EL PAíS › OPINION

Por qué ganó el dictador

 Por Felipe Yapur

Un triunfo en elecciones democráticas del genocida Antonio Domingo Bussi duele e indigna, sea por 17 votos o por mil.
Duele e indigna porque es un triunfo ayudado por esa parte de la clase media tucumana que no tiene memoria y es incapaz no sólo de recordar las persecuciones, los secuestros, las desapariciones y las torturas de 1976, sino también la miserable administración que realizó el ex dictador entre 1995 y 1999, preámbulo de las muertes por desnutrición de decenas de niños apenas un par de años más tarde.
Duele también que entre las razones de ese triunfo estén la miseria, la exclusión y la necesidad de otros, los más pobres, de buscar en una mano dura el bolsón o la esperanza que los libere de la condición a la cual fueron empujados por esa misma mano opresora, más allá de los márgenes de la sociedad.
En Tucumán, en efecto, se expresa con crudeza la rendición del oprimido a manos del antiguo dictador en búsqueda de esa salvación. Es una clara muestra de cómo está la sociedad tucumana. La fragmentación, la descomposición y la atomización impiden un reencuentro para construir una alternativa a la exclusión. Así entonces, los pobres y excluidos se unen con la devaluada clase media en el sálvese quien pueda. En muchos se expresa a través de esos fideos que alimentan por un día. En otros se traduce en la esperanza que despierta ver el nombre en un sublema o en una candidatura a intendente como única garantía para no caerse del mapa social. En el caso del genocida, es la búsqueda de un paraguas protector –en todo caso, perforado– ante la posible anulación de las leyes de impunidad.
Si la clase baja peca al inclinarse ante un bolsón de comida que es fruto de esa descomposición social en que está inmersa, la clase media ilustrada de Tucumán peca, además, por su nula capacidad para conformar alternativas a la dádiva y la prebenda.
En Tucumán es débil la construcción de una memoria colectiva que ate los componentes políticos, sociales, económicos y culturales. Esa debilidad impide erradicar a personajes como Bussi, uno de los más duros y sangrientos generales de la dictadura militar. En los últimos comicios tucumanos esa construcción fue imposible. Es más: ni siquiera fue intentada. Sólo apareció un frente electoral alrededor de un ex fiscal que, con nula experiencia política, prefirió imprimirle un perfil más bien conservador a su propuesta. Lo alimentaron ex representantes del bussismo que, 30 años después, descubrieron que el genocida es autoritario.

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