SOCIEDAD › LA NUEVA RED CLANDESTINA DE VENTA DE BASURA SURGIDA TRAS LA CRISIS

Un negocio sin desperdicio

Tras el aumento del precio de reventa del papel y el cartón, camiones vinculados a papeleras toman la ciudad cada noche: traen gente y carros para levantar basura y balanzas para pesarla. Cuentan que hay zonas asignadas y que se pagan protecciones a la policía.

 Por Alejandra Dandan

El carro va esquivando autos en Junín y Viamonte. Son las ocho de la noche. “Si yo pudiera hablar”, dice primero el cartonero y después se anima: “La policía te para, te pregunta con qué camión estás, si vas solo te sacan el carro”. Sólo en jurisdicción de la comisaría 17 de la Capital Federal se detienen todas las noches, entre las ocho y las once, 50 camiones satélites del mundo cartonero. Las jurisdicciones policiales no son un dato menor: ahora delimitan el nuevo mapa del cartón. Los cirujas ya no pueden moverse solos, necesitan “afiliarse” a los camiones que trasladan carros o compran el papel en la calle con cobertura policial. Los camiones crecen asociados a algunas papeleras, una de las industrias más afectadas por la devaluación del peso. El año pasado Argentina gastó 100 millones de dólares en la importación de papel mientras nadie pensaba en reciclar el usado. Ahora eso cambió. El valor del papel se triplicó desde diciembre y sus desechos son una de las únicas fuentes de empleo en expansión. Mientras los cartoneros denuncian operativos de quita de carros y extorsión policial, Página/12 registró el paso de las brigadas entre los camiones y el cobro de cuotas semanales de 80 y 100 pesos que garantizan la liberación de la zona.
La cooperativa de cartoneros El Ceibo empezó a estudiar el tema cuando comenzaron a advertir los torrentes de camiones estacionados en las calles. Son transportes de cargas, acoplados, combis, colectivos o chatas viejas. Estacionan durante cuatro horas para llevarse una carga de unos 8000 kilos de papel. Van y vienen del conurbano todos los días o salen desde los depósitos ubicados en Barracas y Pompeya. Algunos llegan cargados de carritos, otros trasladan entre 20 y 30 personas para juntar cartón. Pero también están aquellos que llegan vacíos y se instalan en una esquina de la Capital esperando con una balanza la carga de los carros y las bolsas de arpillera.
En la esquina de 25 de Mayo y Corrientes la luz de una bujía ilumina las bolsas que van pasando sobre una vieja balanza guardada dentro de un camión. La imagen se sucede a pocas cuadras de Plaza de Mayo, y va barriendo los recuerdos de una ciudad diurna afiebrada por las corridas de la Bolsa, los arbolitos y el cambio. A esta hora la city desaparece: se vuelve propiedad del mundo que vive corrido del asfalto el resto del día.
Los cartoneros que ahora esperan viajan todos los días desde Lanús. Empezaron hace unos meses, aunque antes tenían la parada en una esquina más concurrida. Hace unas semanas la policía los corrió: “Y no alcanza con pagarles. La Primera se lleva los ochenta pesos pero cuando las papeleras la presionan –cuenta una mujer– te sacan igual”.
Las paradas tienen precio y eso es una de las primeras reglas. Las cuadras están jerarquizadas, el valor cambia de acuerdo a los desechos arrojados por los edificios del lugar. En cada esquina los arreglos son distintos y la parada se vende al mejor postor.
Off shore
El tránsito de camiones papeleros se expandió desde la devaluación del peso por el aumento del precio del cartón. En diciembre el kilo de diario o papel color estaba 0,06 centavos, hoy el mismo kilo y el mismo papel se paga 0,30. La rentabilidad es seductora. No sólo tienta al escuadrón de changarines que arrastran sus carros entre la basura y no sólo beneficia a la industria del papel. En la cadena de producción-recuperación participan policías, porteros de edificios, las papeleras y los galpones o depósitos de acopiado.
El volumen de ese mercadeo nocturno que se dispara en la ciudad es un estorbo para muchos. En los últimos días, Cliba, una de las empresas concesionarias que recogen los residuos, se refirió por primera vez al tema nombrándolo como “organización”: “Los camiones no son parte de la pobre gente que vive de la basura –dijeron a Página/12–, ahora estamos hablando de una organización de recolección paralela y clandestina”. Las cuatro empresas oficiales presienten el mismo problema: temen que el aumento de changadores y de camiones corroa su facturación. Las empresas cobran por kilo recolectado y desde febrero, poco antes de la entrada masiva de las legiones de camiones, los kilos de basura arrojados por los porteños fueron bajando por la caída del consumo. En ese momento, Cliba había perdido en el micro y macro centro 23 por ciento de los kilos de basura recogidos el año anterior.
Los camioneros lo admiten: la organización incluye el control de un territorio propio. En la Capital se ordenan guiados por los límites de cada seccional. Para obtener un pase libre, pagan: una vez por semana o fraccionado en dos partes. La policía la recoge con servicio a puerta a puerta: “Los miércoles y los viernes tocan la puerta del camión y pasan a cobrar entre las 20.30 y las 23.00”, cuenta José E. T., uno de los camioneros protegidos. Para ellos la cuota es un seguro de vía doble: por un lado ganan tranquilidad en las horas de trabajo y por otro garantizan una suerte de regencia sobre la zona. Desde que aparecieron, los cirujas no pueden moverse solos con sus carros. Están obligados a incorporarse a la comunidad protegida. La pena para quien viola ese mandato es certera: prevé la quita del carro o la quema.
El martes 21 el padre Ernesto, de la parroquia Madre del Pueblo del Bajo Flores, caminaba desde Independencia hacia Plaza de Mayo buscando al grupo de cartoneros de su barrio que marchaba hacia el centro. “Ayer la policía les sacó los carros a tres cartoneros del barrio y los quemó –dijo a Página/12–. Acá los cirujas aún se mueven solos, sin protección policial ni camiones.” El padre Ernesto no sabe de dónde llegó la orden para cortarles el paso, pero está convencido de que existe una estructura política sobre la policial. “Ahora los quieren sacar también de Rivadavia –dice–, no van a dejar trabajar tampoco en la zona de Devoto.”
El gobierno porteño ya anunció que planea una reorganización del trabajo del cartón y la aplicación de las últimas disposiciones para impedir la entrada y circulación en la Capital a los carros tirados por caballos. Las restricciones también girarán en torno a los carros del centro.
Esa noticia circuló rápidamente entre los cartoneros de la Capital. Con las nuevas medidas, la protección policial aparece como la única vía de cobertura sólida para trabajar durante algunos meses más. En eso anda ahora uno de los cirujas de la Facultad de Medicina. Esta semana lo sacaron de la avenida Santa Fe cuando se metió con su carro. Cuando la policía lo vio no le pidió su nombre: “Querían saber de qué camión venía”, dice. Ahora se va hacia el centro, donde todavía hay garantías. En ese radio trabajan los depósitos más grandes, y los cartoneros más viejos. Antes de irse menciona a dos: “Souto y Meza”.
Los cartoneros de Meza
Meza es Alfredo Meza, empleado con relación de dependencia hasta la década del 80, creció amparado por la industria del papel. Es uno de los intermediarios más fuertes de la Capital, donde controla la recaudación de 200 cartoneros que todas las noches entregan la carga en la esquina de la plaza Roberto Arlt, en Esmeralda y Rivadavia. Meza trabaja con “una papelera de Bernal” propiedad –de acuerdo a su propio relato– “del padre de un senador del PJ”. Esa asociación no es arbitraria: Alfredo Meza se jacta de sus contactos con el peronismo y con la cúpula de la gobernación de la provincia de Buenos Aires durante el mandato de Eduardo Duhalde. Frente a la plaza trabaja hasta la madrugada con absoluta libertad. Tiene dos contenedores de la papelera estacionados sobre la calle Esmeralda, esperando la carga de la gente. Está sentado en la vereda, protegido porsus hombres de confianza. Sobre un mostrador improvisado en la calle recibe la carga cirujeada y va pensándola sobre una balanza inmensa tendida en medio de la vereda.
Meza pesa los bultos, toma nota con una calculadora en la mano y el lápiz que lleva cruzado en la oreja. Cuando termina saca unos patacones de su riñonera y les paga a los hombres del barrio.
–¿Y ustedes se preguntarán por qué no me sacan de acá? –dice con justa inquietud.
–¿Por qué?
–Porque no pueden: estamos preparados para todo, incluso para resistir. Tengo dos bidones de nafta, si me sacan quemo todo. Somos 200, somos más, somos 250, no hay trabajo, no hay comida, no nos pueden sacar.
Sin embargo, a Meza no lo preocupan tanto los cartoneros sino sus negocios. No sólo amenaza con un juicio a quien intente fotografías de su balanza: también prohíbe registrar los contenedores de la papelera y su propia cara estampada contra las vidrieras ya cerradas del microcentro. Sin esa estructura estaría perdido.
–¿Cuánto paga por el papel? –pregunta este diario.
–Como todo el mundo: pago 0,37 centavos y lo vendo 0,41. Con el cartón y el papel de color hago lo mismo: se los compro a 0,17 centavos y lo vendo a 0,22.
Pero Meza no paga igual que sus colegas: paga un tercio menos. Cualquier depósito por el kilo de cartón paga 0,55 y 0,60 centavos y por el papel diario o de color a 0,30 o 0,32. Por cada kilo de diario, Meza se queda con 0,10 centavos y por cada kilo de cartón con 0,20.
Alrededor nadie protesta. Un patrullero que está de ronda nocturna desde hace rato en las calles del centro se detiene en la esquina de la Roberto Arlt. Del coche baja un policía, se para en la esquina y grita el apellido del viejo:
–¡Mezaaaaaa! –dice bien fuerte–. Vení un momento.
El patrullero está al tanto de la presencia de Página/12. Otro de los camiones cartoneros estacionado a dos cuadras de ahí pronunció el nombre del diario cuando el patrullero se detuvo frente al chofer. Aunque nadie sabe qué hacen ahora en la plaza parecen preocupados por la difusión del tema de las cuotas. A las 22.40 el móvil 204-3 de la comisaría 4ta abandonó el lugar. En ese momento, Meza regresó de la esquina con un mensaje: negar el tema de la protección policial: “Supe que por la zona andan diciendo que la policía les cobra a los camiones –dijo– esas son todas mentiras: lo que quiero decirle es que, como habrá visto, son los únicos que nos vienen a proteger”.

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Las balanzas se instalan en la calle: allí se pesa el papel y el cartón que venden a los camiones.
 
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