ESPECTáCULOS › UNA MUESTRA QUE RESCATA A RAYMUNDO GLEYZER

La raíz del cine piquetero

El ciclo de documentales, que se exhiben en una fábrica recuperada, recorre la obra de un cineasta clave de los convulsionados ‘70.

 Por Cristian Vitale

Uno de los efectos del argentinazo de diciembre de 2001 fue, en el ámbito cultural, el reposicionamiento del cine social y militante. El olor a goma quemada en rutas y puentes atrajo el olfato artístico de una sólida camada de jóvenes realizadores y estudiantes de cine que se volcaron masivamente a las calles para reflejar imágenes de las luchas sociales. Este cine realista y comprometido tiene claras raíces en los años ‘70. En este contexto, un grupo de cinéfilos impulsa una muestra sobre vida y obra de quien fuera uno de los cineastas más lúcidos de aquella década: Raymundo Gleyzer. “Era un militante que hacía cine y él mismo se encargó de decirlo infinidad de veces. No se paraba desde la posición de intelectual o de cineasta sino como parte de la clase obrera en lucha, y particularmente dentro de una de sus organizaciones: el PRT trotskista”, detalla la gente de Ojo Obrero, uno de los grupos actuales que lo tiene como referente. La cita es en la fábrica Grissinopoli –Charlone 55, Chacarita– con entrada libre y gratuita.
El ciclo comenzó el 7 de febrero y sigue hasta el viernes 14 de marzo. En la apertura se proyectó Raymundo, estrenado hace un tiempo en la fábrica Brukman. Se trata de una rigurosa investigación de Virna Molina y Ernesto Arditto, que recupera aspectos de la vida de Gleyzer a través de registros personales y familiares. El film también narra el secuestro, la tortura y la desaparición del cineasta el 27 de mayo de 1976. La exhibición prosigue hoy a las 20 con la proyección de La tierra quema (1964), Quilino (1966) y Ceramiqueros de Tras la Sierra (1965) y continúa durante los próximos cuatro viernes a la misma hora (ver recuadro). “Sin ánimo de ser cursi, considero a Gleyzer un ejemplo genuino a seguir. Su obra retorna de la mano de una nueva generación de militantes populares y de jóvenes intelectuales. No es una moda retro. Tampoco es el revival el que lo trae a la memoria, como les sucedió a otras figuras emblemáticas de los ‘60 y ‘70”, opina Néstor Kohan, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y uno de los impulsores del evento. “Su imagen está presente”, testimonia Claudio Remedi, del Grupo Cine Boedo. “Lo vemos a Raymundo filmar, y a través de este acto conocemos su humanidad. A través de la herramienta del cine busca la transformación de la realidad. Es allí donde el espectador siente que Raymundo está vivo, que su tarea no sólo sigue vigente, sino que está pendiente.”
El material previsto para hoy incluye, por ejemplo, La tierra quema, un corto de apenas 12 minutos en blanco y negro, que relata el largo peregrinaje de una pareja pobre del nordeste brasileño. Tras ver morir de hambre a siete de sus hijos, inicia una larga marcha a pie hacia la ciudad con la esperanza de sobrevivir. Quilino, que Gleyzer filmó junto a Jorge Prelorán cuando tenía 25 años, es una “historia mínima” de 15 minutos. Describe la vida de los habitantes de un pueblo de Córdoba que subsiste produciendo artesanías manufacturadas, hasta que cortan el servicio de trenes. El tercer corto, Ceramiqueros de Tras la Sierra, dura 25 minutos y es un documental de investigación antropológica que refleja el trabajo de las comunidades de artesanos del norte argentino.
La tríada explica el despertar militante y profesional de Gleyzer que, por entonces, formaba parte de la Juventud del Partido Comunista, que luego abandonaría al conocer la obra de Ernesto “Che” Guevara. El realizador marxista –disconforme con el PC– se integró al radicalizado PRT-ERP, espacio político desde donde generó el grupo Cine de la Base, con el que asumiría una postura revolucionaria a través de films arriesgados –algunos inéditos– como México, la revolución congelada (1971), Ni olvido ni perdón (1972), La masacre de Trelew (1973) o Los traidores (1973), que también se proyectarán en el ciclo. “El propio Rodolfo Walsh, con todo su brillo y su ejemplo moral, no fue totalmente inmune a esa trivialización manipuladora que lo utilizó para darse lustre de progresismo. En el caso de Gleyzer no sucede lo mismo. Su figura sigue siendo maldita para la cultura oficial argentina. Por eso resulta interesante que una nueva camada de cineastas jóvenes, de militantes políticos, de fotógrafos y de estudiantes de periodismo lo adopten como paradigma”, señala Kohan, que dedicó dos trabajos a la figura del desaparecido realizador.
La mirada de Kohan no es caprichosa. Deviene del choque ideológico entre el cine que encarnaba Gleyzer y las expresiones más ligadas al peronismo combativo que producían Pino Solanas u Osvaldo Getino, mentores del también trascendental “Cine de Liberación”. Pese a que ambas tendencias compartían espacios en el cine clandestino de la época, Solanas y Getino se manifestaban como “el brazo cinematográfico” de Perón, mientras que Gleyzer encajaba con la visión clasista de la organización político-guerrillera de Roberto Mario Santucho y Benito Urteaga.
El plato fuerte de la muestra, Los traidores –que cierra la exhibición, el viernes 14 de marzo–, aún no fue estrenada comercialmente. Data de 1973 y precisamente es fiel reflejo de aquellas rencillas ideológicas, ambas posiciones de todos modos aplastadas con la misma vehemencia por el golpe militar de 1976. Algunos ven un renacer de aquellas controversias políticas en, por ejemplo, las internas piqueteras de la actualidad o las múltiples divisiones de los sectores de izquierda. La polémica visión de Gleyzer y la de sus compañeros erpianos y guevaristas no solamente enviaba sus dardos contra el sistema capitalista, sino también contra el reformismo “de punta limada” que ellos endilgaban –y que los films tardíos del cineasta dejan entrever con elocuencia– a figuras como Abelardo Ramos, Hernández Arregui y hasta el notable Arturo Jauretche.

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Raymundo Gleyzer fue detenido, torturado y desaparecido en 1976.
 
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