EL PAíS › LA EXPERIENCIA LEGAL IRLANDESA

Sobre la igualdad

Michael McDowell es ministro de Justicia e Igualdad, a cargo de las herramientas legales para luchar contra la discriminación. Un diálogo sobre lo que se puede hacer y lo que no se debe.

 Por Sergio Kiernan

Como suele ocurrir en la Irlanda parlamentaria, su primera definición en la vida es la de diputado del barrio donde vivió toda su vida, Dublín sudeste. Abogado destacado, fue fiscal general y en este gobierno en el que sus demócratas progresistas son parte de la alianza es ministro de Justicia, Igualdad y Reforma Legal. Es posible definir a Michael McDowell como genéticamente politizado: uno de sus abuelos fue Eoin McNeill, uno de los creadores de la Liga Gaélica y los Voluntarios Irlandeses, una organización nacionalista que en 1916 se alzó en armas contra los ingleses aliada a la Hermandad Irlandesa bajo el nombre de Ejército Republicano Irlandés. Paradojas del país, el nieto es parte del gobierno que intenta desarmar la organización que ayudó a fundar el abuelo.
McDowell estuvo esta semana en Buenos Aires para el día de San Patricio, una curiosa costumbre estatal: que ministros y mandatarios pasen el día nacional irlandés visitando comunidades de ultramar o países amigos. Su título esconde que también es funcionalmente ministro de Interior, con mando sobre policías y agencias de seguridad. Pero lo más original es la parte que se refiere a la igualdad que él define en términos políticos: “En este momento, igualdad es fomentar políticas contra la discriminación con una muy amplia ley antidiscriminatoria con fuerte acento en temas de empleo, aunque con aplicaciones más amplias en otros escenarios. Trata de discriminación por razones de sexo, raza, status, orientación sexual, pertenencia a sindicatos, cosas así”.
Irlanda hasta tiene un fuero especializado en igualdad y discriminación, que escucha demandas civiles contra los que discriminan, especialmente en el mundo del trabajo. “Por ejemplo, casos en que una empresa es denunciada por postergar ascensos de inmigrantes o uno que recuerdo de un señor de setenta años al que su compañía de seguros le negaba cobertura para poder manejar. Ganó el caso, fue indemnizado y le corrigieron el problema.” Como el país sigue la vieja tradición del derecho consuetudinario, medio enemigo de códigos y prescripciones detalladas, McDowell explica que la legislación antidiscriminatoria es especial, “acción afirmativa”.
“Si una persona gay es discriminada en el trabajo, la ley le provee una manera de probar qué ocurrió y de buscar justicia, y también de lograr que las empresas y las instituciones del ámbito privado tengan que ser justas en sus actos”, aclara el ministro. Curiosamente para un argentino, la discriminación no es explícitamente un agravante de delitos: “En nuestro sistema los jueces tienen mucha latitud para condenar. El racismo o el perjuicio son elementos que el juez puede tener en cuenta, sin necesidad de una ley especial. Por ejemplo, nuestra ley dice que el asalto con violencia se puede condenar hasta con cadena perpetua. Un juez puede darle de un día a toda la vida de prisión, dependiendo de los agravantes. Nosotros no tenemos un código que le ordene tener o no en cuenta que el criminal estaba borracho, o su edad, por ejemplo. Esto depende exclusivamente del juez.”
Más curiosamente aún, discriminar en sí mismo no es un delito de orden público, un crimen, sino algo estrictamente civil. “No darle una habitación a una persona negra no es un crimen sino un asunto civil accionable ante una corte”, ejemplifica McDowell, que agrega que la ley está pensada para dar herramientas para estos casos. Pero no para punir la discriminación en sí: “Nosotros tendemos a no criminalizar cuestiones de política.”
Con diez años de uso, esta política y sus herramientas legales están empezando a mostrar resultados. “El porcentaje de mujeres que trabajan subió dramáticamente en los últimos diez años, y una de las razones es que las mujeres tienen una serie de derechos laborables que no tenían antes, como licencia por maternidad. El impacto legal en esa área es notable. También creo que tuvimos una influencia positiva en áreas como el racismo en el ámbito laboral y en el ambiente de amplia tolerancia hacia los gay que hay en Irlanda. En parte esto se hizo involucrando ONG, ya que el Estado irlandés no considera positivo establecer institucionalmente la acción afirmativa. Es mejor hacerlo a través de grupos de interés. Yo manejo un presupuesto sustancial para estos proyectos y encuentro que una ONG gay hace un trabajo mucho mejor que yo sobre temas específicos de discriminación. Las ideologías públicas, promovidas desde el Estado, en el mejor de los casos son inoperantes.”
McDowell es también cauto sobre lo que realmente se puede hacer desde la ley y desde el Estado: “Hay que tener mucho cuidado para no ampliar la definición de igualdad tanto, que termine siendo imposible hacer algo al respecto. No tenemos demasiados casos de obesos discriminados, tal vez porque los irlandeses somos más vale gorditos... pero hay que tomar ese tipo de casos con pinzas, como a los casos del malo de la escuela. Si uno permite que todo lo desagradable sea discriminatorio, el concepto queda difuminado y desaparece. No puede ser que toda y cualquier cosa injusta o desagradable de la vida sea discriminación y termine en un tribunal. Hay que ser práctico y seguir en foco. Nuestra ley es muy clara para que no pase que cualquier discusión en un lugar de trabajo termine en juicio”.
Para el ministro, esto se evita siendo “prácticos” y dándoles tiempo a las cosas. “En este momento la Corte Suprema está considerando una apelación de un club de golf condenado por discriminar porque siempre fue un club de hombres. Es un caso que despierta preguntas prácticas. Un equipo de hockey femenino ¿discrimina? Si construyen una sede ¿discriminan? El derecho a la libre asociación tiene la contrapartida de la libertad de disasociarse.

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Ministro Michael McDowell. No penalizar estas cuestiones.
 
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