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¿El PT es “la izquierda”?

Por Ariel Colombo*

Representa el Partido de los Trabajadores de Brasil una posición de izquierda? Antes de proponer una respuesta aclararé que me encuentro entre los envidiosos argentinos que desearían haber podido votar por un candidato como Lula y militar en un partido como el PT. Valga la aclaración porque la siguiente reflexión puede parecer algo herética.
La pregunta resulta pertinente principalmente entre aquellos que se angustian al observar que Lula se ha desradicalizado para ganar al electorado centrista, y que a la vez reconocen que sin esa “madurez” o “moderación” los votos no le hubiesen alcanzado, como sucedió en otras oportunidades. Muchos guardan incluso la esperanza de que una vez en el gobierno revierta su “derechización”.
Sin embargo, el problema no es cuánto igualitarismo contienen su programa, discurso, legislación o imagen, ni si son más o menos revolucionarios o reformistas. Esto no es lo específico de la izquierda, de Brasil o de cualquier parte. Lo crucial es cuánto igualitarismo puede ser realizado ahora, poniendo término en el corto plazo a inequidades de todo tipo, sin que los cambios en tal sentido puedan ser revertidos por la derecha. Y esto no depende de su radicalidad sino de su confiabilidad, es decir, del grado de confianza que la sociedad deposite en el PT sobre la base de la coherencia interna que haya exhibido históricamente o de la consistencia que pueda mostrar públicamente trasladando su estilo deliberativo a la gestión Estado y a la construcción de nuevas instituciones.
Esto último es crucial: si el PT crea escalones institucionales por los cuales la sociedad pueda subir a defender los cambios propuestos o realizados desde el gobierno, de tal modo que éstos sean legitimados y reivindicados a través de las instituciones y no exclusivamente a lo largo de las calles, se constituirán en irreversibles y darán lugar incrementalmente a transformaciones más profundas.
¿De qué serviría contar con el programa más auténticamente revolucionario si sus portadores no cuentan con la confianza que sólo les puede ser dada por la ciudadanía en proporción directa a la congruencia de su comportamiento con la democratización que pregonan? No son los contenidos sino la ausencia de ellos, en tanto ni externos ni previos al propio proceso deliberativo, lo definitorio de un perfil izquierdista.
En este sentido, al PT le llegó su tiempo, no porque le fuera otorgado por la historia, sino porque lo construyó despaciosa y trabajosamente contra una historia; la del capitalismo, que siempre se las arregla para fugar hacia delante y transferir a las próximas generaciones los conflictos actuales, típicamente a través del endeudamiento público. No tiene que ver tampoco con el tiempo prefijado por los cronogramas electorales o de la duración de los mandatos. Es, en cambio, el tiempo que procede de la confianza dispensada a quienes hacen confluir en la práctica lo que dicen con lo que hacen al decirlo.
Lo específico de la izquierda es que necesita “tiempo”; la derecha no, porque representa el aplazamiento en la resolución de la desigualdad para un futuro destemporalizado, indefinido. La postergación sine die es su credencial. En todo caso, lo compra, siempre a una altísima tasa que pagará la comunidad. Para la izquierda, por el contrario, ni siquiera en nombre de la eficiencia pueden posponerse las situaciones de quienes están peor, sobre la base del falso supuesto de que a la larga también ellos saldrían beneficiados. Más aún, en un diálogo imaginario la izquierda y derecha hasta podrían llegar a coincidir en el tipo de sociedad; en lo que jamás llegarán a acordar es en cuándo realizarla: la izquierda siempre urgirá mediante el emplazamiento.
Es desde esta perspectiva que muchas posiciones, presumiblementeradicalizadas, son en realidad retrógradas, como las que Lula, en los años de lucha contra los sindicatos amarillos de San Pablo y de la formación del partido, criticó por su quedantismo pretendidamente justificado en los costos que imponía la represión de la dictadura.
Ahora bien, a ese tiempo la izquierda no puede extraerlo más que de sí misma, de las prácticas políticas que por su carácter participativo son la fuente de la confianza entre los propios involucrados y entre éstos y otros potenciales participantes. El sistema, que busca acortar los plazos ajenos e imponer los propios, no ofrecerá nunca una oportunidad. El momento propicio para actuar no es algo que viene desde fuera y al que únicamente bastaría con aprovechar. Debe ser producido, antes que nada por la confianza que la coherencia democrática sea capaz de inspirar, no como acto de fe sino como construcción reflexiva, al modo de esa encarnizada discusión interna que caracterizó al PT desde sus comienzos, que permitió a la multiplicidad de sus afluentes expresarse, y que resulta comparable a la experiencia político-sindical que lideró Agustín Tosco en la Argentina de los ‘60 y los ‘70.
* Politólogo, investigador del Conicet.

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