ESPECTáCULOS › LORENA ASTUDILLO, UNA VOZ DIFERENTE EN EL GENERO

Folklore con mirada urbana

La cantante presenta esta noche su disco “Ojos de agua”, una buena excusa para sumergirse en su particular manera de decir, tanto en material del Cuchi Leguizamón como en canciones propias.

 Por Karina Micheletto

“Yo elijo sólo los temas que me quedan bien decir. Puedo hacer a un lado una canción, aunque me encante, si una palabra no me cae bien”, explica la cantante Lorena Astudillo respecto de su forma de seleccionar el repertorio. Al escuchar Ojos de agua, su último disco, se entiende por qué tanta preocupación por las palabras dichas. La interpretación que Astudillo hace del folklore la inscribe en esa línea de cantantes por sobre todo “decidores”, capaces de llevar por nuevos caminos a la poesía ya dicha una y mil veces, resaltando las profundidades de cada palabra. Una búsqueda en la que se sumergieron de lleno cantantes como Liliana Herrero, y que en Astudillo toma el color especial de su bella voz.
Lorena Astudillo nació en Almagro, se crió en el Once y ahora vive en Coghlan, con su esposo y su hija Vera, de un año. Porteña y folklorista (léase “y”, no “pero”), no tiene problemas en definir lo suyo como “folklore urbano”. No sólo porque puede incluir el sonido ambiente de la estación Lacroze del subte B en el comienzo de una vidala. También porque, acepta, el paisaje que inevitablemente influye en la forma de encarar el repertorio. “Es imposible que la mía no sea una mirada urbana. Si no lo reconozco, estoy mintiendo”, sonríe la cantante, y el debate de musicólogos, folklorólogos y demás “ólogos” especialistas se salda con naturalidad.
Después de un primer disco enfocado en el repertorio del gran compositor salteño Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Lorena canta al Cuchi, Astudillo se larga a interpretar una lista que incluye clásicos como “Las golondrinas”, “La añera” o “La tempranera”, más temas nuevos, con arreglos propios en los que se destacan dúos de pianos o cuartetos de cellos. En el disco, que se presenta hoy a las 23 en La Trastienda, participan Osvaldo Burucúa en guitarra, Diego de la Zerda en percusión y Adrián Iaies, Lilián Saba, Quique Condomí, y el Les Luthiers Daniel Rabinovich, entre otros, como músicos invitados.
–¿Cómo trabaja las formas de decir las palabras?
–Creo que, por encima de la afinación, de la belleza de la melodía o de la letra que escoja, es lo que más me ocupa. Las buenas obras te dan la posibilidad de poner tu punto de vista, y eso es lo único, lo irrepetible. La misma frase puede sonar más desapegada, más melancólica, más lacónica. Cuanto mejor es la obra, más posibilidades te da, más abre, ofrece más tela para cortar. Entonces, lo que se impone es decirla, ese es el trabajo más delicado, y el que más me cuesta. Presto especial atención a la poesía, y no cambio las palabras, considero que por alguna razón el autor las eligió. Ni siquiera cambio el género, si el tema habla en masculino yo lo canto así. Hay cierta técnica que uso en mis formas de decir, pero sobre todo aplico lo que aprendí en mis años de estudio de teatro.
–¿Por qué eligió empezar por Cuchi Leguizamón?
–Me sorprendió la conexión magistral que hay entre letra y música con la gente con la que escribía, sobre todo con Castilla, con quien era amigote, y también con Armando Tejada Gómez. Con Tejada Gómez no eran amigos pero sí tenían puntos de vista muy similares. Fue una fascinación que me llevó a investigar su obra, a leer y viajar mucho. No para ganarme un lugar cerca del Cuchi, sino para ganar en interpretación. Y terminé ganando todo, amigos, conocimiento, y también detractores, gente que me reclamaba cosas. Ahí me di cuenta dónde me había metido, porque Leguizamón también es un autor muy controvertido.
–¿Qué le reclamaban?
–Cuando empecé el trabajo estaba todo bien, porque él todavía vivía y lamentablemente no le daban tanta bolilla como después de muerto. Pero después que murió, todos se arrogaban el lugar de “ahijado de”, “hijo de”, todos eran su amigo íntimo, todos habían comido asados con él. Entonces me miraban medio con recelo, como si me hubiese metido en un terreno que me era ajeno. Y yo simplemente me había acercado a su obra, no a él, no tuve la fortuna de conocer su lucidez. Algunos me decían: “El Cuchi es patrimonio de los salteños”. Yo les contestaba que entonces lo grabaran, que es lo mejor que le puede pasar a un autor, porque muchas de sus obras no son para nada conocidas. Por suerte llegué a acercarle el disco, cuando ya estaba enfermo. Pero sólo por una cuestión personal, porque estaba conmovida por la muerte de mi abuela, a ella no había llegado a llevarle un disco de jotas que me había pedido.
–¿Y cómo pasó a ampliar su repertorio al actual?
–Pasaron cinco años, y pasó la vida. Tuve una hija. Crecí. Y mi trabajo básico es, además de cantar, elegir. Cada tema tiene su sentido, por qué y con quién lo hago. Con Iaies hago “La tempranera”, porque me resuena con cierto aire tanguero. A Lilián le di los dos temas nuevos, porque ella es tan sólida y tan franca, que es capaz de bancarse cualquier presentación.
–¿Se puede hablar de “folklore urbano”?
–Y claro... ¿Por qué no? ¿Hay alguien que parezca más porteño cuando se lo ve o se lo escucha que Raúl Carnota? ¿Lo que hace, no es folklore, acaso? Hay muchos ejemplos de gente que hace folklore desde Buenos Aires. Y la influencia del lugar en el que estás es inevitable. No sé si se puede hablar de un movimiento, pero sí hay muchos. Y es impresionante lo que pasa en los festivales o en los lugares donde se cruzan músicos de distintos lugares. Todos tenemos cosas que nos diferencian, pero también cosas para pasarnos unos a otros, en un enriquecimiento mutuo.

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Astudillo nació y se crió en Capital, pero eso no la inhabilita para dedicarse de lleno al folklore.
 
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