios papers que imaginan escenarios alentadores. Dicen que la SIDE del Chango Icazuriaga elaboró una prospectiva de la conducta de los argentinos cuya lectura alegró al Presidente. Dicen que Leonardo “Leo” Madcur relevó las intenciones de los inversores institucionales e insufló similares buenas ondas en Presidencia y Economía. Página/12 no tuvo acceso a esos informes que se reservan celosamente pero sí a las ondas expansivas de optimismo que detonaron.
Curiosamente (o no tanto) los que expresan más cautamente el optimismo son los funcionarios más involucrados en la negociación.
“No crea que esto va a ser un paraíso de acá en más. Vamos a pasar del infierno al paraíso muchas veces, incluso en un mismo día. Va a haber presiones, operaciones, aprietes muy fuertes, maniobras mediáticas” dice un militante del ala cauta y avezada. Puesto a imaginar, incursiona en tapas catástrofe de importantes diarios de negocios “del mundo”. Y también imagina conmovedores reportajes televisivos de la RAI o la CNN a jubilados de carne y hueso, dejados a la intemperie por el default argentino, haciendo campaña. Todo es posible en la dimensión desconocida.
Y sin embargo, aun el funcionario avezado avizora, al final del verano, un escenario optimista.
Las razones de la fe
La situación es inédita. Los destinatarios de la oferta, un conjunto heteróclito no del todo conocido. La incertidumbre debería ser la conclusión de tamaño contexto. Mas no, la buena onda cunde.
Según los negociadores, el universo de acreedores no es mero desorden. Es sistematizable y por ende previsible en cierta medida. Una tipología básica cunde, convirtiéndose en sentido común de todo funcionario nacional que se precie, así sea neófito en la materia. Hay, claro, inversores argentinos y foráneos. Y los hay individuales o institucionales. Cruzando esas categorías, comienzan las especulaciones. Los argentinos, se profetiza, pondrán el hombro en masa, con las AFJP como forzada vanguardia. Los inversores institucionales, ávidos de dar vuelta la página, también se resignarán a la oferta. Esos conjuntos propiciarán una aceptación mayoritaria que se irá contagiando a postores más remisos.
Las razones que justifican la tendencia a la aceptación pueden dividirse en racionales e irracionales. Lo racional es la aceptación de que mucho más no se cobrará, que la oferta ronda su techo. “Argentina va a pagar lo que quiere pagar, que es lo máximo que puede pagar” se ponen ingeniosos en Economía y creen que esa sensatez es advertida por acreedores que piensan con el bolsillo.
Otro punto a favor de la aceptación es que la vía judicial de cobro se va mostrando poco fructífera. En esta semana los belicosos bonistas italianos embargaron las cuentas de la embajada argentina en Roma en pos de un crédito de alrededor de 4 millones de euros. Encontraron apenas 14.000 euros. “No les va alcanzar para pagarle a los abogados –meditan, sin dejar de divertirse, en un par de ministerios argentinos– y cuando el trámite llegue a Cámara seguramente la medida se va a levantar.” Se desdibujan las fantasías urdidas meses atrás, acerca de remates de barcos, embajadas y todo tipo de activos argentinos en el exterior. Pelearla allí parece costoso, remoto, sólo apto para gente con paciencia, dinero y tiempo. Que es aquella a la que el Gobierno intuye más propensa a acordar. En la Argentina las señales de la Corte van delineando que los acreedores no tendrán el campo orégano como ocurriera en los tiempos de auge de los Supremos automáticos y del lobbista Nito Artaza.
El viaje presidencial a Nueva York añadió algún factor racional al optimismo. En el encuentro con el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero los argentinos recibieron una promesa que los gratificó. La pronunció el asesor económico de Zapatero, Juan Manuel Sebastián. El gobierno hispano va a procurar, sin que se note mucho, que su coterráneo Rodrigo Rato, a la sazón mandamás del Fondo Monetario Internacional, no intervenga con su verba en la negociación con los privados. No que calle pero sí que hable lo menos posible. Que es lo que, realistas, anhelan los negociadores argentinos.
Uno de los adversarios más gritones, el Comité Global de Acreedores, parece ahora enclenque y diezmado. Los negociadores lo apuntan como otro tanto en su haber. De cualquier modo, Italia sigue siendo el territorio más hostil para la propuesta. Se habla de que su Bolsa no habilitará la oferta de bonos, así lo haga la SEC de Wall Street. El Gobierno viene trabajando el tema, tanto que Rafael Bielsa en persona se ocupó de hacer gestiones ante las autoridades italianas, tal como informó Página/12 hace un par de semanas. Pero si la Bolsa italiana desdeña ofertar el canje argentino, el Gobierno seguirá adelante ignorando el despecho. Así lo asegura Roberto Lavagna en las páginas 2 a 4 de este diario.
La razón de la sinrazón
Los acreedores sensatos concluirían que más vale pájaro en mano que cien volando. Tal sería la vertiente racional de una aceptación vasta.
Pero, puestos a desmenuzar el tema, los argentinos que más lo conocen perciben que no sólo hay razones racionales. En esta tierra fértil germinan razones irracionales. Fuera de broma, los sabedores explican que la lógica de los mercados no es de estricta racionalidad. Tratando de no derrapar en los límites de su formación, varios funcionarios avezados recuerdan ante Página/12 la “teoría de los juegos” advirtiendo que el comportamiento racional de los actores ante una situación dada es sólo una hipótesis, no siempre la más posible. La recuerdan tanto que es patente que la han releído en estos tiempos. Los mercados reaccionan emocionales, por espasmos, por imitación. Si muchos aceptan, muchos indecisos los seguirán sin pensar mucho, auguran. “La manada” tiende a alinearse, corriendo tras sus pares. Mentes memoriosas aluden a hechos clásicos de la locura de los mercados, como la especulación con los tulipanes en una Holanda muy previa a Johan Cruyff y a Máxima Zorreguieta.
Por motivos racionales o de los otros, los negociadores argentinos, acaso por primera vez, otean la otra orilla del Jordán. Un arreglo razonable habilitaría, se excitan pingüinos y aliados, un 2005 que dejaría al 2004 como un mal recuerdo. A partir de allí detonan triunfalismos de todo pelaje, electoral, político, social. Algunos de tan entusiastas parecen olvidar la mochila formidable, también sin precedentes, que cargará en sus espaldas el país si se propone pagar lo comprometido. Un éxito en la negociación determinaría quedar al límite de otro abismo, el de no poder cumplir con las deudas interna y externa. Sería un paso adelante, un cambio de etapa pero no la llegada a algún improbable Paraíso.
Crisis de conciencia
El politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre Argentina, afronta una crisis de conciencia. Nuestro amigo es acreedor privado de nuestro país. Una vez recibió una herencia, de una tía que nació, vivió y murió solterona aunque se jactaba de haber tenido un entrevero amoroso en un templo protestante con un juvenil Ingmar Bergman. Como fuera, la tía le dejó un buen puñado de coronas y el hombre las trocó por esos bonos que prometían rindes siderales, oyendo el canto de sirena de un buen amigo suyo, el broker yuppie de la city de Gotemburgo. Ahora nuestro científico afronta un dilema que es qué hacer con su crédito y, antes que nada, si debe blanquear su situación ante su más que amiga, la pelirroja progre que a veces se vuelve kirchnerista y otras duda.
La relación con la pelirroja va viento en popa. La muchacha le había prometido una noche de amor si Hugo Chávez ganaba el referéndum en Venezuela y a fe que cumplió. Desde entonces el romance avanza y se consuma con agradable asiduidad en alternativos telos del conurbano, donde ambos hacen un estudio de campo sobre sociedad, política y clientelismo. Estudio que durará todo el tiempo que haga falta porque es un invento del sueco para tener cerca a su amada. Invento que se sostiene con los euros que, bufando, sigue remitiendo el padrino de tesis, decano de Sociales de Estocolmo.
Así las cosas, el politólogo que conoce los brotes populistas de la pelirroja y su odio militante hacia los acreedores y los organismos internacionales, teme introducir una cuña en la pareja si confiesa que es acreedor de Argentina. Así que, sabiamente, resuelve callar. Pero, culposo de estar defraudando a su compañera argentina, añade una decisión a su silencio. Sin saberlo, añade un nuevo factor a las decisiones, racionales o irracionales de los bonistas. Resuelve acerca de su capital movido por el amor, algo que pondría los pelos de punta aun a los economistas adictos a la teoría de los juegos.
Ajeno a esas cuitas teóricas, el sueco le envía a su agente de Bolsa una directiva de aceptar, cuanto antes se pueda, la oferta argentina de canje. Y a no hablar más del tópico, que en estas pampas hay tantas cosas más interesantes para investigar.
Apareció la Corte
“Las sentencias legalmente están bien, pero me parece que les faltó cintura política para manejar los tiempos.” “Más vale que es una Corte independiente y nos alegramos de que así sea. Pero sobreactuaron su independencia sin necesidad.” Las frases, y en especial los consiguientes “peros”, emanan de dos ministros movilizados por las resoluciones de la Corte Suprema. Institucionalizar de verdad, tal como hizo el Gobierno con la Corte, tiene sus rebotes agridulces.
Los fallos sobre la reforma constitucional en Santiago del Estero y sobre la inconstitucionalidad de un artículo del régimen de las ART fueron sin duda una señal política de autonomía del nuevo tribunal. Técnicamente irreprochables (y por nadie reprochadas), las sentencias vinieron a dejar constancia de que el sistema institucional suma, sin naipes bajo la manga, a un nuevo jugador.
La decisión sobre Santiago del Estero complica la intervención, escasa de manejo político, que se jugó entera a un cambio institucional. Pone al Gobierno en un brete, producto de sus propias carencias y de internas transpoladas a suelo santiagueño.
El fallo sobre las ART desnuda la brutalidad de la legislación laboral de los ‘90. La derecha empresaria y mediática pusieron el grito en el cielo por la decisión pero sin inmiscuirse en si hubo o no constitucionalidad. La atención prestada a ese “detalle” por los enfáticos portavoces del empresariado fue entre nula e irrisoria. Tan arrogante es la derecha argentina que cree que su modelo económico prevalece sobre la Carta Magna. Exagerando, apenas, si proponen implantar la esclavitud (no le están pasando tan lejos) y algún juez les para el carro mencionando la Asamblea de 1813, su enfado sería mayúsculo. Y Su señoría sería tildado de “populista”, mote que esta vez adornó a sus Señorías**.
Lo cabal es que el régimen de ART, pensado sólo en función de las arcas empresarias y las propias aseguradoras, ha sido un fiasco. La seguridad laboral brilla por su ausencia, los accidentes han aumentado. En el caso que resolvió la Corte, un trabajador joven con cien por ciento de incapacidad recibía una indemnización irrisoria. Se trata de una patente vulneración a su derecho constitucional de propiedad, concepto que incluye el derecho a su integridad física. Por lo tanto, el tribunal no podía sino (y por ende debía) decretar su inconstitucionalidad.
Estaba claro, antes de la sentencia, que el régimen legal de las ART debía ser reformado en pos de tutelar mejor los derechos de los trabajadores. La Corte le aceleró los tiempos al Gobierno, que tenía pospuesto para más adelante el cambio legal. Ahora deberá activarlo. La segunda consecuencia de la emergencia en escena de los Supremos, también interesante, es que la correlación de fuerzas ha cambiado. La patronal que no quería modificar una coma, ahora se pone sensible. Con la sabiduría de El Gatopardo acepta mejorar la norma. Pero del otro lado de la mesa, jurisprudencia en mano se sentirán más firmes. En ese cuadro deberá moverse el Gobierno, que ya se puso en acción. El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, dialogó con Kirchner no bien éste llegó de Nueva York. La idea es promover una nueva ley que mejore la anterior, que imponga un cambio de sentido “no dramático”. Algo similar a lo que se hizo con la Reforma Laboral.
Repasando todo el cuadro, un nuevo actor hace agenda política, de modo más institucional y menos mediático que Juan Carlos Blumberg. Buena noticia para la democracia argentina, tan maltrecha ella.
Lo intraducible
Sin necesidad de compartir el entusiasmo del oficialismo y sin “comprar” pronósticos que suenan excesivos de cara a un porvenir pleno de incertidumbres, puede convenirse en que la Argentina luce con más virtualidades que hace un par de años. Tiene gobierno, a veces parece que tiene Estado, tiene una sociedad civil aguerrida a menudo demasiado crispada. Acaso tenga futuro, esa dimensión mutilada desde hace años por una concepción del mundo inmediatista e insolidaria. Acaso en los próximos años comience a construirlo. Por ahora, el futuro es apenas el cortísimo plazo, piensa el cronista. Y ahí le viene a la cabeza la frase de Borges que encabeza este artículo acerca de lo difícil que es entender lo que dice la llanura.

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