EL PAíS › PERFIL DE UN JUEZ QUE SIEMPRE FUE MINORIA

Harto ya de estar harto

 Por Fernando Cibeira

Como hace con sus cuentos y novelas, Gustavo Bossert dejó que la idea de la renuncia a la Corte Suprema madurara en su cabeza durante algunos días y recién entonces se decidió a ponerla por escrito. El “hartazgo” que describió en el texto no es nuevo. Hace ya cinco años, al hablar frente a un congreso de ética universitario, Bossert había confesado que la pésima imagen de la Corte más que un problema institucional para él significaba “un drama personal”. El bajo perfil y sus deseos de mantenerse al margen de la rosca interna del tribunal le valieron el apodo de “la Niña” en la jerga socarrona de los jueces menemistas. Si bien diferente, Bossert tampoco puede considerarse a sí mismo una carmelita descalza: al fin y al cabo llegó a la Corte gracias al Pacto de Olivos y por pedido de Alfonsín.
Bossert es un hombre de sensibilidad artística, se nota en sus ocupaciones fuera del ámbito judicial. Por ejemplo, en que es un pianista aficionado y un escritor de cierta trayectoria, con varios libros editados y algún premio en su haber.
En su novela El atropello narró la pesadilla que vivía la pacífica familia del arquitecto Salinas, invadidos por sus maléficos nuevos vecinos, los Carnante. Y algo por el estilo dice haber sufrido Bossert cuando entendió que la comisión de Juicio Político lo colocaba en la misma bolsa que a Julio Nazareno y compañía, de quienes creía haberse diferenciado a través de los fallos que suscribió en los nueve años y pico que llevaba como miembro de la Corte. “Me causó un enorme dolor”, sostuvo en un reportaje.
Rosarino, 64 años, hincha de Central, casado con Ana María Druetta y padre de Federico y Santiago, Bossert llegó a la Corte con la pretensión de mantener una línea independiente, acorde con su supuesto perfil “progre”. Especialista en Derecho de familia, fue uno de los autores de la ley de divorcio vincular y, antes de la Corte, ocupó durante diez años un cargo en la Cámara de Apelaciones en lo Civil de Capital.
En las nerviosas negociaciones por el Pacto de Olivos, Alfonsín tiró el nombre de Bossert para ocupar una de las vacantes que habían dejado las renuncias de Rodolfo Barra y Mariano Cavagna Martínez. De familia demoprogresista, Bossert era considerado por el alfonsinismo como “un simpatizante”. El menemismo cubrió la otra vacante con Guillermo López. Ambos juraron en marzo del ‘94 en lo que se consideró una “lavada de cara” para la Corte, ya por entonces muy desprestigiada por la forma en que la mayoría automática convalidaba todas las maniobras del menemismo.
Bossert apostó a que sus fallos lo convirtieran en un paladín en su lucha contra el poder establecido dentro del Tribunal pero, como en El atropello, no pudo evitar que sus malvados vecinos lo invadieran e impidieran diferenciaciones dentro de la Corte de cara a la sociedad, que pidió “que se vayan todos”. En aquel congreso de ética que organizó la Universidad de Belgrano cuando recién llevaba cuatro años como ministro ya hablaba de los imperativos éticos de los que veía apartarse a sus colegas.
“Un juez debe tener permanentemente presente que el único poder que se puede ambicionar es tratar de resolver con justicia la causa que tiene entre manos. Cualquier otra apetencia de poder lo va a acercar inexorablemente a situaciones peligrosas y de consecuencias perniciosas para él, para el prestigio de la Justicia y para la ciudadanía”, sostenía ante un público universitario. Ya por entonces un amigo confesaba que lo veía mal, deprimido, y con miedo a que terminara con un juicio político.
La presunción tardó cinco años en cumplirse, pero llegó. Si bien fue el juez que de los nueve tuvo menos acusaciones en contra y salió mejor parado, el solo hecho de que hubiera sido debatido su juicio político alcanzó para decidir a Bossert a dedicarse a la actividad privada y a la literatura. “Todos saben que llevo 9 años viviendo en mi despacho, que jamás falto a una reunión de acuerdos, que voy y vengo de mi casa a pie, sin custodia policial y que nunca hice nombrar para una alta función a alguien de afuera de la Justicia”, se defendió. No le alcanzó.

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