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“Es una herida triste haberlo dejado tan solo”

En una ceremonia mezcla de ritual religioso y acto con discursos políticos, cerca de dos mil personas recordaron a Angelelli en el paraje Punta de Los Llanos, donde lo mataron. Estuvieron sus amigos, hubo jóvenes que hoy lo reivindican y funcionarios.

 Por C. A.

Francisca camina con el paso lento y un bolso que le cuelga como un morral en el que porta una buena dosis de yerba, azúcar, menta y bizcochos de grasa. Viene en uno de los micros que puso la municipalidad de Patquia, ese pueblo de tres mil habitantes, cabeza de departamento, para movilizar a unas 300 personas. El pelo plateado de Francisca, sus ojos achinados, las manos, el andar, son pura experiencia. “Son 64 años bien vividos”, se enorgullece, fiel colaboradora de monseñor en la capilla de Santa Rosa de Lima, la patrona nuestra, dice. Lo que más le admiró, lo que más recuerda, es al Angelelli incansable en los caminos áridos de la provincia. Para los Llanos, para la costa, para la quebrada, por donde nadie iba, allá andaba el Pelado, dicen. Ella lo vio: “El llevó por todas partes al santo. Era cómico arriba de una chata, como le decimos nosotros, tirada por burros, así lo recuerdo”. Francisca sigue como misionera en la parroquia, con su amiga, que la lleva del brazo, con esos otros jóvenes que van adelante, de a caballo.

Es el primero de una tropa de diez. Tiene el pelo largo, para la zona, negro, y parece un hombre viejo al frente del grupo aunque tenga sólo 17. Se llama Héctor Vega y dice que lo que sabe del monseñor es que “luchaba por la gente, la defendía de los malos tratos de la humanidad”. Son la Agrupación Gauchos de Santa Rosa. Portan una bandera argentina y una riojana. El viento las sopla y las hace flamear como es debido. Héctor está terminando la escuela. Sueña con seguir estudiando. Lo tiene decidido; va a ser policía. Está en Los Llanos por algo muy sencillo, dice: “Para cumplir con monseñor”.

Desensillan, atan los caballos a lo lejos y se paran como antes de cara a la misa, donde los presentes, sentados y callados sobre las ordenadas sillas de plástico que han dispuesto, siguen el hilo de una ceremonia que está entre la misa y el acto. El locutor, conocido para todos, anuncia que en el departamento de Peñaloza hay una norma nueva que sanciona la obligatoriedad de que se enseñe la vida y obra de monseñor. El padre Alberto entra en escena cuando son las 11.50. Un viento rampante hace ingreso por la izquierda de la multitud, levantando un polvo miedoso al que nadie le hace caso. Cita el versículo en el que los apóstoles se horrorizan porque algunos andan predicando su palabra sin credenciales por ahí y Jesús les dice: “No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes está con ustedes”. Parece dar lecciones de política en una jornada donde sin mucho ruido se dejó en evidencia que la cosa venía más de Unidad Básica que de comunidad cristiana de base, aunque había fieles como Francisca en los micros del gobernador. El que lo hizo expreso fue el ya conocido asistente de Angelelli, Alilo Ortiz, ex sacerdote. “Caminemos juntos, pobres y ricos, radicales y peronistas, aunque este acto, no vamos a negarlo, tiene bastante más de vertiente política que de vertiente religiosa”, dijo.

Pero por suerte el padre Alberto continúa con lo suyo: está por tomar la sangre de Cristo en el cáliz que le regaló al padre Miguel monseñor, dice. Y tiene puesta la estola roja que significa la sangre derramada, explica. “¡Viva San Nicolás, patrono de nuestra provincia, viva la memoria de monseñor Enrique!”. Aplausos. En el horizonte se ven las nubes de polvo y los árboles achaparrados del monte. A los sentados, la mayoría gente de más de treinta y familias con nenes, los bordean unos grupos de pibes que se mueven sin separarse jamás, sin ser nunca menos de diez, doce. Algunos se alejan un poco del acto, de la concentración de gente sentada, y caminan; buzos con capucha, zapatillas, gorros, el uniforme de adolescente cunde también en Los Llanos. “Vinimos porque yo trabajo en la Secretaría de Derechos Humanos”, dice uno. “Nosotros lo acompañamos, somos todos futbolistas”, cuenta otro. Son los muchachos del Club San Francisco, que juega en la primera provincial. No tienen demasiadas explicaciones para hablar de su presencia allí, pero uno arriesga: “Sabemos poco, pero seguro es que lo mataron los militares”, dice Pablo, 21 años, importante cuadro de la defensa. De fondo, un coro de niñas canta sobre una pista con música evangélica: “Poco a poco el corazón va perdiendo la fe, perdiendo la voz. Salvame de la soledad”, dice.

En el estrado, frente al gabinete y al gobernador Angel Maza, que vino pero decidió que no hablaría, hace uso de la palabra el francés, Paco, amigo de Angelelli invitado para el homenaje. En gutural español cuenta cuando monseñor recibió en su casa, en Roma, la carta del presbítero de La Rioja. Había estado ya con Pablo VI. Recordaba el encuentro sin dramatismo. Fue la carta la que le avisaba que corría peligro. Quedó desconcertado, dice. No sabía qué hacer. “Paco, vamos a Lourdes”, le pidió. Fueron a la Gruta de Lourdes, la de los milagros. Allí monseñor compró un enorme cirio y rezó. “Aquí está La Rioja, le dijo a la virgen, y se la encendió. En ese momento, en su meditación, decidió que iba por el camino del martirio”, dijo ayer Francisco D’Alteroche, Paco, ex obispo de Ayaviri, en los altos peruanos. ¿Qué piensa de la jerarquía eclesial que calló el asesinato de monseñor Angelelli? “Es una herida triste, el silencio, haber callado lo que era evidente, haberlo dejado tan solo, no solo en su muerte, sino antes. Al mismo tiempo esa no es toda la Iglesia, y la Iglesia con mártires es una Iglesia fuerte.”

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Una peregrinación llegó al paraje donde asesinaron a Angelelli en 1976. La encabezó el gobernador, que no habló.
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