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La escritora que bajó del bronce la vida y la obra de los próceres

María Esther de Miguel, referente indiscutida del boom de la novela histórica y una de las autoras más leídas de la Argentina, murió ayer a los 73 años, víctima de un cáncer.

 Por Silvina Friera

La mujer de chispeantes y enormes ojos verdes, que antes de dedicarse a la escritura fue maestra, monja y periodista, la autora de El general, el pintor y la dama, con el que obtuvo el premio Planeta en 1996, murió ayer a los 73 años, a causa de un cáncer de colon. María Esther de Miguel, referente indiscutida del boom de la novela histórica en los ‘90 y una de las escritoras más leídas de la Argentina, nació en 1929 en Larroque, un pueblo entrerriano donde aún existen urquicistas y partidarios de López Jordán, según comentaba la escritora. “En el campo tenemos más tiempo para hacer volar la imaginación, más tiempo para hablar al pepe”, decía De Miguel cuando recordaba su infancia y adolescencia en esa tierra que fue su refugio y principal fuente de inspiración. Aunque sus padres cerraban con llave la biblioteca de la casa (porque había libros “que los chicos no debían leer”, según decían), María, curiosa incorregible, se daba maña, abría la cerradura y se sumergía en las novelas de Alejandro Dumas y Charles Dickens.
Su debut literario fue en la revista Figuritas con una composición sobre las islas Malvinas, que ganó una distinción. Este pequeño reconocimiento, cuando estaba apenas en cuarto grado, sería decisivo para definir el futuro de María Es- ther. Aunque nunca supo por qué se hizo monja y tampoco podía explicar con certeza los motivos por los que decidió dejar de serlo, De Miguel estuvo diez años en la Congregación de los Paulinos, laicos consagrados con votos, pero sin hábito. Sin embargo, su vocación social se fue desplazando a medida que se imponía su vocación por la literatura. “Mientras las monjas rezaban en la planta baja, yo hacía reuniones con escritores en el primer piso”. Chiquita, con su sonrisa inalterable y cálida, De Miguel dio el paso definitivo cuando envió al suplemento literario del diario La Nación el cuento “La fotografía”, con el siguiente prólogo: “Soy petisa, soy fea, soy provinciana, soy pobre, soy monja... Por favor, publíquenmelo”. Al mes salió el cuento firmado por ella (relato que tenía un parecido asombroso con los textos de Julio Cortázar, según precisaba la escritora). Las paredes del convento ya no podían contenerla. Pronto publicó su primera novela, La hora undécima, que, como ocurriría con muchos de sus libros, ganó el segundo premio de la Editorial Emecé en 1961. Aunque por entonces sólo era escritora de fines de semana, continuó publicando novelas y relatos: Los que comimos a Solís (premiado por el Fondo Nacional de las Artes), Calamares en su tinta y En el otro tablero (1966).
A pesar de su figura de señora distinguida y coqueta, De Miguel tenía un peculiar sentido del humor para burlarse de la solemnidad. “Una vez me propusieron para la Academia. ¡Que no se les ocurra! ¿Qué puedo hacer yo en la Academia?” Tal vez por esa necesidad de huir de los estereotipos, De Miguel eligió escribir novelas históricas para bajar del bronce a próceres como Belgrano, Rosas y Urquiza. “Los padres de la Patria seguramente no eran ni tan pulcros ni asépticos como nos contaron. Eran hombres con sus debilidades y sus pasiones. No me imagino al sargento Cabral, mientras agonizaba en San Lorenzo, diciendo: ‘Muero contento, hemos batido al enemigo’. Seguramente pensaría: ‘La puta, ¿por qué me tocó a mí?’” Lectora empedernida, admiradora de William Faulkner, alumna de Borges en la vieja Facultad de Filosofía y Letras (en la calle Viamonte), De Miguel encontró su “destino manifiesto” en un puñado de libros como Espejos y daguerrotipos (1980), Jaque a Paysandú (1983), Dos para arriba, uno para abajo (1986, cuentos), Norah Lange (1991, biografía), La amante del Restaurador (1993, novela), Las batallas secretas de Belgrano (1995), Un dandy en la corte del rey Alfonso (1999) y El palacio de los patos (2001), entre otros.
Le gustaba definirse como una “vieja escritora con muchos años de esfuerzo detrás”. Por eso solía repetir que había que entrar por la puerta de atrás de la historia, por la nota a pie de página, por el asterisco que nadie lee. “Es interesante espiar por el ojo de la cerradura para ver qué pasa en realidad. No es por maldita –señalaba en una entrevista con Página/12–, lo que pasa es que lo más humano, lo más rico, aparece siempre en los patios. Y por lo general, los historiadores tratan que los fondos desordenados no se vean.” En marzo, en una entrevista publicada en Clarín, comentaba que acababa de terminar un libro, Ayer, hoy y todavía, a mitad de camino entre la memoria y la ficción. El padre de De Miguel, que manejaba la usina eléctrica de Larroque, dio la luz al pueblo cuando ella nació. “Vine al mundo con luz; esperemos que cuando lo deje, tenga la otra, con mayúscula”, confesó alguna vez la escritora.

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La autora entrerriana había ganado el premio Planeta en 1996, con “El general, el pintor y la dama”.
 
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