EL PAíS

De cómo sobrevivir con alegría y en conjunto

Ciento doce ex presas políticas de la dictadura presentarán hoy en la Feria del Libro su obra Nosotras, presas políticas. Cartas, testimonios, dibujos y poemas muestran la estrategia de resistencia.

Mientras una presa política hacía de campana, el resto organizaba una obra de teatro dentro de la cárcel en plena dictadura. “Un domingo a la tarde estábamos al fondo del pabellón representando, cuando entró la celadora. No hubo tiempo de desmontar todo, así que dos compañeras quedaron ahí disfrazadas de caballo de circo y de payaso. Discutían y discutían con la bicha sin sacarse el disfraz y creo que fueron así al calabozo. La risa era un arma”, relata una de las cartas de las 112 ex presas políticas de la dictadura que presentarán hoy a las 19 en la Feria del Libro una obra colectiva, Nosotras, presas políticas, donde a través de testimonios, cartas, dibujos, poemas, tarjetas de Navidad que escribían desde la cárcel para sus hijos, entretejen la historia de quienes resistieron encerradas. “Nosotras queremos contar cómo sobrevivimos con alegría y en conjunto”, explica Blanca Becher, que estuvo ocho años detenida.

“Algunos debieron abandonar el país, otros fueron secuestrados y sumaron sus nombres a la lista de desaparecidos. A nosotras nos encarcelaron”, se definen en el prólogo del libro. En la dictadura hubo 10 mil presos políticos, de los cuales 1200 eran mujeres, que fueron concentradas en la cárcel de Devoto. Allí llegaron de distintas partes del país: Rosario, Córdoba, Salta, Chaco, de comisarías que ya eran campos de concentración. Presas torturadas, presas blanqueadas, militantes de Montoneros y del PRT ERP, de diversos partidos de izquierda, gremialistas, docentes, artistas, abogadas, campesinas de las Ligas Agrarias. En Devoto las concentraron como rehenes. Y allí resistieron entre 1974 y 1983.

“El primer simulacro de fusilamiento fue el 24 de marzo de 1976. Nos sacaron al patio con nuestros hijos, y nos tuvieron allí, por horas, militares con perros y fusiles mientras escuchábamos el llanto de nuestros niños. Luego nos reintegraron a los pabellones, de los que habían sacado todo lo que creían peligroso: revistas, radios, una guitarra”, recuerda Nelfa Suárez. “Nos prohibieron la gimnasia, pero hicimos igual, y armamos cursos de historia, economía, inglés”, detalló. Lograron hacer café con porotos molidos o depilarse con una mezcla de azúcar con limón. Se comunicaban con palomas, pequeños mensajes en papel de cigarrillo atados a un hilo, que bajaban por las letrinas o por las ventanas.

Los militares prohibieron los libros, pero ellas los transcribieron en papeles diminutos llamados caramelos, donde también sacaron las primeras denuncias de las masacres de presos políticos: de Margarita Belén en Chaco, de Palomitas, en Salta, y los fusilamientos en Córdoba. Las celadoras iniciaron requisas para descubrir los mensajes. “Nos exigían bajarnos la bombacha. Y nos negamos. Fue una decisión colectiva. Eso significó una batalla ganada”, explica Suárez. Se arriesgaron a golpear los jarros contra las rejas y a gritar al barrio cuando sacaron a un grupo de presas como rehenes hacia Córdoba por un viaje que hacía Jorge Rafael Videla. “Cuando sacan a las compañeras hicimos un jarreo furioso, lo que nos significó el calabozo a muchas. Nos subimos a las ventanas y denunciábamos sus nombres y los teléfonos de sus familiares”, recuerda.

En 1977, los militares idearon un plan para dividir a las presas en tres grandes grupos, que se llamaban G1, G2, G3 y en ellos se las clasificaba en “irrecuperables”, “casi recuperables” y “recuperables”. Cuanto menos número, más duro el régimen carcelario. “Las recuperables tenían gimnasia y visita de contacto con los hijos. Nosotras teníamos visitas en locutorios vidriados, que nuestros nenes siempre querían romper, y hablábamos por un teléfono. Era muy doloroso ver a las otras abrazar a sus hijos”, recuerda Carlota Marambio, otra de las autoras. “La unidad fue difícil entre tantas compañeras. Lo que yo rescato es que, de común acuerdo, de la reja para afuera éramos una sola”, destaca Suárez.

El libro empezó en 1999, con el empuje de una ex presa, Mariana Crespo, que murió en 2000. A ella está dedicada esta obra colectiva. “Trabajamos de a grupitos, mandándonos mails, conversando, recordando por todo el país”, explica Becher. Se hicieron cientos de entrevistas, se tipearon cerca de dos mil cuatrocientas cartas. La tarea de recuperarlas fue ardua. “Algunas, la familia las quemó, otras están borroneadas por las lágrimas y las tuvimos que transcribir con lupa”, describe. “Las cartas eran el puente con la libertad y con la sociedad”, sintetiza Marambio.

La experiencia colectiva tiene como antecedente el libro Detrás de la mirilla, de los ex presos políticos de Coronda. Como en esa obra coral, Nosotras... permitió que las ex presas recuperasen lazos: “Hay compañeras con las que no nos vemos desde hace 30 años, que viven en Francia o en Suecia. Con la presentación, vivimos días de reencuentro en reencuentro, de llanto en llanto”, explica Becher. Cerca de 300 presas vinieron de todas partes del mundo para la presentación de hoy. Luego se trasladarán al Hotel Bauen, donde las cartas se devolverán finalmente a cada una de las que formaron parte de ese “nosotras”, que fue una palabra para resistir.


Informe: Werner Pertot.

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Dibujo del pabellón de presas de Devoto.
 
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