ESPECTáCULOS › DIEGO WAINSTEIN, INTEGRANTE DEL CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACION

“Quieren desmantelar la cultura”

Protagonista del unipersonal “Humor cerebral”, el joven actor y autor retoma el tema de la crisis, enarbolado en estas páginas por Alejandra Boero. Y no duda en denunciar “un juego mafioso”.

 Por Hilda Cabrera

Diego Wainstein se considera un joven actor que creció en un país desmantelado culturalmente. Por lo tanto, su visión del teatro, donde también es autor de sus espectáculos, es algo diferente de la de los mayores, “menos ingenua” –dice– si se la compara con la de quienes conocieron un Estado más o menos protector de las disciplinas culturales. Wainstein se inició en el teatro a los 15 años y su primer gran maestro fue Roberto Saiz, del grupo Los Volatineros. Tras su experiencia en el Teatro del Parque pasó al Conservatorio Nacional, integrando poco después diferentes elencos del circuito independiente. Se lo vio, entre otras salas, en el desaparecido Galpón del Sur, dirigido por Manuel Iedvabni. En diálogo con Página/12 sostiene que hoy su fuerte es el teatro de humor. Crea sus propios textos, y últimamente con nuevos métodos. Entiende que nuestros grandes maestros del humor han sido y son “muy instintivos”. Los admira, pero prefirió otro camino, decidiendo sistematizar sus ideas. Viajó a Los Angeles y tomó clases de stand up comedy con Judy Carter.
Una de las consecuencias de ese aprendizaje es Humor cerebral, espectáculo que interpreta todos los viernes a las 23 en Belisario (Corrientes 1624). Lo acompañan Roberto Asalini (autor de la música), Agnese Lozupone y Julieta Kozlowski (creadoras de la escenografía) y Germán de Souza en la producción. Wainstein es uno de los jóvenes que participa del proyecto Centro Cultural de la Cooperación, producto de una convocatoria del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, entidad que está construyendo la sede del Centro en la avenida Corrientes al 1500, y cuenta ya con el aporte artístico de destacadas personalidades del teatro, muchas de ellas estética e ideológicamente “indomables”.
Wainstein descree de “la obra de arte política”. De ahí que Humor cerebral se refiera muy escuetamente a la actualidad. Lo esencial es el humor absurdo y no la catarsis política: “Hablo con Dios por el celular pero no con el objetivo de movilizar a la masa oprimida”, apunta. No creo en el arte como evasión pero tampoco en la bajada de línea, que ya murió, aunque éste es un tema que nunca se debatió demasiado entre nosotros. Defiendo la militancia como ser humano, y opino: no valoro al poeta Pablo Neruda por su oda a Stalin, sino por otros poemas que me parecen geniales”. “En mi espectáculo busco el humor absurdo, es lo que quiero que le llegue al público. Lo social me interesa, y me parece importante que la gente distinga qué cosas se le ofrecen en materia de cultura, y no se trague más sapos. Por eso, los que trabajamos en el campo del arte y del pensamiento tenemos que crear nuevos mecanismos para acercarnos a ese público despierto, a las asambleas populares, por ejemplo, que nos están mostrando formas de organización muy esclarecedoras.”
–¿Por qué no se ha visto a las agrupaciones culturales participar de estos cambios, o expedirse sobre asuntos concretos, y muy dramáticos, como los sucesos del 19 y 20 de diciembre? Hubo entidades que sí lo hicieron, pero con más de un mes de demora...
–Eso se debe a internas y a la debilidad que frente a la crisis tienen esas entidades. No saben qué les espera en el futuro, y se van quedando. Entre los convocados a participar del Centro Cultural de Cooperación se plantearon formas de llegar a la gente, porque hemos visto cómo a nivel oficial se están organizando formas de desmovilización, por ejemplo de las asambleas vecinales. Esta es una experiencia nueva y muy importante. Como se recordó en una de las reuniones del Centro, durante la dictadura se llegó a poner obras de Bertolt Brecht en el Teatro San Martín. Pero eso no cambió la situación. Todos sabemos que esa apropiación es otra manera de acallar la queja, de disuadir la protesta directa. Por el contrario, el movimiento de Teatro Abierto que se gestó en 1981, hecho a las apuradas y sin contar con una estructura formal previa, funcionó totalmente. El público lo hizo suyo y produjo modificaciones.
–¿Cuál sería hoy la actitud a tomar?
–Situarse realmente en la vereda de enfrente.
–Eso implica radicalizar posturas...
–No queda otra. Nosotros nos quejamos de la transferencia de deudas particulares hecha por Cavallo en el 82, de su desempeño en los gobiernos de Menem y De la Rúa, y de los señores que en el campo de la cultura fueron funcionarios de los militares y estuvieron o están en cargos oficiales, y otros que se mantienen en altos cargos cualquiera sea el gobierno. Gente a la que la fachada cultural le sigue sirviendo. Tenemos personajes que trabajan para el partido que sea sin ninguna dignidad moral, consiguiendo, entre otras cosas, coproducciones para las salas de las que son dueños. Todos esos forman una maraña mafiosa dentro de la cultura, que muy pocos se atreven a denunciar porque tienen que cuidar lo propio y están esperando el subsidio, la coproducción que necesitan para seguir adelante.
–¿Cómo se modifica esta situación?
–Desde mi modesto lugar, creo que es necesario crear lazos solidarios con quienes ven claro este juego mafioso. No estoy diciendo que el Estado no tiene que solventar la cultura del país, pero cuando dentro de ese mismo ámbito cultural no se reacciona vivamente ante las muertes que se produjeron durante las marchas de piqueteros y los cacerolazos, desconfío mucho de sus funcionarios y de las instituciones culturales. Habría que hacer un boicot, no contra la cultura oficial que ya fue desmantelada, y para la que se votaron leyes como la del mecenazgo, que convalida la falta de responsabilidad del Estado de ocuparse de la cultura. La Ley Nacional de Teatro fue una gran bandera, una gran conquista que nos dejó tranquilos por un tiempo, pero que poco después vimos que no se cumplía. Los recortes de presupuesto fueron cada vez mayores y la autarquía parecía un chiste.
–¿No hay entonces posibilidad de entablar un diálogo claro?
–Sé que hay compañeros muy decentes en algunas instituciones, como Onofre Lovero en Proteatro, pero eso no significa que haya realmente un diálogo con la dirigencia política, que hace su discurso. Su participación en las reuniones no sirve. En el fondo, lo que esa dirigencia busca es desmantelar la cultura, y nosotros no tenemos que hacerle el juego. Comprendo que no hay trabajo, que la gente tiene urgencias y necesita comer. Entonces, se prende a lo que le den. Esto es patético y muy nefasto.

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Wainstein busca el humor absurdo, “no una obra de arte política”.
“Yo desconfío mucho de las instituciones culturales”, argumenta.
 
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