ESPECTáCULOS

Noche de emociones para Fito Páez y sus amigos

El rosarino ofreció en el estadio Obras un show vibrante,enel que participaron Luis Alberto Spinetta y Charly García, aunque no llegaron a compartir el escenario.

Por Javier Aguirre

Con el nerviosismo propio de un show concretado en un país en llamas, en el que además las leyendas Luis Alberto Spinetta y Charly García estaban como invitados especiales, Fito Páez inauguró la temporada 2002 de Obras y volvió a mostrar la contundencia del vivo de su actual banda. Si bien nunca coincidieron en el escenario, las presencias de Spinetta y García fueron, claramente, los momentos más vertiginosos de la noche, aunque cada uno a su manera y con su propia liturgia escénica.
La aparición del siempre esquivo Spinetta, fantasmal y vestido de negro, presentado por Páez como “uno de los artistas más grandes del mundo” estuvo llena de sencillez, genialidad y dulzura. Más allá de las vacilaciones del propio Luis con la letra de su exquisito tema “La bengala perdida”, esa interpretación y la de “Todos estos años de gente” (del disco La la la, que grabara a dúo con Fito hace dieciséis años), esta última sentado y tocando la guitarra, conformaron un miniset delicioso. Spinetta sólo habló para decir que para él era “un privilegio estar con uno de los grandes”, y para elogiar la banda. Igualmente maravilloso, pero por otras razones, fue el conocido miniset que Fito compartió con su invitado habitual, aunque también estelar: Charly salió al escenario tocando la guitarra eléctrica y se adueñó de la escena a lo guapo. Rígido y gigante, cantó distraídamente su propio himno “Cerca de la revolución”, y arengó al público durante la salvaje “Ciudad de pobres corazones”. Independientemente del lujo de ver a Spinetta, García y Páez en la misma noche, el deseo de tenerlos juntos y al mismo tiempo en un escenario volvió a quedar para otra ocasión.
El concierto había empezado caliente y tenso, como todo en la Argentina actual. La colocación de butacas en parte del suelo de Obras generó el enojo de los que habían comprado entradas por teléfono para campo, creyendo que iban a estar junto al escenario, cuando en realidad estaban detrás de las filas de asientos. Después de los cantitos combativos contra la empresa Ticketmaster, el problema se resolvió cuando comenzó el show: la gente quitó las vallas, y los propios plateístas quitaron muchas de las sillas y las apilaron a un costado. Fito, contrariado, intervino desde el escenario diciendo: “Estamos en una fiesta, con o sin sillas, no jodamos”. De hecho, las improvisadas refacciones que el público hizo al estadio impidieron que Páez tocara, como estaba previsto, parte del show desde el piano que estaba ubicado en medio de la platea.
Con un Páez vestido de celeste y blanco, y con luces de esos mismos colores en el escenario, las canciones más intensas del repertorio, “El diablo de tu corazón”, “Al lado del camino” y la extensa “La casa desaparecida” –sobre la que dijo: “quisiera no haberla compuesto, pero me salió de los huevos”– sonaron especialmente testimoniales. La alusión al presente también estuvo en un texto que leyó Fito, de suautoría: “darnos los cacerolazos a nosotros mismos y no culpar sólo a la clase dirigente, a la que nosotros pusimos allí”.
En lo estrictamente musical, y más allá de los mágicos pasajes de Spinetta y García, el show tuvo dos grandes etapas: una más intimista, de sonido similar al de sus presentaciones del pasado noviembre en el teatro Sky Opera (con “Fue amor”, “Tema de Piluso” y “Tumbas de la gloria” como lo mejor, y con la versión bossa nova de “Un vestido y un amor”, interrumpida por la discusión de Páez con un espectador, como lo menos feliz); y otra más potente y enérgica, con una destacada presencia de guitarras rockeras y vibrantes, virtud del invitado perenne Gabriel Carámbula (“Mariposa tecknicolor”, “Vale” y “A rodar la vida”, las más contundentes). Tanto por lo logrado de los dos formatos, como por los invitados históricos y las tensiones coyunturales, el nuevo paso de Páez por Obras fue siempre caliente y siempre único.

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