ESPECTáCULOS › “LAS MUJERES PERFECTAS”, DIRIGIDA POR FRANK OZ

Un recuerdo de los años ’50

En una remake que busca innovar algo del original, Nicole Kidman debe lidiar con un chirriante grupo de mujeres pueblerinas.

 Por Horacio Bernades

Súbitamente devenida en una suerte de clásico menor, si algo caracterizaba la versión años ‘70 de The Stepford Wives era el módico alcance de sus ambiciones, así como el tono medio con que se abordaba allí la novela homónima de Ira Levin, autor de El bebé de Rosemary. En tiempos en los que la liberación femenina parecería mala palabra sólo para el cardenal Rattinger, tarde o temprano Hollywood tenía que rescatar esta fantasía sobre un edén masculino con mujeres robotizadas. Rebautizada Las mujeres perfectas, aquí está la nueva versión de The Stepford Wives, a la que nadie podrá acusar de no haber intentado algo distinto.
En contra de la primera versión, ésta elige decididamente la vertiente de la sátira, la comedia, eventualmente la farsa. Así lo indica la propia elección del realizador, no otro que Frank Oz, quien tras iniciarse como marionetista de Los Muppets se especializó en el género, con películas como la remake de La tiendita del horror, Dos pícaros sinvergüenzas (aquélla con Michael Caine y Steve Martin) y ¿Es o no es?. Es justamente con el guionista de esta última con quien Mr. Oz (o Mr. Piggy, como daba en llamarlo el finado Marlon Brando cuando se lo cruzó en su última película) se reúne en The Stepford Wives. Interpretado en la original por Katharine Ross (la de El graduado y Butch Cassidy), el papel protagónico de Joanna Eberhard queda aquí a cargo de una morocha y tirante Nicole Kidman, que repite casi el papel de despiadada ejecutiva de televisión que había encarnado en Todo por un sueño.
Expulsada del medio por un error imperdonable, su opaco marido (adecuadísimo Matthew Broderick) resuelve que toda la familia se mude al pueblito de Stepford. El sol perpetuo de Stepford, sus jardines perfectamente cuidados y calles desprovistas de homeless parecerían las cifras de un paraíso terrenal. Basta ver aparecer a Claire Wellington (una Glenn Close en el punto justo entre Cruella de Ville y Norma Desmond) para empezar a temer la forma de ese edén. Toda rociada de spray, con peinado “bananita” y más flores en el vestido de las que puede exhibir la obra entera de Georgia O’Keefe, la crispada Mrs. Wellington parecería recién escapada de una comedia de Doris Day. Cuando presente a la recién llegada una docena de mujeres que parecerían sus clones, la pesadilla comenzará a tomar forma.
Pero nunca terminará de hacerlo y ése es el principal déficit de esta nueva versión. La hibridación de origen deja a Las mujeres perfectas flotando entre el apunte satírico no-tan-afilado, la paranoia femenina à la Levin (el esquema dramático es básicamente el mismo que el de Rosemary’s Baby) y la canita al aire camp de vestuario, decorados y música. Todo ello evoca los años ‘50, cuando las mujeres eran un electrodoméstico más. Tiempos gloriosos en los que los hombres de Stepford (encabezados por un Christopher Walken que luce como pareja perfecta para Glenn Close) se han propuesto vivir eternamente. Contra ese destino se rebelarán la muy siglo XXI Joanna, una escritora librepensadora (Bette Midler) y el casi inevitable gay de turno. Por si a alguien pudiera escapársele el carácter de alegoría antimachista, los diálogos del final se ocuparán de subrayarlo, con pelos y señales.

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Glenn Close compone a una Mrs. Wellington excesivamente crispada.
 
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