EL PAíS › LA PLAZA, LOS CIUDADANOS, EL PERONISMO, EL GOBIERNO

Vamos bajando la cuesta

El saldo de la movilización, una perinola que hace ganar a varios. El palco y su impacto en la dirigencia peronista tradicional. La apuesta del Presidente, sus márgenes. La dictadura, el menemismo, el kirchnerismo, su ruta. Los conservadorismos populares y su capacidad de pago de varias deudas democráticas. Y algo sobre los manifestantes.

Opinion
Por Mario Wainfeld


“Los historiadores se ocupan de las personas que, a diferencia de los dados, tienen memoria y conciencia. Para los dados el pasado no influye realmente en el presente; lo único que importa son las ecuaciones que rigen en su movimiento cuando son lanzados. Pero para los seres humanos, el pasado influye con frecuencia”

Niall Ferguson, Historia virtual

“Lo posible es más rico que lo real. (...) Nuestro universo siguió un camino de bifurcaciones sucesivas: habría podido seguir otros. Quizá podamos decir lo mi”

Ilya Prigogine, El fin de las incertidumbres

“Vamos bajando la cuesta

Que arriba en mi calle,

Se acabó la fiesta”

Joan Manuel Serrat, “Fiesta”


“Modelo winner-winner" podría decirse, cooptando la jerga de la teoría de los juegos. “Todos ganan” podría traducir a jerga barrial un nostalgioso de la perinola. Todos los que protagonizaron el imponente acto del jueves capitalizaron algo, en proporciones distintas y en aras de proyectos cuya convergencia a mediano plazo es discutible, hipotética. Para algunos intérpretes la confluencia es accesible, para otros es imposible.

El Presidente, dueño y señor de la escena, coronó un tránsito envidiable: en tres años creció medido en las urnas y en los sondeos de imagen, ahora aprobó el test de la calle.

Un sector de las Madres y algunas Abuelas recibieron un aventón simbólico con su presencia excluyente en el palco y su evocación en el apresurado discurso de Néstor Kirchner.

El minoritario sector kirchnerista del peronismo ocupó un tramo del espacio compartido y se sintió revalidad “volvimos a la Plaza”.

La dirigencia peronista tradicional –la que gobierna intendencias, provincias y comanda una crasa mayoría de sindicatos– cosechó inesperadas loas a Perón, medió en la concurrencia del grueso de los manifestantes y se llevó la clara impresión de que será requerida en la campaña de 2007, en la que se revalidan los ejecutivos comunales y provinciales, amén del presidencial.

Sólo Kirchner puede armar ese collage novedoso, seguramente inestable. Todos fueron abrazados por el Presidente: el pueblo en su verba, Madres yAbuelas en el palco, la flor y nata de los gobernadores en el Patio de las Palmeras y luego en un palique más íntimo en su despacho.

Pasado y presente

Un sector de la sociedad argentina propende a confinar la lucha por los derechos humanos en el pasado, lo juzga una rémora que impide construir el presente y el porvenir. El cronista se inscribe entre quienes discrepan con esa visión etapista. La impunidad ulterior al terrorismo de Estado es, a su ver, una traba que contaminó la historia ulterior. El silencio, el ocultamiento, los muertos sin sepultura condicionan a los sobrevivientes y a los que nacieron después y requieren reparación y elaboración política. En ningún punto fue tan redonda la acción de este gobierno, combinando acciones simbólicas (la ESMA, el retrato de Videla), con reformas legislativas de gran impacto y culminando con una renovación de la Corte Suprema que garantizará la vigencia de las leyes locales y universales, por un lapso mucho mayor que el de la gestión Kirchner. El Presidente tomó muchos riesgos con esas acciones, que colocó en punta de la agenda, siendo que casi nadie compartía su parecer. Los que ahora reprochan que era “gratis” hacerlo no ponderan los embates que produjo el enérgico arranque presidencial y soslayan que seguramente hubiera resultado bastante “barato” omitirlo.

El pasado debe ser saldado, no en términos de definir por vía del unicato discusiones históricas, abiertas a todas las miradas que habilita el pluralismo, pero sí en términos de paliar la impunidad y la barbarie, haciéndose cargo de las responsabilidades estatales. Responsabilidades que incluyen la de compensar los daños (siempre será en escala ínfima) y castigar a los culpables.

El reconocimiento a las militantes de derechos humanos se inscribe en esa decisión presidencial. Algunos intérpretes fervorosos del kirchnerismo leen un contrapunto entre las que estuvieron “arriba” del palco y la nutrida dirigencia que encuadró la movilización. Algo de eso se escenificó, pero convendría no exagerar las traducciones. El movimiento de derechos humanos no sólo mira para atrás, pero es claro que no tiene una propuesta política para gobernar el país o las provincias, sin contar que está bastante dividido. Siendo así, la presencia en el palco no exterioriza un proyecto político más o menos integral. Sólo subraya una adhesión al Presidente, como mucho al Gobierno.

Los que estaban abajo, los que (como José Manuel de la Sota, Felipe Solá o Jorge Obeid) se abrazaron con Kirchner en su despacho lagrimeando sí tienen experticia en esos manes. Es todo un tema si su modus operandi, medido a la luz de más 20 años de recuperación democrática, tiene una relación sólida con las gestas que Kirchner evocó desde el balcón.

París bien vale una misa

Suponer que las rotundas presencias en el palco desalentarán o extrañarán a vastos sectores de la geografía peronista es desconocerla. La adscripción a la política oficial de derechos humanos no condice con el gusto medio de esa dirigencia (a menudo tampoco con su trayectoria), pero le es de fácil digestión si viene de la mano con (si es el precio de) seguir formando parte de la coalición de gobierno. La dirigencia peronista, como apuntó garbosamente el sociólogo Ricardo Sidicaro al cronista en una entrevista radial, no aspira a tener ideologías consistentes sino ventanillas consistentes.

El Presidente y Cristina Fernández de Kirchner gustan señalar que la política económica del menemismo fue la continuidad y hasta la concreción de los objetivos centrales de la dictadura militar. Ese relato, que los Kirchner no inventaron pero sí llevaron a jugar a ligas mayores, le agrega “ruido” a la adhesión incondicional de tantos compañeros de ruta. Habría que complejizar la homologación del menem-cavallismo como la prolongación de los designios de José Alfredo Martínez de Hoz. En parte, porque las tendencias privatizadoras que el gobierno peronista de 1989/1999 acometió con desparpajo, corrupción e imprevisión impares (inimaginables en 1976) eran quizá parcialmente inevitables cuando sucedieron. Pero, además, porque la osadía peronista de los ’90 superó algunos límites que la dictadura se autoimpuso. La degradación de la condición obrera (medida en pérdidas salariales y desempleo) llegó a extremos inalcanzables para la dictadura, que se afanaba en impedirlas, temiendo que la exclusión alimentara la radicalización proletaria. A su turno, el peronismo de los ’90 percibió que (tras el genocidio) podía arrasarse con reivindicaciones de larga data, pues el efecto básico del atropello no era la radicalización de los más humildes sino su disciplinamiento.

Como fuera, cuesta engarzar en un relato coherente la recuperación de los sueños setentistas y la de los luchadores contra la dictadura con la charra mayoría de los que “garantizaron” el acto. Y, sin embargo, Kirchner lo intenta.

La adaptabilidad del peronismo a distintas propuestas, a condición de que sean exitosas en la coyuntura, es un tópico por demás trillado. Vale la pena apuntar que esos cambios no son pactados pacíficamente por sus integrantes sino que son acompañados por pujas internas de variado vigor. Los cambios de rumbo sirven para ajustes de cuentas intestinos y lubrican alteración de las posiciones relativas. La aptitud conjunta para metabolizar esas contiendas es enorme. A riesgo de aburrir al lector habitual, valga reiterar un vistazo sobre la sesión en que se rechazó el ingreso de Luis Patti a la Cámara de Diputados. La entente Frente para la Victoria . PJ lo votó unánimemente, con la incorporación tardía y patética de un sector del ex duhaldismo encarnado por el diputado Jorge Landó, un sofista de aquéllos. Como en un minué, el bloque mayoritario quedó encabezado por legisladores-militantes bien comprometidos con la lucha por los derechos humanos: Gerónimo Vargas Aignasse, Miguel Bonasso, Remo Carlotto y Agustín Rossi fueron los oradores y dieron cuenta de sus convicciones de años. En su retaguardia, otros menos autorizados los avalaron a la hora de pulsar el botón. La contradanza registra una astucia escénica proverbial que no niega pero sí da cobijo a la pulseada interna. Los convencidos de ahora recuperan espacio perdido en otros años, siempre dentro del colectivo común.

Si esa tensión es operativa, si es sustentable en el largo plazo, si es funcional a un proyecto de cambio, si no contiene en su seno pequeños Ezeizas es un debate con el que esta nota coquetea, sin pretender zanjarlo. Propuesto el enigma a dos de los diputados mencionados antes, su respuesta fue casi calcada y puede cifrarse así: “Nosotros votamos lo que siempre creímos, los otros tuvieron que plegarse”. Un apunte digresivo, acaso paradojal: Elisa Carrió expresó algo similar cuando se le preguntó qué reflexión le sugería que el ARI coincidiera con la postura del oficialismo.

Núcleos duros

“El peronismo puso las víctimas”, se autoadulan, simplificando demasiado, varios peronistas que acompañaron a cuatro manos el indulto y el desbaratamiento de conquistas sociales que sus mártires juzgaban insoportablemente insuficientes. Todo colectivo político tiende a estilizar y embellecer su historia, una tradición engarza muchos olvidos. O, por pasarlo a términos más ramplones, que ningún prurito ideológico impedirá que quienes fueron menemistas y duhaldistas hoy sean kirchneristas de cualquier hora. La afiliación tardía usualmente se pretende paliar con obsecuencia extrema, lo que muchas veces da resultado.

Discutir el punto sería ocioso, siendo del caso admitir que todos los cambios democráticos son pausados, cargan con el sedimento del pasado. Y que el consenso democrático se integra con personas convencidas, tanto como con oportunistas, con advenedizos, con conversos, con snobs que se suman al ritmo de la moda.

Tal vez sea más pertinente pensar qué cambios imperiosos para la Argentina suenan contradictorios con buena parte de la convergencia que se vio en la Plaza. Cuesta creer que el peronismo realmente existente (o los radicales que gobiernan provincias, que se le parecen bastante en esencia) sea humus fértil para el salto de calidad institucional que es ya una necesidad acuciante. La reforma política, tantas veces postergada, no debería fincarse en reivindicaciones de distritos grandes y de facciones antipolíticas, como la guerra santa contra la lista sábana. Sin negarle toda pertinencia, el autor de estas líneas cree que es mucho más urgente encontrar nuevas formas de participación activa, reglada y eficaz: plebiscitos, consultas, referéndum, descentralización en ciudades grandes, consejos económicos y sociales. Ningún conservadorismo popular argentino (en sus variantes de gobierno: el peronismo, el radicalismo, el Movimiento Popular Neuquino) tiene algo que ver con ese norte.

El financiamiento espurio de la política es otra lacra ajena a las prioridades actuales. Cuesta suponer que los actuales elencos estables hagan algo para, siquiera, morigerarlo. El gobierno nacional fijó su ojo en la nefasta colusión entre tanto intendente conurbano, la policía y el delito... pero el hecho de que todos los sospechosos de antaño hayan cruzado con brazadas enérgicas el Jordán purificador del FPV ha puesto entre paréntesis ese interés iniciático y promisorio del primer año.

La ausencia de políticas sociales universales, útiles para atenuar la discrecionalidad (que existe siempre cuando las acciones oficiales son potestativas) y la corrupción (que puede existir menos pero que es un riesgo latente) es ya una rémora. Es claro que la universalidad estrecha los márgenes del clientelismo y que éste potencia las chances de quienes gobiernan aquí y ahora, máxime en tiempos de holgura fiscal. También es peliagudo imaginar que se pueda avanzar en ese sentido. Y es una referencia digna de computar que si, por ventura, el gobierno nacional lo intentara encontraría resistencia de fuste de muchos de sus barones.

Senderos que se bifurcan

El Presidente ha hecho un culto de tensar la realidad, de convulsionar identidades, de traccionar al peronismo. Llegó adonde se vio el jueves, a conseguir su aprobación en un escenario que en su fuero íntimo el noventa por ciento de los dirigentes justicialistas recusan (cuando no aborrecen) y que jamás hubieron urdido. La circunstancia es más sugerente que lo que suelen ver los críticos del Gobierno que la niegan o la califican como una añagaza y mucho más endeble que lo que traduce el oficialismo más satisfecho.

¿Está predeterminado el futuro del intento de síntesis que, a su modo desmañado, quiso expresar Kirchner? Este cronista intuye que avanzar virtuosamente con esos componentes es muy difícil pero sabe que ningún futuro está sellado en política. Las citas que encabezan esta nota expresan mejor que su propia prosa su modesta percepción sobre la historia: sujeta a la voluntad, la destreza y la fortuna de sus protagonistas. El futuro dependerá del Presidente, sus aliados, sus compañeros de ruta, sus opositores moderados o enragés.

Ya que estamos, consignemos que la oposición, al menos en un sentido, tiene deudas mayores que las del oficialismo, El oficialismo es tal: gobierna, determina la agenda, impone políticas y cambios de escenario. La oposición funge de comentarista, sin poder abrir una ventana de debate novedosa. Y no consigue hacer lo primero que le requiere un sistemademocrático: habilitar una alternativa que canalice por un rumbo sistémico las críticas y las broncas. Y que fuerce al oficialismo a perfeccionarse con el aliciente insuperable de sentir en la nuca el peligro del recambio decidido por vía del voto popular y no de la catástrofe económica o de una vuelta de tuerca de la interna peronista.

La gente
y el espacio público


El cronista transitó la Plaza y sus calles aledañas como viene haciendo como participante, como ciudadano, como mirón, como periodista (a menudo mezclando dos o más de esos roles) durante ya demasiados años. Conversó distraídamente y sin ninguna pretensión de rigor muestral con unos cuantos asistentes. Ni ellos, ni los muchos otros que solo vio, le parecieron estar a contragusto o arriados. Todos sabían para qué y por qué estaban.

Más allá de la siempre divertida controversia acerca de sus exactas cantidades y proporciones, eran muchas decenas de miles, mayoritariamente trabajadores pobres. Ese universo ahora, que no en los ’70, se integra con muchos desocupados y muchos ocupados que changuean por mala paga. La ropa, las condiciones generales de salud que se leen a simple vista marcan un deterioro grave respecto de lo que eran sus pares de clase décadas atrás. En aquel entonces, el universo de los trabajadores era más homogéneo a su interior y menos distante de la clase media.

Muchos de los que integraban esa multitud, así vivieran a pocos kilómetros del centro, desconocían dónde quedaba el Congreso o se asomaban al subte para conocerlo. Su conducta en el espacio público fue ejemplar. Muchos comunicadores de fuste deben haberse contrariado al no encontrar vidrios rotos, peleas salvajes, un atisbo de vandalismo, ni siquiera pintadas o graffiti. Lejos, muy lejos por encima de las crónicas de las diversiones de algunos jóvenes emergentes de las clases medias y altas urbanas, con su secuela de cabezas machucadas o cosas peores. Su aliño al vestir, mitigando con decoro la vejez y el excesivo uso de su ropa, testimonia la tenaz voluntad de integración de los trabajadores argentinos que también se reflejó en su astucia para adoptar estrategias de supervivencia en medio de una crisis fenomenal. Y en su eterna, tozuda, apuesta a la educación y el trabajo como salvavidas para sus hijos.

Esas personas, que dieron un ejemplo de participación, templanza y cultura cívica, merecen muchas cosas que por ahora no hay. Una política de calidad, acciones específicas para paliar la desigualdad y mejorar la distribución del ingreso. También que se las respete, más allá de que se acuerde o no con su juicio, cuando expresan inequívocamente su esperanza en un futuro mejor, personificado en una propuesta de gobierno que (desdichadamente para la ecología democrática) es casi la única ofertada en plaza.

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Imagen: EFE
 
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