EL PAíS › OPINION

El comandante que faltaba

 Por Luis Bruschtein

El golpe del 24 de marzo de 1976 y la represión fueron una consecuencia y no el fin. La causa de fondo que motorizó el golpe y la represión fue un nuevo modelo económico para el país, cuya implantación era imposible sin una acción previa y monumental de disciplinamiento de la sociedad. Y José Alfredo Martínez de Hoz fue el referente de ese modelo, un hombre con contactos aceitados en el mundo financiero internacional y a través del cual los dictadores buscaron y consiguieron la guía y el beneplácito de ese decisivo factor de poder mundial.

Allí comenzó la era del alto endeudamiento, los ajustes, el desmantelamiento del Estado, las privatizaciones y la flexibilización laboral. Pero para hacer todo eso había que dar vuelta como si fuera una media un país con alto nivel de politización, con una fuerte tradición de organización gremial, estudiantil y popular, altamente movilizado y con una cultura política que se había cristalizado como consecuencia de incipientes y espasmódicos procesos de desarrollo de un capitalismo nacional y un intenso protagonismo popular en la puja por la distribución de la renta.

Como Alejandro y la famosa anécdota del nudo gordiano, la solución para ese problema fue la espada, un hachazo, con el consejo, el consentimiento y el aplauso de los grupos interesados en los beneficios de este nuevo proyecto económico. Como en el circo romano, estos grupos asistían desde la platea al espectáculo sangriento en la arena y bajaban el pulgar con la misma impiedad que sus predecesores entogados.

Martínez de Hoz se ganó rápidamente un lugar en la bronca popular, aun cuando en esos momentos en Argentina era muy difícil relacionar la espada con el nuevo modelo económico. Se daba por descontado que el golpe era una reacción antiguerrillera y que el ministro de Economía era nada más que una prolongación de los militares. O sea, al revés de lo que sucedía en realidad.

Primero por su apellido, que popularmente lo relacionaba con la vieja oligarquía, después porque se convirtió en un intocable, una especie de superministro en la interna de la dictadura, la sociedad pudo intuir o sospechar el papel estratégico de El Orejudo, como lo bautizaron. Por eso, su participación en esa etapa no fue un pasaje anecdótico sino tan importante como la de los miembros de las Juntas de Comandantes.

En el juicio a los ex comandantes quedó demostrada la responsabilidad de la cúpula militar en las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, en la elaboración y ejecución de un plan sistemático de secuestros, torturas, violaciones, robos y asesinatos. Aunque fuera responsable intelectual de lo que actuaban los comandantes, formalmente Martínez de Hoz era uno de sus ministros.

La causa en la que fue indultado –y por la que ahora será juzgado– es por un secuestro, el de los empresarios textiles Federico y Miguel Gutheim, que fueron secuestrados para obligarlos a exportar algodón a China, porque esta operación permitía abrir una línea de créditos para el gobierno. No se lo juzga como responsable intelectual de la represión, el endeudamiento y el desmantelamiento del Estado.

El juicio a los ex comandantes –con toda la importancia que tuvo– se basó en la misma lectura que fue dominante en los últimos años de la dictadura y hasta hace muy poco: la de la “lucha contra la subversión”, donde Martínez de Hoz era un ministro y punto. Si la lectura hubiera sido la del disciplinamiento de una sociedad para aplicar un determinado proyecto económico, Martínez de Hoz debería haber sido juzgado junto a los ex comandantes. Claro que los lazos que unían al Ministerio de Economía con las Juntas eran mucho más fuertes, pero al mismo tiempo más sutiles y menos demostrables que el estricto ordenamiento jerárquico en las instituciones militares. No fue la primera ni la última vez en que un superministro de Economía haya sido tan responsable de la destrucción, la miseria y la represión como los referentes del poder político, pero siempre han sido los más impunes.

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