EL PAíS

¿Podrá Lula?

Eduardo Jozami

Reflexiones a partir de una conferencia de John Holloway
Es innecesario destacar la influencia que tendrá la victoria del PT sobre la coyuntura argentina, el estímulo para desarrollar propuestas alternativas al neoliberalismo, las posibilidades de avanzar en donde existe un amplio sector receptivo a los discursos de la izquierda. La victoria fortalecerá aún más las posibilidades del Frente Amplio y la política de Brasil hacia Venezuela servirá de apoyo para aliviar el hostigamiento que sufre Chávez. Parece evidente que ingresamos en un nuevo escenario latinoamericano.
También aportará al debate sobre la crisis de representatividad y el rol de partidos políticos y movimientos sociales que cada vez toma más fuerza y acerca del cual el PT ha desarrollado prácticas originales. Por un lado, en una época en que predominan en todo el mundo los llamados partidos “atrápalo todo”, sin perfiles político-ideológicos definidos, en Brasil se construyó en más de 20 años de paciente trabajo una fuerza con importante inserción en los movimientos sociales y una base militante que participa activamente en las discusiones y la vida partidaria. A partir de Porto Alegre y otras ciudades, el PT formuló una propuesta de democracia participativa que acompaña las formas tradicionales de representación con iniciativas de democracia directa y semidirecta que otorgan a los ciudadanos no sólo la condición de electores sino un protagonismo permanente en la vida social; esto lleva a redefinir la rígida separación entre público y privado, generando lo que Tarso Genro ha llamado una “esfera pública no estatal”.
Estas experiencias especialmente significativas para nosotros –recordemos que el Frepaso descartaba el ejemplo del PT considerándolo meramente testimonial– no bastan para entusiasmar a John Holloway, quien cree que cualquier participación en la lucha por el poder político supone incorporar las propias lógicas que se quiere combatir. Aunque admitió que votaría a Lula, dijo que no era optimista respecto de su gestión y que si algo bueno se hace será consecuencia de la presión de los movimientos sociales. Como todo partido de izquierda que tiene que ir a elecciones –agregó Holloway–, Lula ha dedicado su campaña a tranquilizar a los banqueros, a pedir al capital que no se vaya y a desalentar la lucha social.
El escepticismo de Holloway puede apoyarse en las concesiones que el PT debió hacer en su discurso de campaña y en la amplitud de alianzas que dieron la vicepresidencia a uno de los principales empresarios del Brasil. Sin embargo, ha mantenido sus compromisos básicos como la lucha contra el hambre, la redistribución del ingreso o la oposición al ALCA. Además, este partido que hace alianzas tan audaces tiene una inserción social, un desarrollo teórico y una experiencia de gobierno que impiden la comparación con nuestra experiencia reciente. La suerte del proceso que se inicia en Brasil reabrirá un debate sobre los caminos de transformación de la sociedad. Hace más de un cuarto de siglo, el derrocamiento de Salvador Allende generó dos lecturas contradictorias: la de los eurocomunistas europeos que, considerando sin salida la profundización de los enfrentamientos de clase, aceleraron el tránsito a la socialdemocracia y, por otra parte, la de quienes creyeron cerradas las vías legales al poder y alentaron la lucha armada. Ambos caminos terminaron en derrotas y si el de los revolucionarios latinoamericanos fue más sangriento y espectacular, lo cierto es que la gran mayoría de los partidos socialdemócratas –cómplices hoy en las agresiones del poder globalizado– tampoco aportaron para hacer más vivible el mundo actual.
La caída estrepitosa de los socialismos reales obligó a redefinir la tradicional oposición entre revolución y reforma que dividía al movimiento socialista: el acceso violento al poder no parecía garantizar la construcción de una nueva sociedad. Además, aunque no todos leyeran a Foucault, las nuevas luchas sociales llevaron a comprender que el poder no residía en un único lugar a ser ocupado, sino que estaba constituido por instituciones y mecanismos de dominación extendidos capilarmente en lasociedad. El símbolo de la lucha revolucionaria dejó de ser entonces el asalto al Palacio de Invierno y se transformó cada vez más en la proliferación de movimientos diversos que cuestionan la dominación: zapatistas o piqueteros, pero también de derechos humanos, en defensa de la salud, la vivienda o la alimentación.
El PT aportó mucho a la nueva concepción de la lucha política y social. Resulta injusto ver a Lula sólo como un político electoralista condenado a aceptar las reglas del establishment. Es cierto –como enfatiza Holloway– que las posibilidades de transformación dependerán del desarrollo de los movimientos sociales. Pero un gobierno popular no tiene por qué ver en esos movimientos una amenaza, sino que puede apoyarse en ellos para enfrentar la resistencia del poder económico a cualquier transformación. Y sobran razones para esperar que sea esta última la opción elegida por el obrero metalúrgico que hoy llega a la presidencia de Brasil.

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