EL PAíS

Explotar, pero con códigos

 Por Julio Nudler

Los rusos son terribles corruptores, los campeones de la corrupción. Al son de sus balalaikas no trepidan en sobornar para conseguir negocios en las economías emergentes, entre las cuales están incluidos ellos mismos, al menos para la encuesta realizada por la Gallup International Association para Transparency International. Pero, según la misma “investigación”, con todo lo inescrupulosos que son, los rusos –seguidos de cerca en inmoralidad por chinos, taiwaneses y sudcoreanos–, nada son al lado de las empresas locales de un conjunto de quince países investigados, entre los cuales no podía faltar la Argentina. Lo constatado es que las firmas autóctonas de esos mercados periféricos son –según la percepción de los sondeados– un 68 por ciento más proclives a untarle la mano a los funcionarios coimeros. ¿Cuál es entonces la conclusión práctica de los muchos números que aporta el llamado Indice de Fuentes de Soborno (ver nota central)? Poca o ninguna, más allá de verificar que los encuestados hablan muy mal de otros, aunque sin identificarlos, porque tampoco Transparency quiere hacer nombres. “Existen más de 60 mil compañías multinacionales trabajando alrededor del mundo –explican–. Sería prácticamente imposible medir y clasificar a todas estas compañías.”
Establecer que las empresas italianas son más corruptoras que las estadounidenses, pero éstas más que las españolas, no es de gran utilidad. Primero, porque hoy suele ser difícil precisar la nacionalidad de una compañía. ¿Telefónica de España es española? ¿Qué patria tienen los fondos de inversión? Además, si Alemania recibe como nota 6,3 puntos (siendo 10 la limpieza y 0 la suciedad), ¿qué puntaje atribuirle por eso a Siemens, Bayer, Volkswagen o Hochtief? Se supone que la nota es sólo un promedio. ¿En el capitalismo global, cuentan los países o las transnacionales? Clasificar a 21 países es más sencillo que hacerlo con 60 mil corporaciones, pero eso no significa que tenga mayor sentido.
Otra realidad que la encuesta parece obviar es que una porción sustancial del intercambio internacional es hoy comercio intrafirma. Vale decir, operaciones entre vinculadas, contabilizadas a los célebres precios de transferencia, que constituyen a su vez una práctica corrupta, con la cual las multinacionales sitúan sus ganancias en los países donde reciben un trato impositivo más indulgente. En este sentido, les resulta más fácil perjudicar de este modo a un ente recaudador precario como el argentino, que recién ahora está encarando tímidamente el problema, que a los organismos fiscales de las potencias capitalistas, capaces técnica y políticamente de lidiar de igual a igual con las multinacionales y sus asesores.
La corrupción en países como la Argentina (la imagen de la Aduana como un colador, o de las obras públicas –cuando se hacían– como grandes negociados) los debilita frente al mundo. ¿Cómo proteger con aranceles la producción nacional si los importadores pueden saltarse las barreras sobornando a los aduaneros? En este sentido, los países centrales, donde la coima no es un arma para eludir las restricciones, aplican un proteccionismo mucho más eficaz e inexpugnable. Es virtualmente imposible entrar a Estados Unidos, Europa o Japón con productos cuya importación quieran esos gobiernos desalentar. Por algo la encuesta de TransparencyGallup atañe a los medios espurios de que se valen malayos, franceses o belgas para ingresar con sus exportaciones de bienes o servicios a países como Brasil, Filipinas o Marruecos, y no a cuáles procedimientos no éticos recurren los exportadores de Hong Kong o del Reino Unido para lograr negocios en Canadá u Holanda.
En general, políticos y funcionarios venales prefieren recibir sus dádivas en paraísos financieros, desde donde esos recursos negros ingresan en los laberínticos circuitos del lavado, ayudados muchas veces por grandes bancos internacionales. No se trata sino de un negocio más para los conglomerados transfronterizos, y una manera de aumentar sus gananciase incluso de generar fondos no registrados, aptos para pagar cohechos. Finalmente, en los mercados todo se recicla.
Hasta el gigantesco negocio de las “comisiones ilegales”, como las llama Transparency, crea la oportunidad de que se constituya una ONG que se autoproclama, como T.I., “la coalición contra la corrupción”, y que aspira a que las transnacionales compitan entre sí en el Tercer Mundo con armas nobles, a partir de que se aplique efectivamente la Convención Antisoborno, ratificada por todos los países ricos. ¿Por qué tendrán que admitir las multinacionales honradas ese molesto sobrecosto? ¿Por qué dejar en los bolsillos de una gavilla de corruptos algo de las grandes ganancias propias de los negocios que se hacen en los países marginales, donde los mercados funcionan de manera tan imperfecta?

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