ESPECTáCULOS › CHAVELA VARGAS, UNA AUTENTICA LEYENDA VIVIENTE EN BUENOS AIRES

“Puedo curar las almas con mis canciones”

Vino para dar un show en el Luna Park gratuito para la gente y para ella, que no cobrará un peso. A los 85 años, Chavela conserva una vitalidad increíble, que le sirve no sólo para el recuento de una vida intensa sino también para un chamanismo musical que le interesa más que cualquier Grammy.

 Por Karina Micheletto

Dan ganas de charlar horas con esta señora que ahora escucha las preguntas con tranquilidad zen en el lobby del hotel, refugiada en los grandes anteojos negros que no se saca por nada. Dan ganas de escudriñar con tiempo en esa memoria con la que puede citar a Jorge Luis Borges o León Trotski –pero no lo que escribían, sino lo que le decían a ella– aunque culpe a sus 85 años cuando se le escapa algún nombre. Dan ganas de hablar de todos los mitos que la rodean, destruirlos uno por uno con las bromas que ella se gasta a sí misma, y volverlos a levantar. Pero ella está aquí por pocos días y quiere usar el tiempo del que dispone para caminar “estas calles tan bonitas que tienen ustedes”, para recorrer la Costanera y encontrarse con sus amigos argentinos, que son muchos. Chavela Vargas, la única capaz de abrir los brazos como Cristo, la que puede gritar toda la angustia del mundo en una sola canción, vino a dar un concierto gratuito, hoy en el Luna Park (atención: las entradas están totalmente agotadas). Gratuito para la gente y gratuito para ella, que no cobrará un peso de cachet, a diferencia de la mayoría de los artistas en la mayoría de los conciertos solidarios. Y no es que haya decidido hacer beneficencia con la fortuna amasada en años de carrera, sencillamente porque nunca acumuló nada de lo que ganó.
–¿En qué gastó todo el dinero que tuvo?
–Me lo bebí, en una temporada. Era borracha y además invitaba a todo el mundo para que se emborracharan conmigo. No vaya a creer que hacía distinción. Lo mismo era mi hermano, el albañil, el que vendía periódicos. Los invitaba porque tenían necesidad de tomar y no tenían con qué. Y yo sabía lo que era eso. Hoy me alegro mucho de no tener dinero. Porque si yo fuera una vieja rica sería in-so-por-ta-ble.
–¿En qué sentido?
–¡En todos! Sería prepotente, babosa, mandona. Me imagino perfectamente, puedo verme. Qué bueno que soy pobre y vivo entre los pobres. Y qué bueno que fui una borracha perdida y ya no lo soy. Dejé de serlo sola, a puro valor, como digo en la canción: “A puro valor he cambiado mi suerte”. Por eso yo jamás le digo a un joven “cuidado con la droga, cuidado con el alcohol”. No. Que beban de todo y que fumen de todo. Y los infiernos abrirán sus puertas para recibirlos. Y por experiencia propia, el alcohol es detestable. Las primeras copas te hacen muy bien, hasta eres divertido. Pero cuando se te sube ya eres repetitiva, tonta, inventas historias cursis, te agarra una mitomanía que no te la crees ni tú. Eso es el alcohol.
–¿Pero usted es consciente de que la borracha perdida forma parte de la leyenda de Chavela Vargas?
–¡Sí, m’hija! El público adora esa parte tuya. Yo tenía un amigo cantante, que no le voy a decir quién, el único que nunca tomó ni fumó ni nada. ¡Y la gente nunca lo consideró bohemio ni artista! ¿Puede creerlo? Este señor murió y nadie habló de él. Resultó demasiado pulcro para que la gente lo considerase “divino”, como nosotros los bohemios sublimes, de amanecer en el Tenampa. Como Alvaro Carrillo, que le dije yo un día: “¿Cómo eres tú en tu sano juicio?”, y me contestó: “No sé, porque nunca he estado así”. Un borracho divino. De nosotros el público se encarga de hacer una leyenda negra, que a mí me parece fascinante. Si hasta resulta que yo andaba a caballo en las calles de México. Imagínese, me hubiera matado. Y es que a mi coche le llamaban “el caballo”.
–No sólo eso: la leyenda también dice que usted robaba gente al galope.
–¡Sí, qué divertido! Déjela que corra a la leyenda. Si el público se entretiene con eso, déjelos.
–Pero lo de que andaba en autazos último modelo a toda velocidad era cierto.
–Eso sí.
–O sea que también en eso se gastó la plata.
–No tanto como con el alcohol. Yo era amiga de uno de los presidentes de México, Adolfo López Mateos, y no pagaba impuestos. Así que un Alfa Romeo o un Maserati me costaba la tercera parte. El presidente una vez me regaló un Bentley inglés como el de Isadora Duncan. Nomás que no había repuesto y cuando se rompió, se acabó. Qué divino era ese coche...
Chavela Vargas hace recordar a los protagonistas de la novela Crash, de Ballard, cuando habla de la fascinación que sentía –y siente– por la velocidad. Le cambia el ritmo pausado y musical de su voz cuando relata las picadas improvisadas que corría con el presidente mexicano. “Los dos corríamos como locos”, dice como síntesis de la anécdota, y sonríe.
–¿Cuándo dejó de correr como loca?
–Por mí hubiera seguido. Pero cada veinte días, un mes, me daba en la torre, chocaba con todo. Y en el último choque me abrí la cabeza, se me levantó el cuero cabelludo desde la frente hasta la mitad de la cabeza. Si no pasaba alguien por ahí me moría desangrada. Pero fue divino ese tiempo. Y no tengo angustias, ni rencor al pasado, todo se acabó. Se tranquilizó, se puso en paz.
–Ahora está menos cabría.
–Son los años, corazón. Cuando era joven era una yegua sin potrero. A esa cosa cabría en Nicaragua la llaman “chúcara”. La yegua chúcara es la que no puedes montar, porque te tira. Así era yo: me quitaba todo de encima. Y lo sigo siendo, pero ya más calmada por la edad. Y con muchas cosas por hacer todavía.
–¿Qué cosas, por ejemplo?
–Ahorita tengo la angustia de grabar música moderna con acompañamiento prehispánico. Es un reto muy duro, pero lo voy a hacer. Sí, m’hija: Yo no me muero todavía, hasta que lo haga.
–¿Tuvo que ceder en algo por asumir públicamente su homosexualidad?
–Yo nunca he cedido nada. Yo soy yo. La única ventaja que tuve fue que no había Inquisición, si hubiera nacido en los tiempos de Juana de Arco me hubieran quemado, con todo el gusto. Yo fui como quería ser y me reí de todos, pero también los respeté. Como digo siempre: el respeto al derecho ajeno es la paz. Pero paz con dignidad, sin agachar la cabeza. El grito final de La llorona, cuando digo: “¿Qué más quieres?, quieres más”, tiene que ver con eso, con esa angustia de la humanidad. En mi último número empezaron a encender todos los encendedores y los teléfonos celulares. En silencio, como homenaje. Se iluminaron siete mil velitas de siete mil personas. Yo lloré.
–Los aborígenes huipala acaban de nombrarla chamana, con lo cual puede curar si es necesario. ¿Con sus canciones también cura?
–También. Puedo curar muchas almas con mis canciones, y por eso me nombraron chamana. Ya había establecido un puente de comprensión y de amor a través de la música. Y logré lo más costoso del mundo: paz interior, me encontré conmigo. A mí que no me vengan con los Grammy: son una mierda, puedes comprarte veinte si quieres y si tu grabadora tiene dinero. Yo soy la primera mujer en el mundo que tiene el título de chamana. Nunca hubiera imaginado que me iba a pasar una cosa así, pero para eso canté toda mi vida.

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Vargas habla con frescura de su potente historia de vida, y se ríe con ganas de los mitos que la rodean.
“Cuando era joven era una yegua sin potrero. Y lo sigo siendo, pero ya más calmada por la edad”, asegura.
 
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