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Una piña para Liendo

El taxi se detuvo en una esquina del microcentro. Un ciudadano se paró a la altura de la puerta trasera, esperando que el pasajero pagara. El hombre se bajó y sostuvo la puerta abierta por cortesía. Cuando el ciudadano levantó la vista, se tragó las “gracias” y se puso a gritar fuera de sí:
–¡Pero éste... éste es (Horacio) Liendo!
El puñetazo más suave hizo volar varios metros por el asfalto los anteojos redondeados del eterno colaborador de Domingo Felipe Cavallo y desarticuló su elegancia. El taxista miraba por el espejo retrovisor, atontado. Liendo dio unos pasos, medio agachado, mientras empezaban a retumbar insultos a su alrededor. Tomó sus anteojos y volvió a subirse al mismo taxi para que lo llevara lejos de ese lugar donde evidentemente, en el momento menos pensado, empezaba un cacerolazo.
El ejemplo del escrache espontáneo que obligó a Rodolfo Barra –el jurista de cabecera de Carlos Menem– a retirarse del shopping Paseo Alcorta había sentado un precedente. También sigue vivo el recuerdo del día en que Elisa Carrió (ARI) miró fijo a Liendo –en medio del debate parlamentario que otorgaría los superpoderes a Cavallo– y advirtió: “Ahora vienen por la Argentina”. A Liendo, el haber inventado el megacanje y proponer poner a la recaudación impositiva como garantía del pago de la deuda le impide hoy caminar por la calle. Todo eso sin contar que él mismo reconoció que cobraba 200 pesos la hora por asesorar al ex ministro de Economía.

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