ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON MARIO DIAMENT, AUTOR DE “EL LIBRO DE RUTH”

El Alzheimer y la memoria en fuga

En parte autobiográfica, la obra de Diament recupera la memoria de una madre que fue perdiendo la noción del pasado y lo fue convirtiendo en presente. El periodista y dramaturgo reflexiona sobre los recuerdos.

 Por Hilda Cabrera

“Uno conoce poco de sus padres, porque hay zonas en las que no quiere meterse. Son seres misteriosos que nos sorprenden cuando nos animamos a hurgar en el pasado. En la relación con mis padres sólo conocí lo que ellos quisieron que conociera. Después, uno se bloquea: no quiere imaginar, por ejemplo, cómo era la vida erótica de ellos.” Esta reflexión surge del periodista y escritor Mario Diament a propósito del estreno de una pieza teatral suya en el Teatro Regina (Av. Santa Fe 1235). Se trata de El libro de Ruth, la escenificación de fragmentos de la historia de Ruth Reisler, personaje inspirado en la madre de Diament, quien reparte su actividad entre la enseñanza (dirige un master de periodismo en la Universidad Nacional de La Florida), la práctica periodística y la dramaturgia. Reside en Miami desde hace once años, pero realiza periódicas visitas a la Argentina. En una estadía anterior en Estados Unidos se desempeñó como corresponsal en Nueva York de la editorial Abril. Cubrió durante siete años los conflictos en Medio Oriente y publicó y estrenó numerosas obras: Propiedad privada, Crónica de un secuestro, La cosa está afuera, De Israel con amor, El invitado, Equinoccio, Interviú, Esquirlas y Cita a ciegas. En Estados Unidos trabaja para un teatro de Miami, donde ofrece sus obras en inglés. Allí también estrenó El libro de Ruth, que ahora, en Buenos Aires, interpreta un elenco numeroso encabezado por Lydia Lamaison, Lidia Catalano, Alejandra Darín y Nacho Gadano, dirigido por Santiago Doria. En la entrevista con Página/12, Diament cuenta que escribe en español y su mujer traduce: “El repertorio de obras de autores argentinos en Estados Unidos no es muy amplio. La comunidad está formada mayoritariamente por cubanos y mexicanos, y los teatros atienden a ese público”, puntualiza.
–¿Cuánto de autobiográfico hay en El libro de Ruth?
–Sólo algunos aspectos, porque en realidad uno vive desconociéndose. He estado en casa de actrices que cubren las paredes de sus habitaciones con sus retratos, preguntándome cómo pueden convivir con esos “clones”. Eso no es para mí, aunque admito que tengo un retrato que me hizo Pérez Celis.
–¿Por qué usar la palabra clones y no recuerdos?
–Clones por no decir espejos. Yo necesito “intimidad conmigo mismo”.
–¿Qué episodios prefirió rescatar en El libro...?
–Algunos de la vida de mi madre, lo cual no quiere decir que todo lo que sucede en la obra haya ocurrido realmente. Tomé a mi madre como paradigma de una inmigrante polaca que llegó a la Argentina en los años 30, que perdió a su familia en la Shoah, y por lo tanto su pasado. En una época posterior, ella perdió la noción de tiempo, afectada por el Alzheimer. En esta enfermedad todo se convierte en presente. Esto me permitía reconstruir teatralmente una historia.
–¿La de Ruth o la propia?
–La de mis orígenes, que en un sentido general es la de los inmigrantes en la Argentina. Me pregunté qué era lo que buscaban, quiénes eran.
–¿Qué pasa con estas reconstrucciones del pasado cuando se vive en el extranjero?
–Mi madre murió en los años 80 y abordar esta historia me llevó más de veinte años.
–¿Le resultaba emocionalmente difícil?
–No fue por eso. Antes de escribir Esquirlas (una pieza sobre los años de represión de la última dictadura militar), dudé también mucho. Y no es porque las cosas a abordar fueran demasiado duras. Me lleva tiempo elegir la puerta por donde entrar, qué mecanismos utilizar.
–O sea, no es cuestión de emociones sino de escritura...
–Los problemas, cuando se refieren al teatro, son de dramaturgia y no de emociones.
–¿Aun cuando se parta de un hecho que conmociona?
–Sí, aun de cosas muy intensas. Hace trece años hice mi primer viaje a Polonia: algo muy movilizador. Fui a Varsovia, donde nació mi madre, y después al pueblo de mi padre. Mi madre pertenecía a una clase media y ya había estudiado español antes de llegar a la Argentina.
–¿Qué descubrió en ese viaje a Polonia?
–Que todo ese mundo que ella y mi padre me habían transferido no existía. Nada quedaba de esa Varsovia, de la que sólo se había reconstruido el centro de la ciudad. Lo demás era horrible, con monoblocks, como se construía bajo el socialismo.
–¿Cómo funciona la fantasía ante esa realidad?
–No me preocupaba la fantasía sino “ver realmente”. Investigando, encontré en Estados Unidos una serie de documentales que se habían hecho, extraña y trágicamente, en 1939. Allí se reflejaba la vida judía en cinco ciudades polacas. Lo trágico es que cada uno de los rostros que aparecían desaparecieron del mundo real dos años más tarde. Esos documentales completaron mi visión sobre Varsovia.
–Necesitaba imágenes...
–Así es, porque los relatos de mis padres, además de contradictorios, “no eran visibles” para mí. Ellos hablaban de Varsovia como si hubiera sido París y yo necesitaba una historia en presente. Por eso, en la obra aparece Ruth en diferentes edades, como si se tratara de personas también diferentes. Quise mostrar la enfermedad de Alzheimer desde una dramaturgia y no clínicamente. La pérdida de la memoria me interesa como imagen simbólica de alguien que no se reconoce.
–¿Por qué no eligió rescatar fragmentos de la vida de su padre?
–Mi madre fue más misteriosa para mí: desapareció de a poco, cuando enfermó de Alzheimer. No podía dialogar con ella. Lo extraño fue que empezó a hablar de ese mundo del pasado que yo no conocía, o conocía a medias. Hablaba de su familia asesinada, de visitar a su madre... Sus historias eran muy fuertes. Otra razón por la cual la elegí es que siento mayor curiosidad por la vida de las mujeres que por la de los hombres.
–¿Se pregunta, como escritor, si sus historias pueden interesar?
–Me pasa todo el tiempo. Soy incapaz de idear una historia y a partir de ahí escribirla. La voy descubriendo a medida que avanzo en la escritura. Esto tiene la ventaja de la frescura, porque se parece a las idas y vueltas de una investigación, pero mete mucho miedo.
–¿El libro de Ruth se inscribe en un tiempo de recuento sobre su propia vida y profesión?
–Escribo sobre temas que están en mi cabeza desde el comienzo de mi carrera. Este de la inmigración es uno de ellos. El próximo será sobre el encuentro de Simón Bolívar y San Martín en Guayaquil. Tengo que “encontrarle una voz” a Bolívar, y eso me asusta, tanto como me atemorizó el personaje central de Cita a ciegas, que es y no es Borges. Meterse en su mundo es un acto de arrogancia ante los otros, pero no dentro mío. Cuando estoy a solas, lo que existe es miedo y no arrogancia.

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