ESPECTáCULOS › ROBERTO VILLANUEVA Y LORENZO QUINTEROS ESTRENAN “EL RESUCITADO”

El muerto que viene a derrotar a la muerte

A partir de un relato olvidado de Emile Zola, titulado La muerte de Olivier Becaud, el director Villanueva, que reconoce haber estado obsesionado por la fantasía de que lo pudieran enterrar vivo, hizo una adaptación protagonizada por Quinteros en la que se reflexiona con humor sobre la posibilidad de rebelarse contra la muerte.

 Por Hilda Cabrera

Rígido y con los ojos abiertos, yaciendo sin poder respirar, pero alerta a sonidos y palabras, Olivier Becaud pierde la energía mental y física que manifiestan los seres vivos. Sufre uno de esos ataques catalépticos que, de tanto en tanto, lo muestran difunto, sin que realmente lo esté. Pero esta vez la anatomía se le congela durante un lapso demasiado largo. El relato La mort d’Olivier Becaud, del francés Emile Zola (1840-1902) –autor de cuentos y novelas famosas, como Naná, Germinal, La bestia humana, El Doctor Pascal, y de un célebre artículo J’accuse (1898), en defensa del oficial judío Alfred Dreyfus–, llega al teatro con el nombre de El resucitado, en una traslación del director Roberto Villanueva, con interpretaciones de Lorenzo Quinteros (Becaud) y Daniel Zaballa (El Otro). En esta pieza, el protagonista se pregunta si eso que le ocurre es la muerte: se halla paralizado, pero su inteligencia no ha disminuido, ni su alma quiere alzar vuelo. Extraño relato, considerando que su autor murió –en París, el 29 de noviembre de 1902– intoxicado por el monóxido de carbono que despedía una chimenea.
Narrador de historias de mineros, campesinos, prostitutas y homicidas, Zola reflexiona aquí con gélido humor sobre el misterio de la muerte. Catalepsia fue un término utilizado a menudo en el lenguaje corriente, y se dudaba de la sapiencia de los médicos para tratar esta enfermedad neurológica. Las largas horas transcurridas en un velatorio restituían tranquilidad a familiares y amigos. Como dice el director Villanueva, junto a Quinteros, en la entrevista con Página/12, “se le daba al muerto la oportunidad de despertar”. El mismo Villanueva fue arrebatado por la fantasía de que lo pudieran enterrar vivo. Esa idea lo persiguió desde niño. Confiesa haber pedido a los suyos que, en caso de morir, se cercioraran bien antes de enterrarlo o incinerarlo, como, según cuenta, es “tradición” en su familia. Una receta era que “le pincharan el corazón”, para comprobar si respondía o no.
–¿Tanto era el miedo?
Roberto Villanueva: –Me pasaba horas leyendo cuentos de horror, sobre todo los de Edgar Allan Poe. Esas atmósferas misteriosas y tan bien construidas me impresionaron siempre.
Lorenzo Quinteros: –Recuerdo haber escuchado cuentos de catalépticos, de gente a la que se creía muerta y al abrir el cajón se la encontraba con la ropa desgarrada, como si hubiera luchado con su propio cuerpo. Creo que es un miedo de la humanidad, como pensar que hay algo después de la vida.
R. V.: –Yo no iba tan lejos. Sólo me preocupaba despertar y encontrarme en un ataúd.
L. Q.: –Nací en un pueblo pequeño de Córdoba, donde los velatorios se hacían en las casas de los difuntos. Para mí eran un paseo. Me encantaban. ¿Y si el muerto se despertaba? Uno esperaba también eso. Esto que es alucinante, en El resucitado se transforma en regocijo, porque finalmente Emile Zola habla de la vida.
–¿Ese regocijo proviene de que el muerto es su propio salvador?
R. V.: –El muerto vence a la muerte, y eso es interesante. La vence a partir del momento en que elabora un plan para salir del cajón y de la fosa. Becaud es un campesino con toda la fuerza de su “comunicación” con la tierra. Este ataque le sobreviene cuando llega a París, tratando de conformar a su joven mujer, y donde lo espera un trabajo administrativo.
L. Q.: –Cuando relata su historia nos enteramos de que ha sido un chico melancólico, muy atraído por la tierra. Es ingenioso, y se irrita, pero también razona. El espectador sabe que logró escapar del cementerio, porque es él quien lo cuenta, pero no imagina cómo, y ese suspenso atrapa. Tampoco se irrita siempre. Sus reflexiones son atinadas: un muerto no puede ser celoso –dice– cuando comprueba que la mujer se fue con otro. Este relato de Zola es muy teatral, y yo quería hacer una obra como ésta, que tuviera texto y no solamente acciones.
–¿Cómo fue la adaptación?
R. V.: –Utilizamos casi todo el texto de Zola, con apenas unos cortes y agregados, como la circunstancia de que el protagonista relata en una feria de diversiones su lucha por salir del ataúd y de la fosa. Hemos introducido un personaje inventado, El Otro, que lo obliga a contar.
L. Q.: –Porque mi personaje a veces se resiste y se vuelve melancólico. Entonces El Otro lo azuza, porque la función debe continuar. El resucitado es una atracción de feria. (Un “espectáculo” al que en esta puesta otorgan relieve los dibujos proyectados de Eduardo Stupía, los elementos escénicos de Carlos Del Guidice, la banda de sonido de José Páez y la escenografía y vestuario de Marta Albertinazzi.)
–En el relato se observa un crescendo, mezcla de suspenso y construcción rítmica de las frases.
R. V.: –Yo diría que el relato es, primero, un poco ligth y después bastante profundo, no solamente por el entierro, y tierno hacia el final.
L. Q.: –La muerte acaba siendo “su novia”. Olivier dice: “Soy un hombre mediocre. Trabajo como todo el mundo... No le temo a la muerte. Precisamente ahora, que ya no tengo ninguna razón para vivir, temo que ella me olvide”.
R. V.: –Una de las situaciones que más me entusiasmó, cuando empezamos a trabajar en El resucitado, fue la de tener que imaginar una puesta donde el centro es un personaje en un ataúd que está bajo tierra. Parecía lo menos teatral del mundo hasta que descubrimos la manera de presentarlo. Becaud es alguien que conoció la muerte y regresó al presente. No podía ser otra cosa que un personaje de feria. Y así lo presenta el dueño de la barraca, confundiendo pasado y presente, texto y representación.
–¿A qué se debió que presentaran esta obra en Madrid, veinte años atrás?
L. Q.: –Habíamos empezado a trabajar el texto mucho tiempo antes de estrenarlo. Los dos estuvimos varios años en España. Yo quería regresar a la Argentina con un pieza dirigida por Roberto. Mostramos El resucitado a fines de 1981, en Madrid. Roberto, que no volvía a la Argentina, debía verla en un escenario con público. La probamos y resultó. En Buenos Aires la estrenamos en febrero de 1982, en la Sala Planeta. Después, salimos de gira. La pedían como si fuera un hit. En Madrid habíamos hecho sólo cinco funciones: tres en una sala de danza de Marta Sigal y dos en una escuela secundaria en Valencia. La sala de ese colegio era enorme. Tenía capacidad para 800 alumnos. Fue una linda experiencia: los chicos se quedaban como pegados.
R. V.: –Estuve en París y Madrid por varios años, desde 1978. Me habían ofrecido dirigir en el Teatro Marquina de Madrid: Posdata: Tu gato ha muerto, con estrellas como Marisa Paredes. Y después me fui quedando. Como dice Lorenzo, El resucitado fue un hit. Lo pedían en Montevideo, Santiago de Chile, Mar del Plata... Ahora tengo varios compromisos, y me gusta, porque debo cumplirlos y no me puedo morir.
–A diferencia del personaje Becaud, que cree no tener razones para vivir.
L. Q.: –Quizá por no tener proyectos quedó cataléptico, porque cuando viaja a París es para consolar a su mujer. Recién cuando lo dan por muerto descubre lo importante que es la vida.

* El resucitado se estrena el jueves 15 a las 21, y continúa luego los sábados a las 22.30 y domingos a las 19.30, en el teatro Andamio ’90, Paraná 660.

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Daniel Zaballa (El Otro), Lorenzo Quinteros (Olivier Becaud) y el director Roberto Villanueva, de estreno.
En El resucitado, el protagonista relata en una feria de diversiones su lucha por salir del ataúd y la fosa.
 
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