EL PAíS › LAS OPCIONES DE LA ARGENTINA EN DEUDA

Conflictos

Lavagna, Kirchner y Fernández dejaron atrás los malentendidos y reformularon métodos de trabajo, aunque no falten terceros en discordia. No hay nueva oferta a los bonistas y sigue la búsqueda de recursos para pagar el rescate al FMI. Los niveles de empleo se acercan a los que dejó Menem y los de pobreza a los de la Alianza, antes del diluvio duhaldista. Pero subsiste un núcleo duro de pobreza que requerirá de otras decisiones. Las difíciles relaciones con Brasil.

 Por Horacio Verbitsky

El ministro de Economía se reunió cada día de la semana con el presidente para dejar atrás los malentendidos y reformular sus métodos de trabajo. Ambos creen haberlo logrado, para disgusto de los acreedores que se asomaron con interés a la brecha que vieron abierta entre ambos. El hecho principal de la semana es que Kirchner firmó el decreto en el que puso en negro sobre blanco que no habrá una mejor oferta para los tenedores de bonos en cesación de pagos, no obstante presiones y vaticinios en contrario. Por su parte, Lavagna avanzó en la selección de las entidades que la llevarán a la práctica. El ministro prefería que de la oferta se encargara el banco Wachovia (creado por colonos alemanes en Estados Unidos hacia el tercer cuarto del siglo 18) y de la realización del canje en Estados Unidos la firma Law Debenture. Pero los bancos asesores recomendaron que ambas partes de la operación quedaran en manos del Bank of New York, que por las dos partes del trabajo cotizó un menor precio que la suma de cada tramo de sus competidores. Como además se firmaría un contrato por la operación, que pondría a salvo de una nueva sorpresa, esa es la hipótesis más probable, si bien no la más grata para Lavagna, después de haber involucrado al BoNY en un presunto complot. Eso suele ocurrirles a quienes hablan con frialdad pero deciden en caliente, a la inversa de Kirchner, a quien se le atropellan las palabras pero no las ideas. Las mutuas explicaciones entre Lavagna y el jefe de gabinete recompusieron la idea de un equipo de trabajo, fracturada en los días anteriores. Uno y otro miraron en dirección a un tercero en discordia, a quien consideran el sembrador de cizaña, y se prometieron ser más cuidadosos en adelante. El tiempo dirá si cumplen y también ayudará a conocer mejor cuál es el margen de autonomía del intrigante que llegó a anunciar por medio de voceros serviciales el alejamiento de Lavagna. La conferencia de prensa conjunta que Lavagna dio con el ministro de Planificación Julio De Vido pareció, en cambio, una sobreactuación.

La desvinculación

La presentación oficial de la oferta hizo pasar de largo los embates locales y externos para que el gobierno endulzara las condiciones a los bonistas, en vez de seguir adelante con su proyecto de desvinculación del Fondo Monetario Internacional. El razonamiento en favor de esa opción tradicional era que así se aplacaría al FMI, de modo que devolviera los desembolsos ya realizados y los por venir. De otro modo habría que recurrir a las reservas y ello podría traducirse en inflación, como sostuvo el infalible pronosticador del pasado Miguel Broda. Lavagna es el menos ortodoxo de los economistas y Kirchner el más conservador de los políticos en términos fiscales. Estas características personales achican, pero no suprimen, las diferencias entre las visiones profesionales de cada uno. El ministro es algo más sensible que el presidente a esa clase de argumentos, aunque sin exagerar. Por la mesa de trabajo presidencial pasaron las cifras que sería necesario oblar en 2005 por concepto de capital e intereses y sin esperanza de reembolso posterior, a cambio de que el Fondo se contente con observar desde lejos los siempre extraños acontecimientos de las pampas chatas. La suma ronda los cuatro mil millones de dólares, en un año en el que además habrá que hacer pagos significativos por aquella mitad del endeudamiento público que nunca entró en moratoria. Entre los casi mil millones de ahorros del Tesoro que maneja Lavagna y las colocaciones financieras del Banco Nación, el PAMI, la ANSES y los diversos fondos fiduciarios, sería posible cubrir una porción sustancial de aquellos compromisos, sin necesidad de echar mano de proporciones inconvenientes de las reservas del Banco Central. Sobre esas hipótesis giraron algunos de los diálogos que su presidente, Martín Redrado, mantuvo en la Casa Rosada.

Tácticas

Nada de esto obsta para que Kir-chner siga explorando otras posibilidades, ante la mirada irónica de Lord Robert por las gestiones que a partir de mañana iniciarán en Madrid la senadora Cristina Fernández de Kirchner y el jefe de gabinete Alberto Fernández. A Lavagna le resulta extravagante que el Rey de España o el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero puedan incidir sobre el director gerente del Fondo, Rodrigo Rato y piensa que es tanto una pérdida de tiempo como de seriedad. La idea, tal como la formuló Kirchner, no consiste en pedir nada, sino en explicar la posición argentina, al estilo de la pedagogía que él mismo practica en sus incursiones de cada semana por el Gran Buenos Aires y el interior del país. La diferencia entre quienes lo escuchan arrobados en esas salidas y las personas sin corazón que manejan las finanzas internacionales no necesita ser explicada.
Ante esos auditorios Kirchner repite su ingenua metáfora del pingüino torpe pero infatigable que no cesa de avanzar pese a los obstáculos de la topografía y la adversidad del clima. También insiste en que el crecimiento de la economía debe distribuirse en forma más equitativa, para que todos los argentinos reciban una parte y se vaya zurciendo el tejido social desgarrado por los experimentos neoliberales sobre seres vivos, y advierte que en ese conflicto de intereses no será neutral. Es cierto que la táctica escogida por Lavagna y apoyada por Kirchner fue opuesta a la de la década anterior. Mientras Menem-Cavallo-De la Rúa buscaban impresionar con pronósticos magníficos que nunca se alcanzaban, éstos prefieren sorprender a partir de presupuestos cautelosos que la realidad luego supera. Esto se explica tanto por el componente psicológico como por la omnipresente negociación externa, que aconseja no ostentar aquello que los acreedores apetecen. Pero aun así, hasta el gobierno está asombrado por los niveles de crecimiento de este año, superiores a los del anterior e indicativos de que la economía se desliza sobre un círculo virtuoso que excede la idea de un rebote natural desde el fondo del abismo.

Porcentajes

Cuando se comunicó el aumento en las asignaciones familiares, el pago adicional a jubilados, pensionados y beneficiarios de programas de asistencia social, fue inocultable que junto a las sillas de Fernández y el ministro de trabajo Carlos Tomada quedó una tercera vacía. Esas bonificaciones implicaron una transferencia del 13 por ciento sobre el total de los ingresos populares, pero por única vez. En cambio esta semana la presencia de Lavagna junto a sus colegas en el momento de anunciarse los aumentos dispuestos para todos los trabajadores privados y una porción sustancial de los estatales fue un mensaje adicional para propios y ajenos acerca de la armonía restaurada. Con un salario promedio de la economía en torno de los 600 pesos mensuales, el incremento dispuesto a partir del 1º de enero implica una transferencia próxima al 16 por ciento, y esta vez en forma permanente. Las patronales percibieron con exactitud la interferencia de esta decisión oficial en las negociaciones paritarias en curso y patalearon a rabiar. Sólo el sector de la paleo izquierda más inmune a los datos de la realidad y el Arca de la Dignidad que flota en su tibio líquido amniótico según un programa de navegación dictado por voces trascendentes, se permite ignorar la forma en que el gobierno está apurando a las empresas. Esto ya se percibía en el incremento de convenios y acuerdos colectivos homologados en el tercer trimestre del año, que superó casi en un 20 por ciento a los del segundo trimestre. En el 95 por ciento de esos convenios se contemplaron aumentos salariales y todos los básicos y categorías iniciales pactadas en ese lapso estuvieron por encima del salario mínimo de 450 pesos mensuales fijado en setiembre. La semana pasada había 150 negociaciones en marcha, en las cuales los reclamos salariales oscilaban entre 80 y 150 pesos. Esto indica que los 100 pesos de aumento no fueron una suma arbitraria, sino un reflejo de aquellas discusiones paritarias, que limpia la negociación, induce una solución y desactiva conflictos. Los de las últimas semanas marcaron la reaparición de las pujas distributivas y de las representaciones gremiales, en lugar de las luchas meramente defensivas y el protagonismo de las organizaciones de desocupados. Esta es una consecuencia deseada de la recuperación económica y del discurso redistributivo del gobierno. Pero al mismo tiempo ha dado lugar a pugnas entre sectores gremiales que parecen tan de otra época como los salarios suficientes para una vida digna. El caso de los subterráneos es paradigmático: un sindicalismo tradicional desbordado por un cuerpo de delegados más representativo, que a su vez perdió el control de una base que debe reinventar las formas de la esgrima gremial, devoradas por la misma ciénaga que el estado de bienestar.

Ingresos

Las medidas anunciadas esta semana sólo llegan de modo pleno a los trabajadores con empleo formal y se corre el riesgo de que cristalicen la tendencia al negreo de las relaciones laborales. Aun así, su impacto no es desdeñable. Al comenzar 2005 los porcentajes de población por debajo de las líneas de pobreza y de indigencia serán equivalentes a los del primer semestre de 2001, cuando Fernando de la Rúa cumplía su promesa electoral de mantener la convertibilidad, y la tasa de desempleo estará por debajo de la que dejó Menem en 1999. Desde el día en que el senador Eduardo Duhalde entregó el gobierno a Kirchner en mayo de 2003, el número de personas a las que técnicamente se considera pobres habrá caído de casi 20 a 14,5 millones, y el de indigentes, de algo más de 10 a un poco menos de 5 millones. O, medido en porcentajes, esas tasas ominosas habrán descendido del 54 al 38,7 por ciento en el caso de los pobres, y del 27,7 al 14 por ciento en el de los indigentes. Esto significa una reducción del 15 por ciento de la pobreza y de casi el 14 por ciento de la indigencia, como se aprecia en el cuadro.
Kirchner sostiene que este proceso debe ser sostenido pero gradual, para evitar el riesgo de la inflación, que en poco tiempo licuaría todas las mejoras, como sucedió en el inolvidable 1975. De ese modo, al cabo de algunos años, se recuperarían indicadores (y con ellos, formas de vida) propios de épocas añoradas. Algunos indicadores advierten que el camino no podrá ser tan lineal y sugieren que este proceso de reversión de los peores efectos de la convertibilidad menemista combinada en forma perversa con la megadevaluación duhaldista, se está aproximando a un límite. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC para una treintena de ciudades muestran la distancia que hay entre los ingresos medios de las familias y la canasta básica del hogar. Si bien las mediciones del INDEC ya publicadas terminan cuando comienza el gobierno de Kirchner, marcan una tendencia muy nítida. El incremento del porcentaje de hogares por debajo de la línea de la pobreza, fue acompañado con una mayor brecha respecto de la canasta básica familiar: cuando ésta valía 548 pesos mensuales, el ingreso promedio era de 305 pesos, con una brecha del 44 por ciento. Dos años después la canasta costaba 766 pesos y los ingresos promedio sólo habían crecido hasta 387 pesos, con lo cual la brecha se acercaba al 50 por ciento. No es lo mismo estar casi a flote que haberse ido a pique. Dicho de otro modo: para dejar de ser pobres, el promedio de ingresos de los hogares debería duplicarse. En la Nueva Argentina posterior al diluvio esto es más que improbable, ya que el ingreso se ha independizado de la condición laboral. Ya no basta con tener trabajo, porque el empleo precario es remunerado apenas con un tercio de lo que se le paga a un trabajador formalizado. Así queda definido un núcleo duro de la pobreza, que parece resistente al gradualismo. Tal vez cuando sólo quede entre un cuarto y un tercio de la población por debajo de esa línea teórica de la pobreza (tal como ocurría al terminar la administración menemista) esa deuda social irreductible haga evidente la necesidad de plantear otro tipo de remedios, sin incurrir en la alquimia del bienestar sin costos que irrita a Lavagna tanto como las profecías del caos.

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