ESPECTáCULOS

Marikena Monti se pasea por las vidas de otras

 Por Cecilia Hopkins

“Para comenzar a hacer teatro busqué algo cercano a mí –decía Marikena Monti a Página/12–, no es cuestión que hoy vaya a hacer de Medea y mañana, de Julieta, con lifting y extensiones.” Monti encontró para su debut teatral una estructura de espectáculo acorde con su trayectoria. Bajo la dirección de Diego Kogan, la intérprete intercala en el repertorio seleccionado tres monólogos (uno, escrito por Pedro Orgambide, a cuya memoria está dedicado el espectáculo; los otros, de Patricia Zangaro) que le permiten elaborar el retrato de tres cantantes de diferentes procedencias, unidas por un rasgo común: haber pertenecido al star system de su época, tras años de humillaciones. En el transcurso del montaje la intérprete fue dejando las vacilaciones a un lado y demostró que cuenta con los recursos expresivos suficientes como para asumir los personajes propuestos. Aunque todavía faltan funciones para ajustar los tiempos correspondientes a los pies y remates de canciones y situaciones.
Secretos... abre con la evocación de Pepita Avellaneda, la primera cancionista del tango y exitosa tonadillera en ambas márgenes del Río de la Plata. Monti introduce la figura de Josefina Calatti (tal su verdadero nombre) con el Vals para la señora del guardarropa (con letra de Orgambide y música de Oscar Laiguera) para ambientar los recuerdos de la artista en su edad madura, cuando sus épocas de reo varieté ya eran un recuerdo. Lo mismo que su amistad con Angel Villoldo, quien fue cuarteador, resero y hasta tipógrafo antes de ganarse fama de cantor. A Marikena le sienta la picardía inocente cuando interpreta fragmentos de Guapo sin grupo, de Manuel Romero y Salvador Merico, y El porteñito, del propio Villoldo. Pero más le cuadran la densidad de las canciones que atraviesan los textos de Zangaro al momento de asumir las confesiones de la francesa Edith Piaf y la norteamericana Billie Holiday –ambas nacidas en 1915–, quienes lograron la fama en la misma época y murieron antes de cumplir los cincuenta.
La amplia falda de Pepita sirve de base para los demás personajes, en tanto sus zapatones de señora mayor son reemplazados por los graciosos botines de una Piaf adolescente que vocea en la calle, encargada de llamar la atención de los transeúntes acerca de las atracciones del circo donde trabaja su padre saltimbanqui. Abandonada, se cría en un burdel junto a su abuela cocinera y, con el tiempo recorre los tugurios de Pigalle con su canto y pierde una hija de pocos meses. A pesar de tanto infortunio, la música de circo y el pregón que intercala Zangaro entre un recuerdo y otro no deja que las tintas se carguen hacia un dramatismo excesivo.
Una flor blanca en el pelo de Marikena anuncia la aparición de Billie Holiday. Sola en un diminuto cuarto, espera que llegue el momento de salir a escena. Parece planear venganza contra quienes la ofendieron –la sociedad blanca de su país– rememorando su pasado de fregona en las mansiones de Baltimore, su afición al alcohol y las drogas. Monti se luce en la interpretación de los clásicos Summertime, de Gershwin y Heyward, y Strange fruit, de Abel Meeropol, un tema que Holiday grabó en 1939 inspirado en los linchamientos de negros que organizaban grupos de blancos del sur de Estados Unidos. Fragmentado convenientemente, uno de los temas (Mi hombre, de Maurice Yvain) sirve durante el espectáculo a modo de enlace entre los personajes como si expresaran que cada una de las divas defendió a su manera aquello que quiso conseguir.

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Monti encarna a tres cantantes de diferentes procedencias.
 
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