ESPECTáCULOS

La carta abierta de una hija a su padre montonero

La coproducción internacional de Robert Redford narra el viaje iniciático de Ernesto Guevara y Alberto Granado por el continente americano, cuando el joven estudiante de medicina no soñaba que sería el mítico Che. En Papá Iván, la hija del líder montonero Juan Julio Roqué habla a corazón abierto.

 Por Horacio Bernades

Reconstrucción de la vida de un alto dirigente montonero a cargo de su hija, Papá Iván representa una experiencia única dentro del ancho campo de los documentales dedicados a revisar la militancia política de los años ’70 en la Argentina. Filmada en video y en México por María Inés Roqué –exilada y finalmente radicada en ese país–, la singularidad de Papá Iván no está dada por el solo hecho de tratarse de un documental en primera persona (aunque no fuera estrictamente un documental, Los rubios también se construía a partir de un fuerte yo narrador) sino por la perspectiva que esa primera persona le da. Hija de Juan Julio Roqué (también conocido como Iván o Lino), María Inés convoca el fantasma del padre desde la intimidad del recuerdo, con el declarado propósito de que esa evocación –la película misma– sirva para cerrar para siempre esa herida abierta. Como es de imaginar, no logrará su objetivo.
“Me pregunto cómo se pueden conciliar la vida familiar y la actividad política”, dice en algún momento de Papá Iván María Inés Roqué, desde su doble papel de entrevistadora y narradora. No se trata de una pregunta más, sino de la pregunta a partir de la cual la película entera se configura. Y que implica, a la larga, una interrogación sobre la identidad y sus esferas. ¿Es ese hombre de bigotes que jugaba con ella cada noche la misma persona que llegó a ser parte de la más alta conducción de Montoneros y que cayó con las armas en la mano un día de 1977? ¿Cómo habrá vivido ese hombre el paso a la clandestinidad en una fecha tan temprana como 1972, dejando atrás y para siempre familia, hijos y esposa? ¿Qué habrá sentido papá cuando mamá le comunicó que no pensaba acompañarlo en su definitiva opción por las armas?
Por más que jamás se formulen explícitamente a lo largo de sus 55 minutos de duración, esas son las preguntas que parecen sostener la investigación emprendida por María Inés Roqué, entre archivos personales y fotos familiares, entre titulares de diarios de la época y entrevistas a algunos de los ex compañeros de su padre. De allí que –tanto en sentido literal como figurado– la realizadora despliegue largamente su álbum familiar y que la figura de su madre, Azucena Rodríguez, llegue a adquirir el carácter de interlocutora privilegiada. Es Azucena, a todos los efectos, la que guarda la doble llave que María Inés busca. La llave que permite acceder a la formación, convicciones y militancia política de Iván y también, al mismo tiempo, a la novela familiar de los Roqué. De allí también que lo que da un eje narrativo a Papá Iván sea algo tan íntimo y personal como una carta manuscrita. La larga carta que Juan Julio dejó en 1972 para sus hijos. Y que, emocionalmente devastadora, funciona de manera tan distinta a la que la madre de un soldado muerto lee en Fahrenheit 9/11: lo que allí es un visible golpe de efecto, aquí representa, en cambio, una decisión personal asumida, la de llevar al plano de lo público la esfera de lo íntimo.
El texto de esa carta, cuya lectura la realizadora intercala a lo largo del film, sirve de amalgama a los distintos fragmentos de Papá Iván. Que son necesariamente heterogéneos y dispersos, como las figuras de un rompecabezas. Desde lo visual, Roqué refuerza esa idea al hacer convivir distintos formatos fílmicos y magnéticos, distintas emulsiones y calidades de imagen. De esos fragmentos, algunos surgen con un relieve especial. Sobre todo, la espeluznante presencia de Miguel Angel Lauletta, un “quebrado” de Montoneros que, según señala Miguel Bonasso, habría celebrado con un brindis la muerte de Roqué. Y el largo fragmento final en el que se reconstruye con sumo detalle y variedad de testimonios –como si el tiempo de pronto se hubiera detenido, concentrándose en un único punto– el enfrentamiento final en el que Juan Julio Roqué halló la muerte, no se sabe si ingiriendo una pastilla de cianuro o haciéndose estallar con una granada. “Ya no puedo más”, se oye la voz quebrada de María Inés Roqué, como si ella también estuviera escribiendo una carta íntima. Una carta abierta, que se extiende a lo largo de 55 minutos y lleva por nombre Papá Iván.

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María Inés Roqué se interna en su propia novela familiar.
 
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