ESPECTáCULOS › “YO NO SE QUE ME HAN HECHO TUS OJOS”, DE SERGIO WOLF Y LORENA MUÑOZ

Cuando el documental se viste de “film noir”

Una película admirable sobre el misterioso retiro místico de la cantante de tangos Ada Falcón, a comienzos de los años ‘40, vuelve a poner en primer plano la figura de una diva irrepetible.

 Por Luciano Monteagudo

Todo comenzó con un enigma. Hacia 1942, la mítica cantante de tangos Ada Falcón, una de las mayores divas argentinas de los años ‘30, que disfrutaba de una vida de lujos y tentaciones, decide retirarse súbitamente al ostracismo, en la cumbre de la fama, el dinero y el prestigio. Vende todas sus pertenencias y se recluye, por más de medio siglo, en un convento religioso de las sierras de Córdoba, alejada definitivamente del mundanal ruido, de la radio, del cine, de los estudios de grabación, del periodismo de la época, que había alcanzado a hacer de ella toda una diosa inaccesible. Ese episodio casi olvidado (al menos tanto como su protagonista), desempolvado en alguna charla ocasional con un conocedor del tango, ratificado someramente en la contratapa de un disco, fue la chispa que encendió la imaginación de Sergio Wolf y Lorena Muñoz. Allí parecía haber una historia que merecía ser contada. El resultado, después de casi cinco años de trabajo e investigación, es Yo no sé que me han hecho tus ojos, uno de los mejores documentales del cine argentino reciente, lo que no es poco decir en un año en que se conocieron películas de la calidad de Los rubios y Bonanza.
Hay algo verdaderamente fascinante en el film de Wolf y Muñoz y no es sólo la historia de la Falcón, de por sí una de las pocas auténticas leyendas del show business vernáculo, una vida y un misterio que parecen estar a la altura de El ocaso de una vida (1950), aquel clásico de Billy Wilder que se internaba en la desolada intimidad de lo que alguna vez fue una deidad del cine mudo de Hollywood. La poderosa seducción que es capaz de ejercer el film tiene que ver no sólo con la denominada “emperatriz del tango”, con su conducta impredecible y con su tormentosa relación con el director de orquesta Francisco Canaro, autor del legendario vals que le da su título al film, compuesto especialmente para la Falcón. Se trata de todo eso, sí, por supuesto, pero también de la manera en que Yo no sé qué me han hecho tus ojos se acerca a su objeto de estudio, de la forma en que el film se interna en busca del tiempo perdido y persigue a esa sombra esquiva, a ese fantasma.
A la manera de un film noir, con una narración en off en primera persona del singular, Wolf se convierte en el detective que comienza a seguir un rastro, que fatiga las calles de Buenos Aires en busca de testimonios, que sale a abrir puertas y desempolvar documentos. Frente a un edificio que alguna vez fue un teatro fundamental de la escena porteña o a una fachada de lo que supo ser una grabadora (y donde hoy lucen las marquesinas plásticas de un McDonalds o un banco), Wolf se enfrenta a sus primeros obstáculos: la desaparición, la distancia, el tiempo. “Buenos Aires es como Cronos –reflexiona–, el dios del tiempo que se devoraba a sus hijos.” Pero como le sucedía a Philip Marlowe, las barreras y los pasos en falso no hacen sino volverlo más curioso, más tenaz, más obsesivo. Se sumerge entonces en una suerte de sesión de espiritismo, una mesa redonda en la recóndita oscuridad de un estudio de radio, donde quienes conocieron a Ada Falcón parecen invocarla con sus recuerdos, con sus anécdotas, incluso con sus silencios, que intentan resguardar pudorosamente a la cantante y que no consiguen sino acrecentar el misterio.
Apoyado en un uso magistral del material de archivo, en un minucioso, finísimo bordado que –a la manera del cine de Edgardo Cozarinsky– convierte a los films de ficción del primer cine sonoro argentino en documentos invalorables, el detective continúa su camino y se encuentra rumbo a Córdoba. En las calles tristes de Salsipuedes (“Como si Ada hubiera elegido el pueblo por su nombre”), descubre el primer refugio de la Falcón. Pero nadie sabe muy bien dónde encontrarla, ni siquiera si vive aún. Todos hablan de ella en pasado. La pesquisa lleva a Wolf a un convento y luego a otro, mientras el film adquiere el poder de una narración de ficción, que no puede sino concluir con el detective finalmente enfrentado a la mujer irreconocible que se esconde detrás de un personaje que ella misma creía olvidado. Para entonces, el film noir, fiel a su tradición, sugiere que, en el fondo, el secreto de Ada Falcón no es sino la historia de una pasión, de un amor loco, que dejó una huella que ahora la película de Wolf y Muñoz vuelve a recorrer, de una manera admirable.

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