EL PAíS › OPINION

Mercado abierto

 Por Eduardo Aliverti

El pase de Daniel Scioli a candidato bonaerense tiene todos los ingredientes como para ser considerada una gran noticia de los últimos tiempos, aunque de novedad no tenga nada si es que se quiere ver las cosas más allá de la coyuntura.

No importa si tiene los papeles en orden para ser candidato, visto que sólo vivió en la provincia de Buenos Aires durante su adolescencia. Y tampoco cuenta si ésta es la decisión final de Kirchner; o si apenas se trata de la ancestral táctica de lanzar a alguien para probarlo en la cancha, confundir a la oposición –por lo que se huele, ya lo lograron– y esperar hasta último momento para decidir si se lo ratifica o se lo borra del mapa. Sonaría a esto último, porque la movida tiene toda la pinta de presentarle al macrismo un candidato por derecha para morderle votos desde ahí, concretamente, y no desde la presunción de que el buen andar de la economía arrastrará voluntades hacia el kirchnerismo ponga a quien ponga. Si saliera bien queda Scioli, y de lo contrario ya se verá. Más una tercera hipótesis, quizás en extremo maquiavélica e incluso arriesgada: que el objetivo sea correrlo a Scioli de la lucha en Capital, para ir dejando el terreno libre a figuras más confiables (Filmus), y de paso estimular su desgaste.

Todo puede ser, pero no es lo interesante. O lo que debería interesar si se aspira a una mirada más profunda. Dejemos esos laberintos analíticos para tanto colega gustoso de que la política pase, solamente, por las intrigas de palacio. Tratemos de ver, en cambio, lo que nos dice la jugada oficial desde una perspectiva ideológica capaz, a su vez, de medir la coherencia entre el discurso progresista del gobierno y sus prácticas comprobables.

Por empezar, no es cierto que Scioli sea la nada en términos de expresión política. Hay en ese sentido una lectura frívola, que se deja llevar por la chatura personal del sujeto. Un hombre a quien no se le conocen definiciones de fondo respecto de cosa ninguna, nunca. Un hombre incapacitado para trascender por fuera de su asistencia protocolar a cócteles y besamanos de cualquier naturaleza. Y, lo peor desde una mirada que escudriñe el amor propio, un hombre que ni se inmutó cuando este mismo presidente y su esposa llegaron al límite de no dirigirle la palabra como no fuera para agredirlo en público. Todo eso es tan cierto como secundario, sin embargo, y se parece o es idéntico a la forma en que se lo juzgaba y juzga a De la Rúa: tipos que parecen androides y que, previo a consideraciones ideológicas del tipo que fuera, no tienen nivel ni para conducir un club de barrio. ¿Qué es lo falso? Que eso habla de lo que gente como Scioli significa en la representación de la política (su teatralidad, sus apariciones televisivas, su imagen de liderazgo), pero no en la representatividad (los sectores e intereses a los que sirve).

De la misma manera en que De la Rúa era una suerte de fantasma ridículo presto para la diversión de Hadad y Tinelli, pero asequible para lo más conservador del pensamiento y accionar sociales, Scioli es un comodín que en lo personal llama a la sonrisa despectiva pero en lo político sirve a las estrategias más sensibles de la derecha. Menemista, duhaldista, kirchnerista o lo que sea, ayer, hoy y mañana, jugó y jugará donde venga pero no se equivoca, jamás, en cómo ser funcional a cuanto implique satisfacción de las tribus dominantes. Es un conservador hecho y derecho que ofició de motonauta victorioso, entendámonos; no un motonauta victorioso que de paso es conservador. Hay chiquicientos ejemplos del modo en que se las gasta el sistema para entrarle a una sociedad con mucho de teledirigida a la hora de votar. Reutemann, sin ir más lejos y como figura a quien los Kirchner continúan cortejando desde el manotón de ahogado para evitar la derrota en Santa Fe, ¿es primero un muy buen ex corredor de Fórmula Uno que como tal llegó al éxito en la política? ¿O es primero el Menem Blanco? Y Macri, ¿está ahí porque es el presidente de Boca y el equipo gana cuanta copa y campeonato le pongan delante? ¿O está ahí como representante de un establishment que no tiene a otro y que, antes que eso, simboliza a que, bien que como nene de papá, siempre fue “un ganador”? Elíjanse las respuestas que se quieran, pero admítase que hay algo invariable: da la casualidad de que todos los que entran a la política por la ventana son servidores de ideas de derecha.

Ahora: Kirchner echó mano a uno de ésos para competir o ver qué pasa, nada menos que en la provincia de Buenos Aires. Lo cual, está bien, dice mucho acerca de lo conservador que es, en esencia, el electorado de allí. Pero, también, de lo conservador que es, o está dispuesto a ser, Kirchner. Y eso, como prueba, ya no tiene vuelta de hoja pase lo que pase con los papeles de Scioli o con lo que en verdad quieran hacer con Scioli. El lanzamiento del vice al ámbito bonaerense corrobora que la política está vaciada de contenido profundo, o bien que su profundidad no es la progre que figura en los discursos (cabría agregar, y no es un dato menor, que también demuestra la orfandad de cuadros que padece el Gobierno). La economía anda sola, por más que el paro del campo u otros avatares quieran sugerir que no es así, y entonces el oficialismo se puede dar algunos lujos de inescrupulosidad manifiesta mientras muchos siguen creyendo que después de Misiones cambió todo. Por supuesto, no es un sayo que le quepa en exclusividad al kirchnerismo. Con su consentimiento, Lavagna puede ser mentado, indistintamente, como presidenciable de una parte de los radicales o de una parte de los peronistas, a más de andar con Macri entre te quiero y te aporreo. Precisa analogía con las andanzas de Scioli, que perfectamente podría estar con Macri, o López Murphy, o Sobisch, pero que ahora es candidateable del Presidente.

La política funciona así como un decorado en el que todas las piezas de representación pueden intercambiarse sin que nadie se inmute, demostrando que “sólo” consiste en enfrentamientos superficiales hacia dentro del bloque de poder. Y la clase media no exige otra cosa. Es el nivel de conformismo al que se arribó tras la crisis de 2001-2002. Es pan para hoy. Pero no es para nada seguro que no sea hambre para mañana.

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