EL PAíS › PANORAMA ECONOMICO

Unas décimas más

 Por Alfredo Zaiat

Los dos indicadores económicos que se conocieron esta semana convocaron a los peores fantasmas del modelo de los ’90. Fuerte crecimiento económico con aumento del desempleo en un contexto de desigualdad en la distribución del ingreso. Si bien es cierto que las cifras de desocupación del primer trimestre de este año no son desastrosas, tampoco son buenas. Reflejan una suba respecto del último trimestre del año pasado, que dada la corta vida que tiene la actual serie de la muestra, a los especialistas les resulta difícil encontrar una explicación contundente sobre ese comportamiento. La respuesta inmediata sobre la estacionalidad parece relativa teniendo en cuenta el comportamiento del primer trimestre de 2004 en relación con el inmediato anterior, que registró una baja de unas décimas en el desempleo. Incluso en el del 2005 hubo un alza del desempleo de 0,9 puntos porcentuales de un período a otro, mientras que en el del 2006 la suba fue de 1,3 puntos. Este juego de números indica que en un contexto de fortísimo crecimiento económico la variación del incremento de la desocupación entre esos trimestres sucesivos de un año a otro aumentó un 45 por ciento. Resulta una señal del comportamiento del mercado laboral a tener en cuenta para no caer en un inconveniente exitismo por el crecimiento del Producto. Una cosa es crecer, otra el desarrollo y otra el progreso. Uno de los economistas argentinos más respetados de la academia a nivel local e internacional, Julio H. G. Olivera, precisó al respecto, en la apertura del encuentro del año pasado del Plan Fénix, que “un país puede crecer sin desarrollarse, y puede crecer y desarrollarse sin progresar”.

Como en muchas de las iniciativas en materia económica que tiene el Gobierno y en casi todos los indicadores que se difunden en el actual ciclo alcista, el recipiente puede analizarse por el espacio lleno o detenernos en el que está vacío. Detenerse en uno sólo conduce a conclusiones distorsionadas. Puntualizar ambos es una evaluación necesaria para poder interpretar la tendencia de una determinada estrategia. Si la comparación es interanual, el desempleo bajó 1,6 puntos, síntoma de que la economía sigue creando puestos de trabajo, pero a un ritmo más moderado que en los tres años siguientes desde la salida de la crisis. De todos modos, la desocupación continúa en niveles elevados (11,4 por ciento con Planes Jefes, y 14,1 sin ellos). Esto implica que se está en presencia de un grave problema estructural. Pese a la persistente caída desde el peor momento de la crisis, este nivel de desocupación sigue teniendo características inéditas para un país que en toda su historia previa había requerido el concurso de inmigrantes para satisfacer la demanda del mercado de trabajo. Este fenómeno contrasta con la tradición de pleno empleo, e incluso de exceso de demanda por sobre la oferta de mano de obra, que caracterizó desde su formación al mercado de trabajo local y que se prolongó durante más de un siglo, desde fines del siglo XIX –cuando el problema se resolvía con el recurso de la inmigración masiva– hasta inicios de la década pasada. Visto en perspectiva, el salto de la desocupación que se describió en 1989 registra una primera ruptura del mercado de trabajo –respecto de sus condiciones históricas–, que se consolidó luego como fenómeno nuevo y puede considerarse indicativo de la presente historia económico-social de la Argentina.

La comparación del actual comportamiento de los indicadores laborales con los registrados en la convertibilidad, entonces, es una agradable práctica de autosatisfacción. Esos ejercicios, como el presentado a mediados de semana por el Ministerio de Economía (Crecimiento industrial y empleo: un análisis comparado. Argentina en los ’90 y el Modelo Productivo), forman parte de la batalla cultural contra el pensamiento de los ’90. Puede ser que no haya que detener esa pelea para evitar ese regreso, con el elenco conocido de economistas agazapado pronosticando lo que invariablemente no se cumple. Esa tarea constituye apenas un capítulo de la puja política, pero es insuficiente para comprender en toda su magnitud lo que está pasando en el mercado laboral. Es probable que en el último trimestre del año se perfore la barrera y se alcance el dígito en la tasa de desempleo. Pero también hay que tener en cuenta que en los dos últimos años en el primer trimestre se produce un salto del índice, que lo llevaría nuevamente a los dos dígitos. En esos registros se incluyen los planes Jefas y Jefes como ocupados. Por lo tanto falta bastante para consolidar a la economía en un zona de un dígito de desempleo sin la distorsión de los programas sociales. Con supuestos optimistas (crecimiento de 6,0, 5,0 y 4,5 por ciento para los próximos tres años, respectivamente, una tasa de actividad estable y una elasticidad Empleo-Producto similar a la del año pasado de 0,4), el Estudio Bein y Asoc. calculó que la tasa de desempleo descendería al 5 por ciento recién en 2010. Nivel que se alcanzaría si las calificaciones de la oferta se ajustan a las necesidades de la demanda, lo que implica una mayor capacitación de la fuerza laboral.

Esa es una de las principales restricciones a una reducción más acelerada de la desocupación. Los especialistas sostienen que en algunos sectores se arribó a lo que se denomina desempleo friccional o pleno empleo. La falta de calificación, que se explica en parte por la elevada duración del desempleo –casi 12 años con tasas por encima del dígito–, y el modelo de destrucción productiva de los ’90 generaron una profunda fragmentación del mercado laboral. Según el Indec, la tasa de desempleo por nivel educativo muestra que en el sector universitario se ubica en 4,5 por ciento. La otra cara de esa moneda es que el 84 por ciento de los desocupados son antiguos trabajadores, lo que revela la dificultad de reinsertarse en el mercado por la carencia de calificaciones.

Unas décimas más, unas pocas menos, de la tasa de desocupación no cambiará ese diagnóstico. Como en la mayoría de las cuestiones económicas, no existe una única causa ni una exclusiva receta, sino que se presentan varios factores que se han interrelacionado para definir un escenario determinado. Por lo tanto, se requiere de políticas variadas para abarcar las diferentes particularidades que se presentan. El mercado laboral tiene tal complejidad luego de los ‘90 que confiar solamente en el modelo “dólar alto + planes asistenciales con capacitación” como dinamizador del empleo resulta una estrategia insuficiente.

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