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Pegar para negociar, el viejo truco de Vandor

 Por Diego Schurman

En el mundo sindical se la conoce como vandorismo. Es una estrategia de negociación, adjudicada al asesinado jefe metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, que se resume en tres palabras: “Pegar para negociar”. Néstor Kirchner cree que Eduardo Duhalde comenzó a adherir al vandorismo, a endurecer su posición, precisamente porque lo que anhela, más que una ruptura, es un acuerdo.
Los coqueteos con el ministro Roberto Lavagna y el cardenal Jorge Bergoglio, dos hombres de trato difícil con el Presidente. Los mensajes de su mujer, Hilda Duhalde, amenazando competir con Cristina Kirch-
ner. La sugerencia de un abandono de la presidencia del Mercosur para caminar la provincia de Buenos Aires. Todos fueron recientes mensajes del ex mandatario a la Casa Rosada, tirando aún más una soga que nadie sabe exactamente hasta cuándo va a resistir sin romperse.
Kirchner toma nota. Pero no patea el tablero. A pesar de haber sido el primero en mostrarse duro en privado, blandiendo su derecho para el armado de las listas nacionales y gran parte de las provinciales, le escapa al tema –o sea a Duhalde– en público. Y lo mismo hace su mujer. Una evidencia fue el silencio que devolvió ayer en Bet-El a la pregunta sobre su supuesto lanzamiento, el próximo 26, en José C. Paz.
“Antes, cuando nadie hablaba, era la paz que antecedía a la tormenta. Hoy, que se mandan mensajes inquietantes, algunos dicen ‘siempre que llovió paró’. La verdad es que sólo Kirchner y Duhalde pueden frenar esta pelea”, sostienen en la Casa Rosada.
Una muestra del nivel de enfrentamiento fue la ausencia de José Pampuro en el casamiento de la hija de Duhalde, hace exactamente una semana. El ministro de Defensa fue su médico personal, su funcionario de confianza en la provincia y en la Nación. También su confidente en aquellas reuniones en las que nadie participa sin credencial de amigo íntimo.
Al cursar las invitaciones para la fiesta, en la quinta de San Vicente, Pampuro fue ignorado. Quedó atrapado en el círculo selecto de los que –a los ojos duhaldistas– se pasaron de la raya. El diccionario bonaerense es claro respecto de los que no están de acuerdo con “Los Duhalde”, pero es categórico con quienes además salen a cruzarlos en público.
A instancias de Kirchner, el ministro debió ponerse en la vereda de enfrente de Chiche en declaraciones a una radio. Sin nada de ingenuidad, el Presidente le había pedido lo mismo a Aníbal Fernández, el otro funcionario con pasado duhaldista. Entre uno y otro existe una diferencia abismal: el jefe de la cartera de Interior hace rato que se alejó de su ex jefe, Pampuro nunca renegó de su papel de bisagra entre las partes.
Distinto fue el trato de Los Duhalde a Daniel Scioli. El vicepresidente encontró el calor de quienes lo cobijaron en aquellos momentos de tirantez con el kirchnerismo. Ocupó una de las mesas principales del casorio.
–¿Nadie de la Casa Rosada le hizo una observación? –le preguntaron durante la cena que ofreció a los periodistas en su quincho del Abasto.
–No. Yo me llevo bien con todos. Con Kirchner y con Duhalde. Pero nadie me dice dónde tengo que ir y dónde no. Es un tema de dignidad –contestó.
La respuesta de Scioli fue de sentido común. Pero la política no se mueve por sentidos. Y Kirchner lo sabe. Por eso, en un trabajo de orfebrería, condimentado de promesas de obras públicas, el Presidente viene seduciendo al entramado de intendentes que supo presentarse como “la” tropa duhaldista.
En vísperas de elecciones, parece que lo que vale es sumar para ganar. En el Gobierno lo justifican utilizando una figura recurrente: para construir una casa hacen falta ladrillos viejos y ladrillos nuevos. Alberto Fernández no recurrió a esta idea, pero encontró otra para explicar la heterogeneidad del peronismo porteño, donde hay lugar para quienes acompañaron activamente al menemismo. “La diferencia es que ahora ellos se encolumnan con nosotros”, dice el jefe de Gabinete y del PJ capitalino. En la Casa Rosada igualmente suelen poner un límite. Desde su llegada al poder, cada vez que le preguntan dónde se termina la alianza con Duhalde, Kirchner responde lo mismo: “En las mafias”. Obviamente, exceptúa a su antecesor de esa calificación, pero no a todos de lo que en la jerga política se llama duhaldismo.

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