SOCIEDAD › POLITOLOGO EDUARDO RINESI

“Lo político no es necesariamente malo”

Admite que a veces las declaraciones presidenciales le producen vértigo, pero rescata el objetivo de recuperar la centralidad del discurso político tanto respecto de la economía como de los medios. De los cacerolazos de 2001 a la marcha por Axel.

 Por José Natanson

En los últimos meses, al compás de las interminables negociaciones con el FMI y de las idas y vueltas de la interna peronista, comenzaron a aparecer algunas críticas a la retórica de Néstor Kirchner, al que se acusaba de exagerar los términos del debate, de tensar excesivamente la cuerda. Aunque admite que las declaraciones del Presidente a veces le provocan vértigo, el politólogo Eduardo Rinesi asegura que allí radica justamente el elemento positivo. “Hay algo de la irresponsabilidad de Kirchner que es interesante”, sostiene el director del Instituto de Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
–¿Coincide con las críticas a los excesos retóricos de Kirchner?
–Lo interesante de la retórica de Kirchner es que tiene, efectivamente, un lado confrontativo, agonístico, conflictivo, a veces con una cierta entonación épica. Sin embargo, eso no agota todo su discurso. Esa dimensión se combina con otra, que suele estar ausente de los discursos más conflictivistas de los últimos años, que es una fuerte dimensión institucionalista-estatal, de recuperación de la capacidad del Estado para dar sentido a la vida social, hacerse cargo de ciertas demandas, regenerar lazos sociales deteriorados.
–¿Esta combinación es nueva?
–Sí. Algo de la verosimilitud del discurso radica en el modo en que recoge los dos movimientos más importantes del gran trastocamiento de la escena política que tuvo lugar entre diciembre de 2001 y el final de la presidencia de Duhalde. Hablo del movimiento conflictivista, contestatario, fuertemente antiestatal y antipolítico en su forma más pobre, que se dio en diciembre del 2001. Ese es un movimiento. El segundo, con Duhalde, es la recuperación de una idea de orden y la regeneración del peronismo como el actor político capaz de retomar ese orden, la recuperación de ciertas capacidades fundamentales del Estado. Kirchner es un hijo de diciembre del 2001 pero también del 2002. Recoge de la gran conmoción del 2001 lo que la política tiene de insurreccional, y hay un eco insurreccional en el discurso de Kirchner, pero también hay orden.
–¿Son principios contradictorios?
–Son movimientos que establecen una tensión. Y esa tensión es el corazón de la política, entre cambio y orden, entre acción e institución. Lo que no me satisface de las apologías más entusiastas y retrospectivamente más romantizadoras de diciembre del 2001 es su tono celebratorio del episodio insurreccional, que pierde de vista la otra dimensión, la dimensión estatal, que también forma parte de la política. A mí lo espontáneo no me parece necesariamente bueno, porque con eso se quiere decir que si está organizado, es decir si es político, necesariamente es malo. Eso no me parece. Es una idea antipolítica. Es una vertiente del 2001, que también estuvo presente en la manifestación del jueves por el caso Blumberg. Eso por un lado. Por otro, lo que no me convence de los modos en los que la ciencia política rechazó los episodios del 2001 es que lo hizo precisamente por su capacidad de perturbar el orden. La retórica de Kirchner logra recuperar lo mejor de esos dos momentos: el 2001 sin su lado más pavote, su antipoliticismo banal, y lo más valioso del 2002, la recuperación de la centralidad del Estado, sin apelar a lo más criticable del duhaldismo.
–Usted sostiene que Kirchner recuperó la centralidad de la política. ¿Qué significa eso exactamente?
–Que pone la política en un lugar principal en relación con dos cosas que le habían quitado ese lugar en los ‘90: el discurso de la economía, por un lado, y el discurso, la retórica y la estética de los medios en general y la televisión en particular, por otro. Empiezo por los medios. La retórica del primer Alfonsín, de la transición democrática, es una vieja retórica de actos públicos callejeros. Oscar Landi mostró bien el modo en que el primer Alfonsín establecía con la televisión una relación en la que el polo dominante estaba del lado de retórica política. La televisión iba a los actos, al balcón de la Casa de Gobierno o del Cabildo, a filmar la política. Cuando la palabra política de Alfonsín entra en crisis, en la Semana Santa del ‘87, se produce un desplazamiento de esos polos. Empiezan a ser los políticos los que van a la televisión, a repetir libretos de Sebastián Borensztein, a adaptarse a los ritmos y los tiempos cortos. Los políticos progresistas aprendieron a decir las cosas rapidito para que entraran en un bloque de Grondona. Kirchner, como parte del ejercicio de recentramiento de la política, no va a la televisión. La televisión va a él. Hay una escena, cuando asume Kirchner: él va en el auto presidencial saludando y un camarógrafo lo corre. Es una imagen poderosa. La televisión corriendo atrás del político. Kirchner casi no va a la televisión, a pesar de lo cual lo vemos mucho en televisión. Su retórica es menos conmovedora, emocionante y hábil que, por ejemplo, la de Perón. Pero es eficaz.
–¿Y la economía?
–También el ‘87 es un punto de inflexión. Durante los primeros años de la democracia el género del discurso político era central. La política se enunciaba en ese género y el discurso técnico-económico se subordinaba. Eso se trastueca durante la segunda mitad del alfonsinismo, cuando se consolida la subordinación del discurso político al económico. Los economistas no sólo fijaban los temas de la agenda sino que incluso los políticos hablaban con la jerga y los términos de los economistas. Hablaban de los límites de lo posible en relación con las variables presuntamente duras de la economía. Con Kirchner eso también cambia. No sólo son los políticos los que fijan la agenda sino que los economistas, al menos los del Gobierno, hablan con un lenguaje y una lógica de políticos.
–¿Qué lugar ocupa la defensa de los derechos humanos en el discurso de Kirchner?
–Un lugar importante. El discurso de Kirchner implica el pasaje por lo mejor de los ciclos políticos del ‘80 para acá. Su discurso es el del peronismo clásico, pero pasado por la cliva del discurso de los derechos humanos, y no retóricamente, porque es evidente que tiene una convicción fuerte, y pasado por la cliva del pluralismo, en lo que también es consecuente. Es un discurso a la altura de los mejores desafíos que planteó el ciclo político de la transición. Y está en mejores condiciones, incluso teóricas, de hacerse cargo de esos desafíos que el discurso teórico que acompañó el alfonsinismo, que era despreciativo de tradiciones populares que Kirchner recoge. Con esos pasajes Kirchner reinstala la centralidad de la política y rompe con el discurso que predominaba en los ‘90. No sólo en el discurso oficial, también en el discurso de la oposición progresista-conservadora, del Frepaso y la Alianza. Se adaptaban al principio ordenador del pensamiento político de aquellos años, que era el posibilismo, el decir que no había que ser irresponsables, buscando sacar el carnet de serios. Hay algo de irresponsabilidad de Kirchner que es interesante. Políticamente a veces a uno le da un poco de vértigo, pensar si no juega demasiado al borde del abismo, si no tensa demasiado. Pero hay algo teóricamente interesante. Aquellas cosas que formaban parte de una fe compartida, que no se podían hacer, en realidad se podían: se podía negociar en términos no humillantes con el Fondo o sacar el retrato de Videla.
–Pero también cambió el contexto. No es lo mismo una economía con convertibilidad que el país posdefault, con una economía devastada pero que sale de la crisis.
–Desde luego. Cambió el contexto. Hay situaciones de mayor fortaleza y otras de mayor debilidad. Pero hay un lugar desde el cual se leen las coyunturas. Y hay un conjunto de decisiones teórico-políticas sobre los límites que no tienen que ver con las coyunturas como hecho presuntamente objetivo. Por ejemplo, Kirchner está poniendo temas en la agenda. Durante los ‘90 había un imaginario sobre una agenda constituida, dictada por los aires de los tiempos o alguna entelequia parecida, que requería un descifrador tipo Alain Touraine. Yo soy crítico del carácter profundamente menemista que tuvo la oposición política e intelectual al menemismo. Chacho decía que había poner el programa a la altura de la agenda de fin de siglo. Era un agenda que venía dada. Y lo interesante de Kirchner es que está poniendo temas en la agenda de los políticos y de los académicos. Muchas veces me da la impresión de que los académicos no tenemos los instrumentos teóricos para pensar esos temas.
–¿Los intelectuales corren atrás de Kirchner?
–Sí. La academia está corriendo atrás y torpemente. Pelando, a veces de modo patético, las tres o cuatro categorías que aprendieron a balbucear. Ya estoy previendo papers sobre el presidencialismo o el decisionismo de Kirchner. Ahí radica el interés de la retórica de Kirchner y su verosimilitud, en el modo en que ha logrado algo reinstalar, reinventándola, una centralidad de la política, que nos desconcierta un poco a todos.

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