EL PAíS › LAS HISTORIAS DE UN COMERCIANTE Y UN RADIOLOGO

“Lo peor fue el pánico”

Por A. M.

Raúl Calixto Córdoba es comerciante, está casado y tiene cinco hijos que ya le dieron varios nietos. Su almacén queda en el barrio Montegrande, cerca de la fábrica militar de Río Tercero. “Hubo dos explosiones, algunos ya se olvidaron”, aclara antes de contar su experiencia. “El 3 de noviembre yo estaba en mi granjita cuando empezó el reventón. Al principio pensé que estaban probando cañones. Pero después escuché que la radio decía que dejaran las ventanas abiertas por la onda expansiva. Gente de mi barrio que me decía que habían visto las ventanas de mi casa rotas. Hacía un calor infernal”, describe. “Hablan de daño moral. ¿Sabe lo que es eso? Desde las 10 de la mañana no podía encontrar a mi mujer ni a mis hijas. La angustia recién se me fue a las ocho de la noche, cuando las encontré.”
Córdoba hace una pausa y mira el piso. “Yo le garanto, si mi mujer se pusiera a conversar este tema rompe en llanto, y a mí no me falta mucho”, completa. La segunda explosión se produjo 21 días después. “Todos disparamos y abandonamos la casa, nos decían que corriéramos para el campo, así que subimos al auto hacia la granjita. Sabíamos que podía haber saqueos, y de hecho faltaron cosas.”
Oscar Roberto Gigena está casado, también tiene cinco hijos y vive a unas 40 cuadras de la fábrica. Maneja un remise, pero en realidad es radiólogo industrial y trabajó en la fábrica militar durante 13 años, en el control de proyectiles. En 1993 se retiró y tras las explosiones se presentó como querellante en la causa civil.
“Conocía bien todo desde adentro y pensé que podía aportar elementos. Yo estaba en el edificio 8, donde se cargaban proyectiles con fósforo, que estaban prohibidos por algunas normas internacionales”, explica.
El día de la primera detonación estaba reemplazando a un compañero con el remise, a 3 kilómetros de la fábrica, frente al hospital de Río Tercero. “Sentimos el ruido y algunos pensaron que había sido una estación de GNC, pero yo enseguida me di cuenta de que era la fábrica”, recuerda.
“Lo peor fue el pánico en la sociedad. Yo estaba yendo a ATE, donde estaba haciendo una cronología de la primera explosión, y en ese momento llegó un ex compañero de la fábrica diciendo que se estaba prendiendo fuego de nuevo. Por el pánico salían los coches y las bicicletas corriendo con desesperación. Entre 8 mil y 10 mil personas se fueron de la ciudad en un breve lapso. Todos tenían presente lo que había pasado el 3. El director de Defensa Civil y (el director de la fábrica Jorge Antonio) Cornejo Torino habían informado en el barrio Cerino que las explosiones eran programadas, sin daño. Y al día siguiente volvió a explotar todo. Realmente fue un caos”, detalla Gigena.
Córdoba interrumpe para explicar una hipótesis. “Pensamos que fue programado para que cayera todo para ese lado, en el barrio Cerino.” Gigena coincide y agrega que “si hubiera sido un accidente volaban Atanor y Petroquímica, que están al lado, y entonces no quedaba nada. Una de las hipótesis es que fue programado para que explotara hacia ese lado, y en esto coincide la doctora Ana Gritti (NdeR: una de las principales querellantes de la causa penal).

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