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El Presidente archivó su renuncia recién después del voto de Maqueda

El día de Duhalde pintaba tranquilo: Matzkin le había adelantado el resultado. Pero la llegada de Lázaro Chiappe, en un avión enviado por Kirchner, ensombreció el panorama. Alivio al final.

 Por Diego Schurman

El silencio se apoderó del despacho. Pero Eduardo Duhalde no quiso extender demasiado el misterio.
–Va a ser 34 a 34. Y el penal lo patea Maqueda... y lo yerra –aseguró, con chanza incluida.
No era un vaticinio. Acababa de telefonearse con Jorge Matzkin. Y el ministro del Interior, atrincherado en el Congreso, le cantó los números como si hubiese ganado la lotería. Recién entonces, cuando todos supieron que los senadores terminarían derogando la Ley de Subversión Económica, comenzó a disiparse la idea de la renuncia del Presidente.
El paraninfo elegido por Duhalde para seguir la sesión fue una pequeña salita contigua al despacho de José Pampuro. A cada minuto, el secretario privado le acercaba información de primera mano, sin dejar de manipular el control del televisor.
El Presidente cotejaba alternativamente en Crónica TV y TN los datos que le hacían llegar sus principales laderos. A la hora del almuerzo, sus séquito había engordado. Además de Pampuro, llegaron prestos a hincar una carne un poco pasada los secretarios General, Aníbal Fernández, de Medios, Carlos Ben, el diputado Daniel “Chicho” Basile, y el secretario de Legal y Técnica, Daniel Arcuri.
En varias oportunidades, Duhalde prefirió chequear personalmente el desarrollo de las negociaciones. Habló con el titular del bloque de senadores del PJ, José Luis Gioja. Y también con otros legisladores, entre ellos Miguel Angel Pichetto y Marcelo López Arias.
Para distender, en esa pequeña mesa redonda se habló de fútbol.
–Yo le tengo una fe enorme a la Selección –dijo sobre la suerte del equipo. Y pasó a reclamar la titularidad de Javier “Pupi” Zanetti. No era para menos: se trata del único jugador que pasó por Banfield, el club de sus amores.
Aprovechó el debate para saber si el Mundial finalmente sería transmitido en todo el país. Y, cuando tuvo la confirmación, comenzó a discutir fuerte con sus interlocutores hinchas de Boca.
El punto de coincidencia llegó a la hora de lamentar la muerte del periodista deportivo Horacio García Blanco. Fue cuando interrumpió Fabián Bujía, uno de los colaboradores históricos del Presidente, para anunciarle el llamado de un gobernador norteño. Increíblemente, de lo que menos hablaron fue de política.
Con la mirada puesta en el televisor, analizó el viaje de hoy a Entre Ríos, donde participará de la colación de grado de la Universidad Adventista. Fernández le acercó los detalles del evento. Luego se avanzó en la confección de un proyecto de ley que hará ruido en los próximos días pero que ninguna fuente se animó a develar.
Después del postre –helado y torta con gelatina–, Duhalde se levantó para ir al baño con el semblante cansino. Amagó con una siesta.
–Capaz que descanso –amenazó.
Pero nadie se movió de su silla. Enseguida invitó a una y otra ronda de café.
El clima tomó un pico de tensión cuando se supo que el gobernador Néstor Kirchner había facilitado la llegada del senador liberal correntino Lázaro Chiappe al Congreso. Molesto, Duhalde aflojó su corbata. Chiappe, obviamente, se sumaba al lote de los que se negaban a derogar la Ley de Subversión Económica.
Ardieron los celulares.
–La matrícula es LVWLS, Situation 2, un avión sanitario de Santa Cruz -informó, servicial, uno.
–Hay que decir que ese traslado insume un gasto, por lo bajo, de 10 mil pesos –atizó otro.
Duhalde insultó a los cuatro vientos.
Norberto Rafetti, otro de sus colaboradores, iba y venía con los celulares. Del otro lado no sólo se escuchaban justicialistas. También algunos radicales.
Llegó la hora del mate. Comenzó a cebar Carolina, secretaria de Pampuro.
–Si se cae la ley, nos tenemos que ir –alertó el Presidente, furioso. Una cercanísimo colaborador suyo confió a Página/12, aproximadamente a esa hora, que si la norma no era derogada, convocarían a elecciones hoy mismo. “Cuando vos le decís a tu mujer que si no hace algo te vas de casa, si tu mujer no lo hace, te tenés que ir”, metaforizó. Esta vez olvidó las críticas contra los gobernadores que lo presionan para llamar elecciones una vez que cumpla con los compromisos asumidos ante el FMI. “A mí no me van a agarrar de boludo para que yo les sirva las cosas”, había dicho sobre ellos días atrás.
Prefirió evacuar inquietudes sobre las alternativas de la reunión matinal con Roberto Lavagna. Con el ministro de Economía ultimó los detalles del decreto que permitirá levantar el corralito.
–Todavía no dan los números –le dijo Fernández sobre un panorama que, a principio de la tarde, todavía era sombrío.
Pidió por segunda vez que le informasen del precio del dólar. Ya marcaba una leve suba.
Le habló al jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, quien se había escapado al Senado para hacer lobby. Cortó y se entregó a un mate.
Se comunicó con Matzkin. Intercambiaron opiniones sobre Felipe Solá y Carlos Reutemann.
–¿Cuándo firman? –inquirió sobre el momento en que los gobernadores bonaerense y santafesino rubricarán el pacto fiscal.
–Ya confirmaron que el lunes –le dijo atento el ministro del Interior del otro lado del celular.
El propio Matzkin le regaló minutos después los números salvadores que garantizaban el triunfo. El rictus de Duhalde desapareció y, por transitividad, relajó a los presentes. Hubo sonrisas y también algunos chistes. El más descriptivo de la incertidumbre que hasta entonces se estaba viviendo en la Casa Rosada fue el de Basile.
–Ojo que si Maqueda patea el penal vamos a tener que llamar al helicóptero igual –se subió al tren de su jefe, ironizando con una huida al mejor estilo De la Rúa.
Cuando el senador cordobés pateó el penal, Duhalde ya estaba en Olivos entrenando para otro partido.

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El Presidente Duhalde siguió por televisión las alternativas de lo que ocurría en el Senado.
 
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