EL PAíS › OPINION

Delante del valijero

 Por Eduardo Aliverti

El caso del valijero venezolano, que a esta altura ya no tiene nada que ver con una valija, volvió a ocupar el centro de la atención de los medios grandes. De modo que parece adecuado insistir con algunos conceptos y agregar otros de refuerzo.

En la columna anterior se señalaba que el tema no revestía importancia estructural, porque ni siquiera en la hipótesis de un deterioro en la bilateralidad con Estados Unidos habría afectación de la marcha política, económica e institucional de la Argentina. Y, por tanto, también se decía que cabía apostar a la desaparición repentina o paulatina del tema. Parece que será esto último a juzgar por la escalada que se produjo, que entre otras cosas incluyó una declaración del Congreso, la muestra de disgusto oficial al embajador norteamericano y afirmaciones de dureza inédita por parte de Néstor Kirchner. Pero lo central de la apuesta no cambia aunque continúen los dardos envenenados. Hay sentido concreto de posicionamiento ideológico, hay gestos a ser tenidos en cuenta hacia adentro de la región, hay nuevos datos con carácter de presuntos –como la presencia del valijero en la Casa Rosada dos días después de haber estallado el episodio– y hay, en definitiva, la ratificación de que se trata de un asunto turbio y enturbiado, en el que ninguno de los partícipes parece estar en condiciones de tirar la primera piedra. Todo tan cierto como que los problemas centrales del país, en el grado que quiera dárseles, no pasan por allí ni por asomo.

Queda a mano mucho más significativa la inusual convocatoria al Parlamento para tratar el proyecto de ahorro de energía, ya sancionado, porque da la pauta de lo seria –para empezar a hablar– que es o podría ser la situación del sector. Se viene advirtiendo acerca de eso, incluso por parte de sectores a los que no se puede imputar una relación inamistosa con el Gobierno. El congelamiento de las tarifas fue una medida contundente y popular que sirvió para conducir la salida de la crisis de 2001/2002, pero lo cortés no quita lo valiente y la ausencia de inversiones, con una recuperación o crecimiento de la economía del nivel de que goza el país, se haría sentir más tarde o más temprano. Frente a ello, la actitud del oficialismo siempre consistió en negar los alcances del problema y su timoneo, a cargo de Julio De Vido, por vía de parches y de exhibición de mando ante las privatizadas, fue uno de los factores que se tuvo en cuenta a la hora de su continuidad en el Gabinete de Cristina Fernández. Ahora, aunque siempre descansando más en lo implícito que en el reconocimiento directo, hay una primera señal oficial de que las cosas están complicadas. Y eso se contacta a su vez con los datos alarmantes que, también hace ya tiempo, rigen el pronóstico de la arquitectura energética argentina, debido a la próxima extinción del autoabastecimiento petrolero. ¿Cambia algo, en ese sentido, que un grupo local se hará cargo de casi el 15 por ciento de YPF, con opción para llegar al 25? ¿Estamos hablando de un rediseño estratégico acerca de cómo se las arreglará Argentina para sostener su crecimiento? ¿O apenas es cuestión de un cambio de paquete accionario?

También resulta mucho más concreto y desafiante el comprobar la manera en que se profundiza la puja por el ingreso y la calidad de vida, con cabeza en varias de las parcelas sindicalizadas del andar económico. Al margen de los intereses e internas de los burócratas de la CGT y de conducciones de colectivos varios, remitir ese dato de la realidad al malhumor provocado por el caos de tránsito porteño en que derivó la protesta del gremio de la construcción; o al lamentable episodio de la toma de un ministerio bonaerense; o a cualesquiera de las escenarios de esa naturaleza que sobrevendrán, en grado creciente, es un auténtico paradigma de cómo los efectos pueden ser ubicados encima de las causas (para no insistir en que después de todo lo que ocurrió en este país hace unos pocos años, lo más grave que persiste en la percepción urbana es que las protestas cortan las calles o las rutas). Con la noticia de una economía que lleva 59 meses de crecimiento continuo, y con una sensación de posibilidades de consumo para la clase media como se vio pocas veces, ¿la pregunta es por qué el conflicto salarial amenaza con tener salidas de madre, al punto de que la Presidenta, ya antes de asumir, había convocado a un impreciso pacto social? ¿O la pregunta es si acaso podría ser de otra forma cuando todos los días nos abruman con las cifras impresionantes del crecimiento? Esta semana fue el turno informativo del record en las exportaciones de granos, aceites y maíz, que permitirán una entrada de divisas 40 por ciento mayor a 2006. ¿La pretensión es que el éxito conlleve quietud gremial y de las porciones sociales eternamente postergadas? Y repetido: no se trata sólo de reivindicaciones salariales, sino de condiciones de trabajo (que en los últimos conflictos dominaron la escena).

Cifras como las anteriores, que se conjugan con un estudio de la Bolsa de Comercio rosarina según el cual las retenciones al agro llegarían en 2008 a 7 mil millones de dólares, manifiestan que el parámetro productivo continúa comandado con descomunal ventaja por la cadena agraria. Y la lógica de esa realidad persiste en no tener el complemento de un plan de desarrollo de largo plazo, capaz de incorporar valor agregado; con la suma de que la distribución concentrada de esa riqueza y la política impositiva también se resisten a ofrecer novedades relevantes. Por el contrario, la semana y los últimos tiempos entregaron igualmente información de compras y fusiones que acentúan el carácter monopolizado y oligopolizado de la economía. Y en el ida y vuelta entre unos datos y otros, se coló que el trabajo en negro sigue situado por encima del 40 por ciento de la población económicamente activa.

No pasa por hallar en estas constataciones de “la realidad” una lectura negativa del momento o la etapa argentina. No pasa por querer buscarle el pelo a la leche. Estamos en un proceso dinámico, complejo, contradictorio, pero donde por lo menos ocurre que hay debate en danza. En la región o en parte de ella, no sólo aquí.

En medio de eso, seguir optando por una desmedida atención periodística frente a un hecho de corrupción como el caso del valijero venezolano, o agente de la CIA, o lo que fuere que sea y con los alcances que sea, es muy enano. Muy.

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