EL PAíS › LA TRIBU QUE VISITO CHICHE DUHALDE

Vida de wichis

El Sauzalito es el último pueblo al norte del Impenetrable chaqueño. La esposa del Presidente lo visitó con el gabinete social y le pidieron hasta agua potable. La vida de una nación que desconfía del criollo y, más, del blanco.

 Por Laura Vales

Visto desde la ruta, el Impenetrable chaqueño es una muralla verde y polvorienta. Un océano de vegetación que crece sobre la tierra reseca, donde casi nunca llueve. Cuando sopla el viento norte, el aire se transforma en una niebla blanca, áspera, hecha de polvo. Cuando el viento no sopla no hay mucha diferencia: la tierra flota de todas maneras como talco y se mete en la boca al hablar. El Impenetrable no se ajusta a la descripción tradicional de una selva, sino que parece más bien un monte árido, interminable. En él, dicen sus habitantes, todavía hay extensiones vírgenes, nunca pisadas por el hombre. En los pastizales vive la serpiente de cascabel y en los árboles hay charatas, pájaros que los indios wichis cazan para cocinar en guisos de arroz, aquellos días en que tienen arroz.
Página/12 recorrió la zona durante la visita que la delegación de Chiche Duhalde con el gabinete social hizo a la localidad de El Sauzalito, último pueblo al norte de El Impenetrable, donde la mitad de la población es indígena y la mitad criolla. Durante los dos días de visita, en los que la primera dama defendió el ajuste pedido a las provincias por el FMI como único camino para “insertarse en el mundo”, los principales reclamos fueron por trabajo, comida y agua potable.
El Sauzalito tiene seis mil habitantes y una población dispersa en varias comunidades cercanas. La mortalidad infantil del 23 por mil. El principal problema es el agua: si bien la ciudad acaba de inaugurar una planta potabilizadora, en muchos parajes el agua sigue siendo tan escasa que los habitantes la beben allí donde la encuentren. Mucha de ella está contaminada con arsénico, con lo cual saciada la sed llega la enfermedad.
El encuentro con los wichis se realizó en una comunidad indígena ubicada a tres kilómetros del casco urbano. Un lugar con tres galpones de paredes blancas y techo de chapa y un patio de tierra central. En uno de los galpones funciona un templo-escuela anglicano. Por lo que quedó escrito en el pizarrón, los chicos habían estado repasando la letra CH: “Chiva - Chancho - Chuhut (araña en wichi)” se leía en él. Y arriba de todo, con letras mayúsculas: CHICHE.
En el patio, visitas y visitantes se acomodaron en círculo. Las dos máximas autoridades (la primera dama y la intendenta de El Sauzalito, Rosalinda “Nené” Cabrera) fueron homenajeadas con el lujo mayor: dos sillas y un lugar bajo la sombra.
Se notó que los representantes indígenas estaban bien organizados para elevar sus pedidos al Gobierno. Cada comunidad entregó cartas relatando su situación y reclamando lo urgente, y algunos hicieron firmes copias de esos pedidos: “Agradecemos el subsidios para desocupados, pero queremos palas y hachas para trabajar, ya que eso es lo que hemos hecho durante siglos”, dijo uno de los delegados. Otro solicitó “un médico, una ambulancia y una heladera”.
Nené Cabrera, la intendenta, hizo llorar a toda la delegación oficial.
La funcionaria recordó que la mujer del presidente de esa comunidad, Clarisa, había muerto pocos meses atrás por falta de un vehículo para trasladarla hasta el hospital. Pidió a los presentes “mantener la voluntad de vivir” y permanecer vinculados en ese esfuerzo con tanto sentimiento que se largó a llorar con el micrófono en la mano.
Las sociólogas de la comitiva oficial llegada desde Buenos Aires fueron las primeras en imitarla. Un secretario de camisa y zapatos lustrosos las siguió, los ojos clavados en el piso para disimular. Una colaboradora del staff, de pañuelo al cuello, se sonó la nariz con un sollozo. En un dos por tres, todo el universo Chiche estaba llorando. Ella aguantó hasta despedirse, pero apenas llegó a la combi que esperaba en la puerta se encerró a llorar en privado. Con un gesto a través del vidrio pidió a los medios que no la fotografiaran.
Los wichis observaron imperturbables. “Nos ven como enemigos”, dijo camino de regreso a la ciudad un funcionario local. “Acá existen muchas barreras para la integración como comunidad. Entre los ellos y los tobas, para empezar, hay viejos rencores. Hacia dentro, los wichis están divididos en católicos y evangélicos, pero los evangélicos tienen a su vez siete ramas distintas. Cuando un grupo consigue establecerse, unidos por la misma religión y lazos de parentesco, forman una asociación y nombran a un presidente. Esos presidentes de las comunidades son quienes establecen el vínculo con el Estado. Pero de cara a nosotros también hay problemas y divisiones. Ellos nos clasifican en criollos y blancos, y en ese esquema los blancos somos considerados lo peor de todos. Una barbaridad”, opina el funcionario sin argumentar por qué, “pero es así”.
En la plaza de El Sauzalito una decena de camionetas 4 x 4 se calientan al sol. No son del lugar, sino de los legisladores y secretarios de gobierno que llegaron para inaugurar una planta potabilizadora de agua. Cuando la visita termine, en el pueblo lo único que se volverá a ver son bicicletas. La plaza es una manzana de tierra con dos únicos símbolos: la bandera argentina y un busto de Eva Perón, sin indicación de la fecha en que fue colocado. El busto de Evita es enteramente blanco y el sol lo hace brillar. El Sauzalito es un pueblo nuevo con una población antigua. Lo refundaron en los ‘70, luego de una inundación del río Bermejo que se comió la ciudad original. Como la ciudad, la mayoría de los caminos que comunican las distintas poblaciones se abrieron en la década del setenta. Las rutas fueron obra de la dictadura que quería controlar militarmente la zona.
“Temían que la guerrilla se hiciera sólida dentro de El Impenetrable y trazaron vías para poder mover tropas rápidamente”, cuenta José Luis Storani, secretario de Coordinación y Planificación del Chaco. “Acá, en El Sauzalito existió un campamento montonero. En la zona trabajada la hermana Guillermina, una monja dura, de las que andaban con el 45 en la cintura. A los militares se les ocurrió que querían fundar una ciudad y lo hicieron a unos kilómetros de El Sauzalito. La bautizaron Fuerte Esperanza, la hicieron con una plaza igual al logo del Mundial ‘78, la pelota y las manos alrededor. Para la fundación viajó Jorge Rafael Videla”.
Fuerte Esperanza sigue existiendo, es la segunda localidad gobernada por una mujer, Isabel Duarte, peronista, esposa de un policía.
De Fuerte Esperanza es también Viviana Pereira, 29 años, integrante de la comunidad wichi. La mujer viajó los 100 kilómetros que separan su paraje de El Sauzalito para acercar un reclamo por los planes Jefes y Jefas de Hogar, ya que “de 500 solicitudes sólo 100 personas recibieron el subsidio”. Para la joven, madre de cuatro hijos, el principal problema es la falta de trabajo, “que nos tiene comiendo pescaditos y pájaros”. En el lugar, dice, ni siquiera tienen una huerta por falta de semillas. Beben agua del río ubicado a mil metros. No hay electricidad, ni teléfono, ni vehículos para moverse en caso de enfermedad. La última muerte en su comunidad se produjo el mes pasado: fue un bebé de cuatro meses; lo enterraron sin saber siquiera por cuál enfermedad lo habían perdido.

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Los wichi todavía estaban golpeados por la muerte
de un nene que no pudo
ir al hospital: no había en qué llevarlo.
 
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