ESPECTáCULOS › LUIS MARTIN, DIRECTOR DEL GRUPO TEATRAL MEXICANO PROTEAC

“En el teatro la gente se purifica”

Hasta el domingo, en el Teatro del Pueblo, el grupo mexicano Proteac presenta tres piezas, dos de ellas una suerte de homenaje a la escritora Elena Garro, a quien rescatan como intelectual. Garro es más conocida por haber sido esposa de Octavio Paz.

 Por Silvina Friera

Los accidentes pueden truncar una vida o desviar el destino por atajos inesperados. El mexicano Luis Martín empezó a dirigir teatro por un “accidente”: la falta de un director en el grupo que por ese entonces integraba. En 1959, a los 16 años, debutó con El censo, de Emilio Carballido, en Monterrey, su ciudad natal. “En los años ‘60 hubo un movimiento muy interesante. Como no recibíamos ningún tipo de apoyo, los mismos directores generamos cooperativas independientes, sin protección de los organismos oficiales ni de las empresas privadas. Para la ciudad fue un despegue muy importante porque tenía tres o cuatro teatros funcionando y las obras llegaban a los dos o tres meses de representación, de martes a domingo”, recuerda Martín en la entrevista con Página/12. Aquella experiencia bautismal selló su suerte: hace 44 años que profesa su fe inquebrantable en las artes escénicas. En 1962 introdujo el teatro del absurdo con Esperando a Godot, de Samuel Beckett, por la que ganó el Premio al Mejor Director. Aunque fundó y dirigió muchos grupos, en los ‘80, la casi inexistente profesionalización del teatro lo sumergió en un nuevo desafío: Proteac (Profesionales del teatro, Asociación civil), compañía que está presentando tres piezas –dirigidas por Martín– hasta el domingo en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943). Pasaporte con estrellas, unipersonal de Carballido (hoy a las 21) y En memoria de Elena, un programa que incluye En busca de un hogar sólido, del investigador teatral Guillermo Schmidhuber y Los perros, de Elena Garro (ambas mañana y el domingo a las 21).
“Una de las cuestiones que más lamentamos los artistas mexicanos es lo distanciados que estamos de Latinoamérica. Nos ha tocado ser una de las barreras y retenes de Estados Unidos, por lo que hemos tenido que pagar un precio muy alto. Ser los vecinos de ese país ‘tan exitoso’ nos ha llevado a sostener una serie de relaciones políticas, económicas e industriales más relacionadas con otros puntos del mapa que con Latinoamérica”, señala Martín, que además de director es actor, maestro de teatro, periodista e historiador. Martín dirigió más de 150 puestas en escena y ha actuado en más de un centenar de obras. “Somos el continente del futuro, aunque nuestros países no hayan avanzado de una forma igualitaria y pareja como desearíamos.” Martín dice que admira el teatro de Buenos Aires por la importancia que le otorga a la identidad, a las creencias y a las costumbres argentinas. “Si el teatro no refleja la realidad, no está cumpliendo con su función. Pero esto no implica que el arte deba convertirse en político de una forma directa, porque cuando se explicita de esta manera se transforma en un arte panfletario que no me interesa”, manifiesta.
–¿Cómo define el tipo de teatro que hace Proteac?
–Buscamos consolidar un teatro de ideas. Aunque no cambiemos inmediatamente al espectador, le despertaremos lentamente ciertas zonas de la conciencia. El teatro de ideas, el que moviliza, es el válido de todos los tiempos: el catártico, definido por Aristóteles, o el espejo de vida de Shakespeare. ¿Para qué vamos al teatro? Para que se opere la catarsis, para purificarnos, para ver la experiencia y tomar de ella nuestras propias reflexiones. Perseguimos la autenticidad en el teatro, la representación de la vida en su esencia. Intentamos abarcar todas las corrientes teatrales que inciden con la problemática del entorno en que vivimos. Alguna vez nos preguntaron por qué montamos a Arthur Miller. Porque La muerte de un viajante es una obra relacionada con el hombre de trabajo de Monterrey.
–¿Por qué decidió homenajear a la escritora Elena Garro?
–Es un reconocimiento, un poco tardío, a una escritora quizá desconocida para los lectores argentinos, pero que es una figura muy importante de la literatura mexicana. Tal vez ella sea más conocida por haber sido la mujer de Octavio Paz o por su ligazón sentimental con Adolfo Bioy Casares. Elena es una de las precursoras del realismo mágico en Latinoamérica. Su tropiezo ideológico fue en 1968, cuando declaró algunas cosas que irritaron a toda la intelectualidad mexicana. Ella dijo que los intelectuales, desde la universidad, habían fraguado todo, que habían tenido la culpa del activismo del movimiento estudiantil. Sin embargo, una declaración desafortunada no es justa para que una carrera literaria se desplome o que por ese motivo ella se convirtiera en la escritora del desarraigo. Elena tenía mucho para dar cuando debió autoexiliarse. Sus temas se volvieron recurrentes: la mujer perseguida, la mujer usada, la mujer corrida del país; eso es lo terrible de lo que pasó con Elena. En busca de un hogar sólido describe los últimos momentos de la vida de Elena, en la que ella imagina unos personajes que interactúan en una vieja estación de tren durante unos minutos del 31 de marzo de 1998. Los perros es una de las obras breves más importantes de Garro, de una elevada prosa poética, que transcurre en una choza de un pueblo mexicano.
–En el unipersonal de Carballido prevalece la preocupación del hombre por alcanzar la felicidad. ¿El autor es optimista respecto de esta finalidad?
–Creo que no. Nunca fuimos tan felices como en el vientre materno: el centro del universo. De aquella salida que damos a la vida no nos reponemos nunca. Nacemos con dolor cuando en la placenta no nos falta nada: estamos alimentados, protegidos y de repente, ¡no era cierto! Hay otras gentes y vamos a tener que vernos con ellas hasta el día de nuestras muertes. Carballido nos advierte que Constantino no alcanza la felicidad, a lo que más se aproxima es a la naturaleza para poder encontrarla.
–¿Es una mirada que reflexiona sobre lo que les sucede a los hombres del siglo XXI?
–Exactamente, es lo que dice Enrique Mijares en la reseña que escribió en 1999 cuando estrenamos el unipersonal. Parece el recuento inocente de una vida, pero es la suma del milenio, del hombre con toda su desazón, desconcierto y tristeza frente a lo que está ocurriendo.

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Luis Martín hace teatro desde hace nada menos que 44 años. Ya a los 16 era director en Monterrey.
 
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