ESPECTáCULOS › LA TRASTIENDA DE LAS IMAGENES DE “FUTBOL DE PRIMERA”, UN TRABAJO CONTRA RELOJ

El arte de realizar un minidocumental de fútbol

En cada fecha del torneo, un equipo traduce para la pantalla “la previa” y los momentos más calientes, editando incluso cuando el programa ya está al aire. Cómo es el minuto a minuto de la única producción del mundo que filma en 16 mm para emitir el mismo día.

 Por Mariano Blejman

Se observa un azul y oro uniforme que pinta la calle que rodea la Bombonera, como si fuera una cortada parisina de principios de siglo. En realidad, es como una Place du Tertre venida a menos, con el paso del Tercer Mundo por encima. El escenario es una romería de colores frescos, de panzas plenas atornilladas al porrón de cerveza, una oferta incalculable de choripanes bien aceitados, tostados con el color de su propio humo y rellenos de una sustancia indescifrable. También hay banderas que dicen “Papá se va a Japón”, posters que eternizan en la pared cualquier broma de café, hombres capaces de vender a su madre por un lugar en la popular de un River-Boca. Se trata de fútbol, claro, pero de ese color que da la hinchada cuando se desafuera. El acceso a la puerta 18 de la Bombonera es el marco elegido, esta vez, por el equipo fílmico de Fútbol de Primera para cubrir “la previa”. Esa mirada sobre el contexto, sobre la “resaca” de lo que llena el campo de juego cada domingo. Página/12 convivió un día completo con el equipo del programa clásico del fan de fútbol (Canal 13, domingos a las 22), y cuenta cómo es la trastienda del único equipo fílmico del mundo que trabaja para emitir el mismo día, en uno de los tres únicos países que usan cámaras de 16 mm, un recurso casi olvidado por la televisión mundial, y termina de editar y musicalizar esas postales urbanas cuando el programa ya está en el aire.
Todo comienza con un sanguchito en el bar de Torneos y Competencias, en Balcarce al 500, a las 13.30. Ahí se juntan Roberto Lavezzani (productor y asistente), Lisandro Schaffer (quien pone el sonido), Guido Filippi (fotografía y asistente de cámara), Néstor Mazzini (que es el realizador y además maneja una de las dos cámaras, y está estrenando una película propia filmada en Lugano). No curiosamente, las instalaciones de TyC están vacías durante el domingo. Casi 300 personas participan de las transmisiones que la productora de Carlos Avila realiza para vaya a saber cuántos canales, cuántos programas, cuántos conductores. El pulpo del fútbol, el monopolio de la pasión encendida, tiene los tentáculos desplegados desde temprano. El show está listo y sus cruzados fílmicos elaboran el escenario de la trastienda.
El equipo se dirige en una combi, entonces, al Boca vs. Quilmes que terminará en un insoportable cero a cero. Pero la fiesta está en la calle. Y ellos lo saben. Mientras Filippi coloca el rollo (en la absoluta oscuridad de una manga ciega, como en una antigua cámara fotográfica), Roby Lavezzani se baja con el celular en el oído como si estuviera hablando con alguien importante. “Sí, sí... acá el oficial –y dice su nombre por el teléfono– nos va a dejar pasar... ¡Pasen chicos!”, dice Roby, como si todo estuviese arreglado. Pero nada está listo en el emporio Avila. A veces hay que luchar contra la desidia policial. Una vez resuelto el estacionamiento, el equipo deambula por los exteriores, como un satélite ruso olvidado en el espacio después de la Guerra Fría. Los cineastas caminan por La Boca, entre Irala y Aristóbulo del Valle, con la consigna de mandarles mensajes en portugués al brasileño Pedro Iarley.
Néstor prende la cámara y las siluetas comienzan a desfilar. Están raros, como encendidos. Los productores tienen unos segundos para conseguir el testimonio o pronto habrá una hinchada completa gritando “Boca se va a Japón”: una mujer dice que Iarley es “lo más grande”. Otro de pinta gentleman habla en portugués y cierra en italiano con un “tante grazie Iarley”. La cámara se enciende y el hincha promedio siempre dice algo. Un hombre de capa y gorrito espeta “Obrigado Iarley”, y una mujer saluda con su perro pequinés vestido de azul y oro. Roby dice que éste es el momento de entrevistar, que más tarde –si Boca pierde– la cosa se complica. Un poco antes de las 16, el equipo fílmico se dirige hacia la cancha.
La Bombonera es un shopping de cemento donde se vende un sueño de campeón eterno sin vidrieras. Sin embargo, en el subsuelo la pelea no es por el campeonato, sino por un buen lugar en los pasillos: una declaración de Mauricio Macri, un comentario de los jugadores, un verdadero radio pasillo que se activa antes y después de cada partido. Los hombres del fílmico caminan desentendidos del entorno. Son de los pocos privilegiados que ingresan a la cancha para filmar. En el campo sólo hay lugar para Fútbol de Primera: el resto, el resto de la tele del país, no puede trabajar en el campo por disposición de la AFA.
Allí, el equipo filma a Pedro Iarley apenas sale a la cancha. Néstor, el camarógrafo, sigue sus pasos, que terminarán estampados unas horas más tarde con una calidad poco vista en la tele. Iarley adquiere una dimensión estrambótica: la cámara lenta, su profundidad de campo, su textura difiere de lo habitual. El héroe saluda a la tribuna, que le devuelve un aplauso cerrado. Una vez que comienza el partido, la producción se aísla a un lado como si estuviera de picnic. La maquinaria comienza a funcionar en todo su esplendor: unas 70 personas trabajan en la transmisión del vivo, pero ellos siguen como si nada, detenidos en los detalles. Al final, Roby (también actor, protagonista en un par de películas) envía la cinta de 16 mm al laboratorio, que tardará dos horas en llegar de vuelta a Torneos. “Si el equipo local pierde o empata, no hay clima para las entrevistas, la gente se pone violenta”, dice.
En el transcurso de la tarde, a las 18, Gonzalo Mozes, productor general del programa, se ha instalado en el tercer piso de Canal 13 a controlar el operativo. Un equipo que va de seis a nueve personas –dependiendo del momento– acompaña la ingeniería que el programa ha ido puliendo en casi dos décadas de transmisiones (ver recuadro). Mientras todo eso sucede, todo lo importante –al fin y al cabo– para el televidente que sólo quiere fútbol, las cintas del fílmico viajan por un camino kafkiano. Primero a ser reveladas, luego se envían por satélite y se sincroniza el sonido con las imágenes, que terminarán volcadas en la isla de edición donde la espera Marcelo Domizzi. El desencripta la memoria visual no contada del fútbol argentino: la historia del hincha.
Domizzi también es realizador de cine. Cada lunes puede verse en el Cosmos su película Tico, Tico. Es una especie de gurú y, además de gran musicalizador y realizador, comprende los tiempos de la tele. Es consciente de que sólo en la NBA y en la NFL se usa material fílmico. Debe tener años haciendo esto, porque trabaja con una paciencia sobrecogedora. El reloj marca las 20.30, cuando el editor está sentado en la isla trabajando con la presentación. Durante la tarde, han llegado las imágenes de cada partido jugado. “Cada domingo hacemos un nuevo documental”, dice Domizzi, mientras pega las imágenes y les hace cobrar una vida especial. El clima, la policía, los tatuajes, las banderas, generan además de todo una forma de relato del consumo deportivo que excede al pum para arriba. Domizzi termina y sale a fumarse un cigarrillo.
A las 21.15, Domizzi está terminando de juntar los resabios del fútbol. Aquellas imágenes esporádicas que el hincha está acostumbrado a ver recobran valor simbólico pasando por su tamiz. La segunda parte de la apertura se dedica al momento “top” de los partidos, a excepción de los goles, el otro plato fuerte. Es una especie de coitus interruptus que le genera al televidente el deseo de enterarse del contexto de la escena. Uno quisiera ver cómo fue el resto. Faltan siete minutos para el aire cuando Domizzi ajusta los sonidos de la última toma de presentación.
Domizzi se fuma otro cigarrillo. Una vez comenzado el programa, tendrá 45 minutos para convertir 12 minutos de testimonios en un informe de dos minutos y medio de “previa”. “Hoy tenemos tiempo”, dice. Hasta se toma un momento para elegir entre dos posibles músicas brasileñas. Entonces, aparecen en la pantalla aquellas declaraciones de amor a Iarley, un jugador que se acaba de recibir de ídolo. “Un saludinho”, dice uno. “La galhina e un filho nosso”, asegura otro inventando su propio portugués. “Obrigado, Iarley... so’lomagrandequehaynegro”, recita otro. Pasa Locomotora Castro, con su pelo fucsia, y hace un saludito subiendo y bajando las manos. Al final, un hombre de 90 años sentencia: “Hay que agradecerle a Brasil lo que nos da”. Domizzi mira la pantalla del programa mientras termina de editar. “Nos quedan ocho minutos”, dice, y mira el reloj. Comienza a pegar las imágenes de Iarley en la cancha, alzando los brazos, saludando a su gente, acompañado de música del Brasil. “Listo”, dice Domizzi. El editor tiene tiempo de rebobinar, espera la vuelta del corte del programa, y sin moverse de su asiento, aprieta el play. La imagen se inmortaliza en la pantalla de Canal 13. “Cuando vea esto, el negro se muere”, dice Domizzi y, misión cumplida, sale a fumarse el último cigarrillo.

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El público suele desgañitarse frente a las cámaras del programa.
 
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