ESPECIALES › HABLA GARZÓN SOBRE ETA, EE.UU. E ISRAEL

“Se combate a un terror, pero no al del otro lado”

Hace poco el Subcomandante Marcos lo estigmatizó por sus medidas contra la organización separatista vasca ETA. En esta entrevista, el juez español Baltasar Garzón, que encarceló al ex dictador Augusto Pinochet, explica sus motivos antiterroristas contra no sólo la ETA sino también EE.UU. e Israel.

Por Ernesto Ekaizer *
Desde Madrid

El juez, mejor dicho, el costado derecho de su rostro, todavía está saliendo de una parálisis de Bell. Es la primera vez en años que Baltasar Garzón ha solicitado, por presión de su médico, una baja de días por enfermedad. Aquí está, después de las Fiestas, fiel a sí mismo.
–Para alguien que ha investigado con éxito los métodos ilegales —caso GAL– en la lucha contra el terrorismo, ¿cómo se encaja la licencia para matar terroristas concedida por el presidente Bush?
–No se puede encajar. Es una aberración totalmente ilegal. Nuestros tribunales han castigado a los responsables políticos de actos antiterroristas ilegales. ¿Cómo puede ser legal esa orden? De ninguna manera.
–¿Cuáles han sido los efectos del 11 de septiembre de 2001 sobre usted como juez?
–Como para cualquier ciudadano, terribles. Pero como profesional del Derecho, no necesariamente buenos. Es cierto que hay un mayor grado de sensibilidad frente al fenómeno, pero también un mayor riesgo de que el miedo se convierta o incluso se explote para instaurar un sistema de falsa seguridad en detrimento de la libertad y las garantías. Y sobre todo me preocupa que estos temas no sean de los que más conciten la atención del ciudadano. Antes del 11 de septiembre de 2001 determinadas acciones, operaciones o actuaciones ilegales se ocultaban, ahora se publican e incluso se celebran y se incluyen en la denominada cruzada internacional contra el “enemigo común” y nadie protesta. Más particularmente, países como España, que venían sufriendo el terrorismo desde hace tiempo, tenían que vérselas con una relativa insensibilidad y un gran desconocimiento por parte de aquellos otros que, al no padecerlo, lo consideraban algo ajeno. Ahora, cuando el terror ha sido espectacular, la percepción ha cambiado y nos ha beneficiado. En el ámbito de los efectos negativos del 11 de septiembre tenemos, por ejemplo, las teorías de la guerra contra el terrorismo, de la seguridad, el eje del mal. Y ahora viene la guerra contra Irak. Una guerra esencialmente injusta para el pueblo iraquí, un grave atentado contra la humanidad. Otro de los efectos negativos: en la Posición Común de la Unión Europea de diciembre de 2001 se tuvo la oportunidad histórica de definir el terrorismo y afrontarlo venga de donde venga; pero, sin embargo, en ella sólo se atiende a un tipo de terrorismo a perseguir: el procedente de las organizaciones así calificadas, pero no el terror que puede venir del otro bando. Como las acciones terroristas del gobierno de Sharon en Israel contra los palestinos.
–¿Y, más concretamente, en España?
–Pienso que el 11-S, operativamente hablando, no ha influido demasiado; aunque sí lo ha hecho en el ámbito de la cooperación policial entre Francia y nuestro país. En España sufrimos el terrorismo desde hace más de 30 años. La experiencia nos ha ido enseñando a fuerza de golpes y, a fuerza de víctimas, hemos ido entendiendo el auténtico alcance de este fenómeno. El terrorismo es algo más complejo que un simple conjunto de personas que tienen el objetivo de matar. Si sólo lo entendemos como un conjunto de personas que asesinan, colocan bombas, secuestran, lesionan o causan estragos, y nos limitamos a caracterizarlo de esa manera, no avanzaremos mucho. En cierto modo, la estrategia de ETA ha dado resultados en la medida en que hemos visto de esa organización sólo aquello que ella ha querido dejarnos ver. Lo que en cambio no hemos visto es lo que, diría yo, constituye la parte real, el núcleo de la organización mafiosa. Ahora, las instituciones, la sociedad en general, perciben el alcance del problema. Esta realidad puede doler, al fin y al cabo estamos hablando de un período de 30 años. Pero, asumiendo los errores, es el tiempo de lafirmeza democrática frente al terrorismo, con todas las garantías sí, pero con ninguna más, y también con todas las que las víctimas exigen.
–¿Qué era lo que los terroristas querían que se viese?
–Es una estrategia de cualquier organización criminal que se precie, ocultar su columna vertebral o el núcleo. En definitiva, es una estrategia política, y en esto la organización terrorista ETA es maestra. Así, sólo los atentados, los secuestros, los asesinatos... son actos terroristas, y esto es sólo lo que el contrario, es decir, el Estado, debe entender, aceptar y combatir. Lo demás, afirman, es política. Así, la kale borroka (lucha callejera), la extorsión, la coacción, las amenazas, la composición por frentes, la distribución de funciones entre las diferentes estructuras, etcétera, no deben ser tocadas porque esto no es terrorismo. No, obviamente todo el complejo tiene sentido si es comprendido con toda la extensión que alcanza.
–Pero más allá de la definición, ¿existe o no esa pulsión de forzar la legalidad? El reflejo extremista de esa pulsión sería Bush y sus órdenes, ¿no hay otras presiones menos extremistas?
–En el caso de los terroristas detenidos en Guantánamo o en Afganistán o Pakistán, la cuestión se convierte en algo difícil de entender para un jurista y es prueba del triunfo del principio de seguridad sobre cualquier sentido de derecho o de justicia. Ni siquiera hay una definición legal para los que están en esa situación. Es terrible la quiebra del Derecho y la insensibilidad de la generalidad de los países y ciudadanos frente a este hecho. En España se respeta escrupulosamente el Estado de derecho. La lucha contra ETA no es una persecución ideológica. En ningún caso. Lo que no se acepta, lo que no se puede ni se debe aceptar, es la violencia, los tiros, la coacción. ETA, insisto, quiere el poder. Toda su actividad y sus instrumentos están dirigidos a ello. Cuando aplicamos la ley para desarticular su estructura no estamos forzando la ley. Creo intuir por dónde va su planteamiento. Lo que me está preguntando es: ¿no aplica usted la ley de manera extensiva porque cree que, siendo su causa una causa justa, está legitimado para hacerlo? Nunca el fin justifica los medios. Lo que hacemos es, simplemente, recorrer el camino que va del atentado concreto a toda la constelación de ETA, y aplicar la ley en toda su extensión. Nada más, ni nada menos.
–Hay otro terreno en el cual usted profundizó su actividad como juez en los últimos años: el de la jurisdicción universal para castigar delitos calificados como crímenes contra la humanidad. Parecía que había cierto avance, ahora da la impresión de que se retrocede. ¿En qué punto estamos?
–Es verdad, tuvieron que pasar 50 años para que el mundo pudiera dotarse de una jurisdicción universal permanente. Y cuando eso ocurre con la Corte Penal Internacional, suceden cosas terribles. El presidente Clinton firmó el Estatuto de dicha Corte el 31 de diciembre de 2000. Bush gana las elecciones, y decide, el 6 de mayo de 2002, revocar la adhesión norteamericana. Y después viene algo peor, Bush adopta un programa de sanciones e incluso la posibilidad del uso de la fuerza contra aquellos países que permitan la aplicación del Estatuto de la Corte Penal Internacional o presten apoyo a ésta contra ciudadanos norteamericanos. Esas limitaciones han sido finalmente aceptadas por la Unión Europea. El 30 de septiembre de 2002 fue, en mi opinión, un día muy triste para la Justicia internacional. Los países europeos aceptaron la inmunidad de los soldados y diplomáticos norteamericanos y admitieron la posibilidad de firmar tratados bilaterales entre EE.UU. y los países integrantes de la Unión Europea para introducir cierta forma de impunidad. El objetivo de la administración norteamericana de convertir la Corte Penal Internacional en papel mojado se ha cumplido y Europa se lo ha puesto en bandeja.
–Por lo que se ve, la guerra se aproxima. ¿Cree que se puede hacer algo para evitarla?
–Sí. No me cabe duda de que está preparada. La cuenta atrás no irá más allá de la última semana de febrero de 2003. Ojalá me equivoque. El pueblo iraquí ha tenido que soportar la dictadura de Saddam Hussein, un personaje que en su día fue apoyado y hasta auspiciado por los grandes países democráticos, que lo armaron contra Irán. Ahora lo que se busca es su petróleo y establecer un nuevo orden regional en Oriente Medio. Todo está dispuesto para la escena final. Sí se pueden hacer muchas cosas para impedirlo, pero no veo por aquí, en España, ni en otros países, ninguna voluntad. En cambio, sí la veo en Alemania, por ejemplo. Yo he desarrollado una intensa actividad judicial por el cumplimiento de las convenciones internacionales que castigan las violaciones de los derechos humanos. Y digo: a Bush no le interesa establecer un régimen de respeto de derechos humanos en Irak; lo que quiere es, insisto, el petróleo, un cambio en la estructura de poder regional. Y, según parece, se lo ha jugado todo a esta carta.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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