EL PAíS › ARGENTINA Y ESPAÑA: UNA HERMOSA AMISTAD

Madre patria, hija patriótica

 Por Rodrigo Fresán

Página/12
en España
Desde Barcelona

La inminente llegada de Néstor Kirchner a España coincide con la casi salida de José María Aznar del gobierno y con la publicación de un estudio con datos y resultados que han sido por lo menos inquietantes para la población local. El Estudio Funcas –la Fundación de Cajas de Ahorro– sobre inmigración y alrededores sostiene que dentro de 10 años la cuarta parte de los habitantes de España –un país de tradición emigrante y en el que, si no es por la desinteresada contribución de los que vienen de afuera, nace cada vez menos gente de pura cepa– estará compuesta por inmigrantes y que el 54 por ciento de los españoles piensa que ya hay demasiados inmigrantes por aquí y que va siendo hora de bajar las persianas.
En una atmósfera enrarecida por las próximas elecciones, el debate de las nuevas políticas autonómicas (un bilbaíno o un barcelonés no se sienten necesariamente tan españoles como un madrileño), y por un para muchos nocivo resurgimiento del nacionalismo (considerado hasta hace poco negativo por sus reminiscencias automáticamente franquistas, pero ahora súbitamente ennoblecido por las políticas del Partido Popular a la hora de plantarse en el mapa de la Nueva Europa); este estudio determina que las principales colectividades extranjeras son –de mayor a menor– la marroquí, la ecuatoriana, la colombiana y la rumana, con la argentina en un cómodo y poco conflictivo séptimo puesto.
Y es que, sí, como lo afirma otra encuesta, los argentinos (con la incondicional simpatía de un 73 por ciento de los consultados) caen muy bien a los españoles, muy por encima de lo que sienten hoy por hoy hacia los norteamericanos.
Y así es difícil que figure –la mala prensa y los prejuicios inconscientes o muy conscientes del español medio lo impiden– un participante de Marruecos (“son ilegales”), de Ecuador (“son mano de obra barata, pero son muchos”), de Colombia (“generan violencia y guerra entre bandas de traficantes”), Rumania (“traen la delincuencia y prostitución”) en cualquiera de los muchos reality shows de la cada vez más esperpéntica televisión abierta. Pero –todavía frescos los recuerdos de Cachivache en Gran Hermano y la ganadora Daniela Cardone en Sobrevivientes– siempre se conseguirá un argentino divertido, ocurrente y de buen parecer para engrosar las filas de la gran vida mediática y rosa y amarilla. Días atrás, un modelo argentino alguna vez relacionado con Lolita Flores entró a Gran Hermano Vip y todos contentos.
Y está claro que no todo termina ahí, en el glamour fácil y la vida trash. De un tiempo a esta parte los escritores argentinos son habitués de las listas de los mejores libros del año y ganan premios; los actores argentinos dejan su marca en lujosas producciones locales o conmueven desde las pantallas verité del nuevo cine argentino; los rockers de por aquí esperan el muy cercano retorno de Calamaro como si se tratara de la resurrección del Mesías; y las camareras más dionisíacas y los monitores de pista de esquí más apolíneos han nacido al otro lado del Atlántico y, más que probablemente, llevan en sus venas sangre de algún antepasado ibérico.
Y ahí, seguro, está parte de la clave: la Argentina representa para los españoles una suerte de nostalgia a futuro, parte de la utopía más o menos exitosa de sus mayores y, al mismo tiempo, el país que elegirían a la hora de plantearse un muy, pero muy hipotético exilio o fuga hacia el Nuevo Mundo. Un par de años atrás, en medio de la tormenta desatada por el adiós de De la Rúa, una poco oportuna propaganda de fideos mostraba a una hija joven que le anunciaba a su padre la intención de irse a la Argentina “para volver a empezar”. Y todo bien. La otra mitad de la ecuación la constituyen referentes argentinos positivos que van desde Jorge Luis Borges a Ricardo Darín –con quien resulta complicado caminar por las calles de Barcelona por la cantidad de autógrafos y besos que le piden y le arrancan– deteniéndose en numerosas estaciones intermedias como la de Maradona “descubriendo” la cocaína en Barcelona allá lejos y hace tiempo.
Y es que desde principios de los ‘70 han llegado a estas playas varias oleadas, tanto con las dictaduras militares (una camada más intelectual y profesional de alto vuelo) como con las anarquías económicas (una remesa dispuesta a lo que venga con buen ánimo). Todas ellas, a los ojos de casi todos, dotadas de una preparación envidiable en múltiples disciplinas -los argentinos ganan con el 60 por ciento a la hora del grupo inmigratorio que despierta mayor confianza, más allá, claro, de lo que puedan llegar a pensar los cada vez más histéricos y psicotizados inversores españoles en nuestro país- donde se pone en manifiesto el eficiente “yo te lo arreglo” así como el un tanto más riesgoso “lo atamo’ con alambre”. Súmese a todo esto esa perversa y gratificante lástima –lo siento, así son los terrícolas– que suele despertar el contemplar a alguien en las malas que ayudó cuando eran ellos los que estaban en las malas; y el cocktail perfecto está servido.
Todo esto –el pasado agradecido a recordar lo menos posible y el presente gratificado a no olvidar nunca, sobre todo de viaje por una ahora baratísima Argentina– no ha impedido que el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales de Aznar, José Mari Olano, días atrás haya anunciado de antemano y previniendo los pedidos de Kirchner que no dará trato preferencial a los 40.000 argentinos sin papeles en suelo español porque “ningún país tendrá tratamiento privilegiado” y que -más allá de atenuantes históricos y de las relaciones más que carnales entre la Madre Patria y la Hija Patriótica– “el Gobierno no se plantea ningún tipo de regularización sea de argentinos o de cualquier otro país”. Los números son claros y son conflictivos más allá del “buen rollito”: en España viven entre 80.000 y 100.000 argentinos que caen bien e inspiran confianza, pero al 31 de diciembre pasado sólo 43.347 tienen el permiso de residencia. Lo que no quita que la Argentina haya sido el país más beneficiado por las regularizaciones de extranjeros efectuadas durante el último año: el número de ciudadanos con los papeles en regla subió de 27.937 a 43.347 en doce meses; es decir, se incrementó en un 55,16 por ciento. En resumen: una hermosa amistad tan ambigua como la que le predice Claude Rains a Humphrey Bogart al final de Casablanca.
Kirchner vuelve a España –lo dicho– en un momento complejo donde el Viejo Mundo todavía se repone del desconcierto del cambio de Milenio y de las grietas provocadas por la Guerra de Irak, se prepara para su próxima ampliación sin haber podido acordar una Constitución, y se pregunta si deberá resignarse o no a la supremacía del cada vez más paranoico Imperio Americano. Todo se mueve, todo cambia y –como recordaba un periódico local hace poco– parte de lo que está ocurriendo ya había sido profetizado por el sabio catalán Alexandre Deulofeu y Torres (1903-1978) en los dieciséis volúmenes de su Matemática de la Historia. Allí se lee que, para el 2030, Europa será regida por una hegemonía empobrecida de Inglaterra, Alemania y Francia; que España se desintegrará en una confederación de pequeños estados independientes; y que –buenas noticias– luego de superar una “gran depresión” y una “miseria casi infinita”, la Argentina resurgirá como gran Potencia Mundial. Habrá que ver –llegado ese momento, crucemos los dedos– si entonces les resultaremos tan simpáticos a los españoles, o como se llamen a sí mismos por entonces.

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