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No es lo mismo el otoño en Mendoza

 Por Mario Wainfeld

Algún día, un presidente argentino decidirá (descubriendo la pólvora) que no es republicano el Tedéum, esa variante clerical de la requisitoria fiscal. No será el actual primer mandatario, que alguna vez lo gambeteó y un par de veces lo mudó de su tradicional reducto porteño.

El Tedéum de ayer, entornado por la insuperable belleza de la Mendoza otoñal, fue bastante sistémico. El oficiante recorrió la historia cívica nacional, enalteció el voto popular y fue esquivo para recordar la conducta de la jerarquía eclesial cuando se oyeron sordos ruidos de corceles y aceros golpistas. La caridad bien entendida, ya se sabe, empieza por casa.

En el acto ulterior, ante una multitud que cabe imaginar pluripartidaria, Néstor Kirchner produjo su consabido juego de insinuar la candidatura de Cristina Fernández sin plasmarla. Y le prodigó a Julio Cobos imágenes junto a la potencial delfina, insinuando que sigue siendo posible que integre la fórmula nacional del Frente para la Victoria. No podía hacerse más, aunque había chismorreos de palacio que vaticinaban lo contrario. Nada deberá zanjarse antes de que se definan las elecciones porteñas, seguramente dentro de un mes clavado. No es seguro, pero es posible que sea elegido un opositor, y en ese caso algo mutará en el escenario nacional... aunque más no sea la autoestima del archipiélago opositor. Se hablaría, en tal caso, de la propagación del efecto Misiones. Tal vez surgirían reclamos de unidad del variopinto espectro opositor, con vértice en el jefe de Gobierno porteño. Esta hipótesis, virtual pero para nada imposible, ronda muchas cabezas, algunas de ellas tonsuradas. Los “operativos clamor”, las incitaciones a la unidad (parientes cercanas de lo que preludió al surgimiento de la Alianza) son secuelas imaginables. El feudalismo de la oposición, las dificultades de articular de sus líderes, auguran que esa empresa sería ardua. Pero, si se conjuraran las circunstancias, variados poderes fácticos y mediáticos podrían sentirse tentados a cambiar la inercia.

En el Gobierno de eso no se habla pero sí que se piensa. Si las presidenciales fueran mañana, el oficialismo arrasaría y ninguno de los opositores ya inscriptos orillaría el 20 por ciento de los votos. Pero las elecciones no son mañana sino dentro de cinco meses y en ese lapso la política tiene mucho que decir.

El anhelo presidencial, Cristina candidata, seguirá in vitro hasta que el cuadro de situación tenga contorno más preciso. La imagen pública y la intención de voto de la senadora son altas, las segundas entre toda la dirigencia política. Las del presidente la siguen superando. Kirchner no quiere echar mano a ese fondo de reserva pero tampoco correr riesgos. Así de simple.

En tanto, el discurrir de los comicios provinciales revela constantes dignas de mención. En Catamarca, Entre Ríos y Río Negro han ganado los gobernadores, holgadamente en relación con los precedentes provinciales. Tras dejar a salvo que las urnas te dan sorpresas, cabe aventurar un vaticinio congruente con esos scores: la tendencia predominará, en provincias e intendencias. Mezclando las encuestas con las intuiciones del cronista tienen todas las de ganar los oficialismos locales en la abrumadora mayoría de las provincias, quizás en 19 de las 23 que renuevan autoridades. Las más asediadas por la oposición parecen ser Capital, Santa Fe, Córdoba y Tierra del Fuego, aunque ninguno de esos gobiernos está batido de antemano. El ejercicio del poder es una formidable carta de presentación para el cuarto oscuro. Vale añadir que en dos de los distritos más peleados, Santa Fe y Córdoba, el opositor con chances no pugna desde el llano sino haciendo pie en el gobierno de la ciudad más importante de su provincia. El socialismo de Hermes Binner controla Rosario desde hace añares y sus perspectivas son muy consistentes, seguramente más que las de Luis Juez, que gobierna la Capital cordobesa desde hace un cuatrienio.

Contra lo que pregona un lugar común, Kirchner no ha dibujado ese cuadro ni lo puede cambiar a su antojo. Algo tuvo que ver, claro, en el sesgo conservador de los votantes, que ya se expresó aun en la crisis de 2003. Cuando hay recursos fiscales, aumentan los salarios, se pagan en tiempo y prolifera la obra pública los gobiernos se embellecen y las ansias de cambio de los ciudadanos se licuan. No se trata para nada de un fenómeno autóctono: mañana habrá elecciones comunales y autonómicas en España, allí también los sondeos auguran que casi todo quedará en manos del actual gobernante. Cuando el agua sube, todo flota.

Coaligarse con gobernantes, que comparten una cultura común y pueden conjurar sus intereses políticos, es una estrategia astuta y, en algún sentido, conformista. Kirchner mide que no puede imponer sus candidatos en las provincias, cada una de ellas un mundo. Más le vale articular con lo que hay, que no es fácil de desmontar. Forjado como gobernador, el presidente sabe que el federalismo no es un mito y que las políticas locales tienen sus propias tonadas y modismos que los pajueranos jamás dominan del todo.

Una coalición de gobernantes... ¿era la transversalidad que prometía el presidente? Más vale que no, era un proyecto más definido ideológicamente, más ambicioso. Quedó en el camino (postergado, replican en la Rosada) por la urgencia impuesta por la gobernabilidad y por limitaciones de la cúpula del kirchnerismo para “armar” algo superador.

En tanto, la articulación con los radicales K tuvo ayer un marco soleado que incluye una promesa única en la historia: una fórmula nacional peronista-radical diseñada desde un gobierno exitoso. ¿Qué dirían Perón y Balbín de esa novedad? Nadie lo sabe y hoy por hoy, intuye el cronista, son muy contados los dirigentes o ciudadanos a los que eso les importa.

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