DEPORTES › OPINION

No será sorpresa si la Argentina es campeón

 Por Pablo Vignone

Parece ser una sensación generalizada entre la gente –el hincha común, el que se entusiasma con la Selección–, una suerte de escepticismo global sobre la suerte del equipo en el Mundial de Alemania, que simula tener que ver con cierta desconfianza pero cuyos orígenes en realidad hay que rastrearlos en la profunda decepción que les causó la eliminación en primera ronda en el Mundial anterior en Corea y Japón, un mal trago todavía no digerido por completo, un trauma que pretendió haber quedado sepultado pero que todavía ronda, como un fantasma, cualquier discusión sobre el futuro de la celeste y blanca.

Aparece en todos los debates sobre el equipo, acentuados en las últimas dos semanas por la conformación definitiva del plantel que configuró José Pekerman para llevarse consigo a Herzogenenrauch, los entrenamientos en Ezeiza y el partidito del miércoles por la noche en el Monumental. Como si los hinchas tuvieran miedo de embarcarse definitivamente en el vapor de la ilusión que amarra de manera inexorable en la final del mundo. Como si temieran confiar en la suerte de un conjunto que, más tarde o más temprano, a juzgar por los resultados más o menos mediatos, va a traicionar ese optimismo.

Se revela en las argumentaciones mínimas sobre la presencia (o falta) de tal o cual jugador en la lista, que es lo que se discute en líneas generales; brillan por su ausencia, en cambio, en las conversaciones de café o de oficina esos debates más o menos picantes sobre los planes más globales que encarna el entrenador, que tienen que ver con el equipo como unidad e identidad, con el juego a desplegar. Como si el hincha no quisiera meterse en ese terreno porque allí la incertidumbre se le encima a la pavura que genera el déficit de confianza. “La Argentina tiene tantas chances de ganar el campeonato del mundo –dijo la otra noche un especialista de sobremesa en una conversación de amigos que saben de fútbol más que la media– como volverse en primera ronda.”

No asombra, entonces, la reiterada mención a la posibilidad del retorno temprano emparentado con el infierno, como si fuera a la vez la expresión de un terror ancestral y la posibilidad de un exorcismo que, de repetido, termine por conjurar ese destino que asoma como la otra cara de la moneda que revolea el Mundial.

Habrá que decir ahora, entonces, en el momento en que la Selección despacha las valijas rumbo a su destino, lo que se piensa –acaso lo que se intuye, para apuntarlo con mayor propiedad– sobre este equipo argentino. Que va a ponerse a punto para superar el duro grupo que le tocó y para llegar a las semifinales de la Copa del Mundo. O más. Fundamentalmente, porque tiene futbolistas de calidad para lograrlo. Porque algunos están listos para romperla. Porque si los hinchas llanos y silvestres conservan esos reparos como emergencia para eventuales lastimaduras, los rivales lo denominan “respeto” pero en el fondo sienten algo parecido a ese cagazo ante la autoridad que impone la camiseta albiceleste. Pekerman dice: “Ojalá que Argentina sea la sorpresa del Mundial”. Se postula desde aquí: no será para nada una sorpresa si la Selección celebra el 9 de Julio con una Copa en las manos.

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