ESPECTáCULOS › “LO MEJOR DE NOSOTROS”, DEL REALIZADOR CHECO JAN HREBEJK

La guerra como un absurdo cotidiano

Ambas fueron candidatas al Oscar y ambas remiten a las tradiciones cinematográficas de sus respectivos países. En un caso se trata de remozar el espíritu de la nueva ola checa de los años ‘60 y en el otro de seguir en la huella del cine político italiano más comprometido.

 Por Luciano Monteagudo

A mediados de los años ‘60, una de las muchas “nuevas olas” que sacudieron al cine de la época provenía de Checoslovaquia. Los jefes de fila de esa nueva generación, formada en la célebre Escuela de Cine de Praga, eran Milos Forman, Jiri Menzel y Jan Kádar, que con Los amores de una rubia, Trenes rigurosamente vigilados y La tienda de la calle mayor, respectivamente, se dieron a conocer en el panorama internacional con un cine capaz de tratar los temas más serios con una rara ligereza, muchas veces no exenta de un humor agrio y absurdo. Algo de aquel espíritu late ahora en Lo mejor de nosotros, el tercer largometraje de Jan Hrebejk (n. 1967) y el primero que se conoce en la Argentina, después de haber sido candidato al Oscar al mejor film extranjero. Formados en aquella misma escuela (también conocida por sus siglas, FAMU), Hrebejk y su guionista Petr Jarchovsky –que apenas si gateaban cuando los tanques rusos aplastaron la Primavera de Praga a la que pertenecieron sus antecesores– recuperan esa manera entre ingenua y escorzada de ver el mundo.
Y no se animan con poco. La ocupación nazi, la Shoah, el colaboracionismo han sido incontablemente reflejados por el cine (todavía está en cartel El pianista, de Roman Polanski, basada en las memorias de un sobreviviente del gueto de Varsovia), pero siempre fue un paso más que riesgoso atreverse con un tratamiento que incluyera el humor. Si no que lo diga Roberto Benigni, que cosechó tantos detractores como admiradores con La vida es bella. La diferencia sustancial con la película de Benigni radica en que aquí no hay sentimentalismo alguno ni la voluntad demagógica de ganar la simpatía del público para sus personajes. Se trata más bien de examinar la conducta de gente común sometida a una situación extraordinaria y descubrir que, aun en los momentos más terribles, suele haber un costado absurdo que puede ser observado con humor.
Es lo que sucede con Josef y Maria. Hace ya un tiempo que están casados, pero él es estéril y no pueden tener hijos. Cuando el ejército nazi se apodera de la pequeña ciudad donde viven, le dan refugio a David, un muchacho judío, hijo del empresario para el que trabajaba Josef, y que pudo escapar del exterminio que sufrió su familia. Lo esconden en una despensa clandestina, oculta tras un ropero (antes tienen que desalojar a un cerdo al que acababan de carnear), pero eso no evita las sospechas de Horst, un colaboracionista que oficia de pequeño kapo del pueblo, que conoce a Josef y a David de los buenos tiempos previos a la guerra y que a su vez pretende a Maria, a la que supone sexualmente insatisfecha.
La situación se torna aún más compleja cuando, para evitar que un alemán se instale en la casa de la pareja (donde sigue oculto David), Josef y Maria aseguran que ella acaba de quedar embarazada. Algún milagro van a tener que realizar para no despertar las sospechas de la policía de ocupación. Y otra pirueta más, también, cuando el Ejército Rojo desplace a los nazis y Josef corra el riesgo de ser confundido con un colaboracionista, cuando muchos de los que ayudaron a los judíos a subir alos trenes de la muerte ahora se llenan la boca hablando de la Resistencia.
El guión de Jarchovsky es ágil y guarda siempre alguna vuelta de tuerca, que el director Hrebejk maneja con vivacidad y dinamismo. Al mismo tiempo, mantiene un control muy preciso sobre el tono con el que sus actores deben dar vida a unos personajes que están siempre más cerca de la farsa que del realismo. Por momentos, Hrebejk abusa del efecto de ralenti, cuando quiere destacar una instancia dramática congelando parcialmente la imagen, pero aun así la película fluye liviana, como solían hacerlo las de sus recordados predecesores.

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El colaboracionista expone su buen estado físico, pero no consigue la simpatía de las mujeres.
 
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