ESPECTáCULOS › “LOS TRAMPOSOS”, DE RIDLEY SCOTT, CON NICOLAS CAGE

“Nueve reinas” revisitada

Por H. B.

Llama la atención que Los tramposos esté basada en una novela preexistente, ya que viéndola podría jurarse que su fuente de inspiración tiene que haber sido Nueve reinas. Véase si no: aquí también hay, como en la película argentina, dos estafadores, un veterano y su aprendiz. Entre los dos, una chica, en este caso la hija del más experimentado de los dos. Y hay, claro, un par de vueltas de tuerca finales, que ponen el tablero patas arriba. Sea o no sea un remix de la película de Fabián Bielinsky, el problema de Los tramposos reside en otro vicio muy común en el Hollywood actual: la superposición de líneas argumentales, que derivan de películas previas y no se llevan demasiado bien entre sí.
Hay en Los tramposos tres o cuatro películas posibles. Por un lado está lo que podría llamarse “película principal”, una típica comedia de vivillos en la que Roy (Nicolas Cage) y Frank (el siempre electrificado Sam Rockwell) se aprovechan de incautos varios con audacia, precisión y decontracción. No casualmente musicalizada con temas de Sinatra, Bobby Darin y Andy Williams, esa película invita a relajarse y gozar. Sin embargo, ya desde la escena inicial se superpone otra película, visiblemente derivada del personaje de Jack Nicholson en Mejor... imposible. Nicolas Cage sufre de una sintomatología no menos peculiar que aquel cascarrabias obsesivo–reclusivo. Pero más variada, cuestión de matarle el punto. Lleno de cábalas y conjuros contra la mala suerte, ritualista y maniático, Roy padece de una agorafobia tal que si no tiene a mano su medicación puede llegar a pasarle de todo. Incluyendo –al leer el guión, Cage se habrá restregado las manos– una cadena de tics en la que las guiñadas de ojo se combinan con “ughs” ahogados. A partir del momento en que Roy empieza a ir al analista, sobreviene el sector Soprano del asunto.
Más allá de no saberse muy bien a qué vienen, en términos dramáticos, sus peculiaridades, el problema es que la rareza del personaje se lleva de patadas con la complicidad que demanda toda película de estafadores. Para peor, como estamos en Hollywood es cantado que el freak deberá encaminarse a su curación. De dónde podía venir ésta si no por el lado de la paternidad, que Roy tendrá ocasión de ejercer cuando sorpresivamente aparezca su hija de 14 años, Angela (la debutante Alison Lohman, muy desenvuelta), a la que aquél ni siquiera llegó a conocer, antes de separarse de su esposa. Nada más tramposo para una película de tramposos que el sesgo moralizador/ redentorista, y es hacia allí adonde apunta la cosa.
No es que la película no se vea con agrado. Descansando temporariamente de los excesos muscular–imperiales de Gladiador y La caída del halcón negro, Ridley Scott tiene el suficiente pulso como para conducirla con la necesaria fluidez. Los actores están muy bien, la banda de sonido ayuda y la fotografía es tan exquisita como suele serlo en las películas de Scott. Si en lugar de varias películas se hubieran limitado a filmar una, tal vez hubiera estado mejor.

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