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El variopinto peronismo en todo su esplendor callejero

“No hay que apresurar las contradicciones”, repetía un sesentón bonaerense, conocedor del movimiento. Las columnas respetaron la organización y los empujones quedaron relegados a la anécdota.

 Por Martín Piqué

Detrás de una soga, con los brazos enganchados como tenazas, los encargados de seguridad del Frente para la Victoria bonaerense vieron por fin la plaza. Avanzando por Avenida de Mayo, habían llegado a Bolívar y al costado del Cabildo. “Che, ¿ahora hay que empezar a cantar ‘qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?’”, preguntó entonces entre risas un sesentón canoso, barba y pelo largo. Tras el cordón marchaban jóvenes y desocupados de Libres del Sur, Movimiento Evita y Frente Transversal Nacional y Popular, las organizaciones sociales K. En primera fila iban funcionarios de la provincia, entre ellos el gobernador Felipe Solá. “En el ’74, cuando estábamos justo en este lugar, Dardo (Cabo, dirigente de Montoneros asesinado en la dictadura) nos decía: ‘Compañeros, no se vayan’. Pero los negros se daban vuelta y se iban”, recordó el sesentón. “Pero ahora no hay que apresurar las contradicciones”, aconsejó otro manifestante, con treinta años menos, que vivió los ’70 únicamente en los libros de historia.

El corto diálogo precedió la entrada a la Plaza de Mayo de la columna formada por los movimientos piqueteros K y las autoridades de la provincia. Eran las 14.15 y el predio histórico que va desde la Catedral al Banco Hipotecario y desde el Cabildo a la Rosada parecía bastante lleno. En el aire se veían globos de los sindicatos –el más festejado tenía la forma de un pingüino con la banda presidencial– y las banderas cubrían el verde de los canteros. “No vamos a poder entrar”, se desanimó un pesimista que iba en la primera fila. Pero en realidad la plaza tenía claros, en especial en el centro, en la zona asignada a los gobernadores del interior. A esa hora la gente podía moverse con relativa facilidad. Y la columna, en ese momento muy compacta, comenzó a hacerse lugar.

El lugar previsto para las organizaciones sociales era Rivadavia, al lado de la Catedral. Hacia allí comenzó a avanzar la primera línea, que se distinguía por el tumulto de periodistas. “¿Lo viste a Solá armando la columna?”, se reía un joven militante del Movimiento Evita. El gobernador levantaba los brazos, en un gesto típico de los responsables de seguridad de las agrupaciones. Quería alinear a los manifestantes. Hasta allí todo iba bien. Pero de pronto la primera bandera de la columna –formada por desocupados, jóvenes y funcionarios bonaerenses– se topó con un grupo de bombistas del PJ de José C. Paz. Eran fornidos y con grandes anillos en los dedos, que golpeaban los bombos con mangueras cortadas.

Si se lo mide en el contexto de una movilización multitudinaria, el episodio –que no duró más de un minuto– tuvo la importancia del vuelo de una mosca. Alguno revoleó una manguera, otro le contestó con un palo. “Che, nosotros somos compañeros”, se quejó un dirigente de José C. Paz. Y la cosa no pasó de allí. Muy poco para los temores que habían alimentado los medios pero que eran naturales ante el retorno a la plaza después de tantos años de hiperdesempleo y pauperización. “El pueblo argentino en toda su diversidad”, diría una hora y media más tarde el Presidente en su discurso, mirando los globos de los gremios, las banderas de intendentes y gobernadores y las tacuaras de los piqueteros K.

El posperonismo o el PJ

Fue en la esquina de Avenida de Mayo y Bernardo de Irigoyen. Sobre la vereda, con dos parlantes sobre el techo, una camioneta de reparto de helado de la marca Los Amores transmitía la marcha peronista a todo volumen. El vehículo pertenecía a la Asociación de Jubilados de Correos y Telecomunicaciones. Mientras sonaba la marchita, por Avenida de Mayo marchaba una columna de desocupados que había llegado desde el sur. Llevaban banderas rojas que decían MTD Trabajo y Dignidad y recordaban a Darío y Maxi, asesinados por la Bonaerense el 26 de junio de 2003. Los manifestantes tenían que pasar al lado de los parlantes y la marcha les hacía eco en los tímpanos. Sin embargo, nadie se sumó a las primeras estrofas, ni siquiera al estribillo de “Viva Perón”.

Los desocupados marchaban bajo banderas del MUP, MP 29 Carlos Almirón, MT-UP, MTD Trabajo y Dignidad y M-26. Todas organizaciones que estuvieron cerca de lo que fue la Corriente Aníbal Verón. Eran jóvenes, familias con chicos y mujeres, como Vilma Delgadillo, boliviana, vecina del barrio Santa Ana de La Plata. “Venimos en tren. En el barrio hacemos zanjas y botamos la basura. Nos encargamos de la copa de leche. Y el gobierno nos ayuda”, dijo a Página/12. Esta columna piquetera, de dos cuadras de extensión, fue la última incorporación K desde el movimiento social. Y ayer hizo su debut en una marcha oficialista. “Qué bueno que acá haya banderas que digan MTD”, festejó una joven que repartía periódicos. Como muchos otros, temía una presencia hegemónica del justicialismo tradicional. Sus recelos se confirmarían poco después.

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Los organizadores controlaron que nada se saliera de su cauce.
Imagen: Bernardino Avila
 
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